OPINIÓN

Medio Oriente Mundial (III): el fútbol nos interpela

¿Solemos competir en la mayoría de las disciplinas profesionales con los mejores del mundo?

Foto: Getty Images
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Podría dedicar esta tercera (y última) columna relacionada con la Copa del Mundo y algunas economías de Medio Oriente al rol globalizador del deporte, los modernos Emiratos Árabes Unidos, o simplemente a concluir sobre el evidente potencial económico de dicha región y sus oportunidades para nuestros países. Sin embargo, el fracaso de Uruguay en Qatar 2022 y los consiguientes debates que ha generado ameritan algunas especulaciones e interrogantes sobre ciertos paralelismos entre el fútbol, la economía, la cultura del emprendimiento y las políticas públicas en nuestro país.

“Tres millones” de técnicos y/o comentaristas deportivos, como suele decirse, reclamamos desde nuestras cómodas posiciones de espectadores que Uruguay tome riesgos, juegue sistemáticamente a la ofensiva, le gane a (casi) todos y que esté entre los mejores del mundo. Se lo reclamamos a los jugadores de hoy y de ayer. A los técnicos de siempre. Se lo exigimos ahora a Diego Alonso, pero antes fue al “Maestro” Tabárez (en 2006-20 o 1987-90), a Víctor Púa en 2002, a Omar Borrás en 1986 y a varios más. Con razón.

Hubo en estas décadas muchos eventos, desde partidos en los mundiales o eliminatorias, hasta torneos continentales casi completos, a la mayoría de los cuales asistí, donde los planteos fueron muy conservadores.

Pero “cuando con el dedo índice apuntamos a alguien, otros tres dedos apuntan hacia nosotros”. Y eso debería llevar a interpelarnos.

¿Solemos competir en la mayoría de las disciplinas profesionales con los mejores del mundo? ¿O nos sentimos más cómodos compitiendo en la mediocridad del Mercosur o con otros países de menor desarrollo relativo?
¿Somos una sociedad que habitualmente “iguala hacia arriba”? ¿O tendemos a igualar hacia abajo?

¿Estamos en general en posiciones de liderazgo global, por ejemplo en materia educativa o económica?

¿Nos relacionamos regularmente de “tú a tú” con los sectores líderes de los países desarrollados, hablando perfectamente su idioma y aportándoles innovaciones?

¿Tenemos realmente las condiciones para estar en esas grandes ligas o sobrestimamos nuestras capacidades y desarrollos?

¿Cómo es nuestra aversión al riesgo? ¿Baja o tan alta como lo fue en la mayoría de esos eventos futbolísticos emblemáticos donde primó el conservadurismo?

¿Promovemos decididamente la toma de riesgos, el emprendimiento y la creación de riqueza? ¿O somos más bien una sociedad conservadora? ¿Privilegiamos la iniciativa individual o preferimos el Estado paternalista?

¿Aspiramos al óptimo en términos de políticas públicas o nos conformamos con “un segundo mejor” o “un tercer mejor” apelando a excusas paralizantes?

¿Sobreponderamos los resultados de corto plazo a pesar de los daños que a la larga pueden ocasionarnos? ¿Evitamos los costos inmediatos de ciertas medidas o políticas a pesar de los beneficios aparejados en el largo plazo?

En el tema generacional, que tanto se discutió en la integración celeste de este Mundial, ¿promovemos en general a los más jóvenes en el gobierno, las empresas públicas, la educación y otros ámbitos? ¿O premiamos excesivamente la antigüedad? ¿Focalizamos nuestras políticas públicas en niños y adolescentes o lo hacemos en los viejos?

¿Estimulamos la destrucción creativa, permitiendo que empresas y actividades mueran, dando lugar a otras modernas e innovadoras? ¿O privilegiamos el status quo y defendemos entidades socialmente costosas e ineficientes?

¿Facilitamos la libre movilidad laboral en el sector público y privado, facilitando el recambio de trabajadores, para tener siempre los mejores talentos? ¿O privilegiamos a los incumbentes aun cuando su productividad sea más baja e inferior a las remuneraciones asociadas?

¿Tenemos plenamente incorporado el sentido de urgencia o somos más bien lentos para nuestras actividades?

Por supuesto que son muy complejas las respuestas a todas esas preguntas. A los economistas nos gustaría responderlas con buenas teorías y evidencias. Pero lamentablemente no las tenemos para todo. Ni es el objetivo de esta columna. Cuales “técnicos o comentaristas deportivos”, el lector podrá sentirse especialista e invitado a ensayar sus propias respuestas, incluso dando un paso más y especulando sobre las raíces de la cultura predominante dentro del país, en términos de aversión al riesgo y conservadurismo.

¿Cómo habrá influido la colonización e inmigración española, mayoritariamente católica y conversadora? ¿Cuánto incidió el espíritu igualitarista laicista francés que nos marcó en el siglo XX? ¿Cuán determinante fue el desarrollo hacia adentro, la sustitución de importaciones y el Estado dirigista muy permeable a los corporativismos, en nuestra predisposición a emprender y tomar riesgos? ¿Cómo nos marcaron las crisis económicas e inestabilidades macro? ¿Y la mala calidad de las políticas e instituciones públicas durante varias décadas del siglo XX?

Es difícil ser categórico en todo esto. Pero, especulando provocativamente, quizás nuestro fútbol y la mayoría de sus actores, en especial sus técnicos y líderes, sean el reflejo de una cultura y realidad más general, que en vez de interpelantes debería transformarnos en interpelados. Algo para tener bien presente en “nuestra zona de confort”…el cómodo sillón de espectador.

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