PAUL KRUGMAN

Mañanas en Estados Unidos

Dos cosas imposibles le ocurrieron a la economía de Estados Unidos durante el transcurso del año pasado, o cuando menos se suponía que eran imposibles, con base en la ideología que prevalece en la mitad de nuestro espectro político.

En primer lugar, ¿recuerdan cómo se suponía que el programa de salud de Obama (conocido como Obamacare) iba a acabar con los empleos? Bien, en el primer año de la puesta en marcha plena de la Ley de cuidado de salud accesible, la economía estadounidense en general sumó 3,3 millones de empleos: el mayor progreso desde los años 90. En segundo, medio millón de esos empleos fueron sumados en California, que le arrebató la delantera a Texas en creación de empleos.

¿Fueron las estrategias del Presidente Barack Obama la causa del crecimiento nacional del empleo? ¿Concibió Jerry Brown — el gobernador de California que sube impuestos y acoge de buena el Obamacare— el auge de su Estado? No, y pocos liberales alegarían lo contrario. Lo que hemos estado viendo tanto en el ámbito nacional como estatal es, principalmente, un proceso natural de recuperación a medida que la economía empieza finalmente a sobreponerse de las burbujas de la vivienda y de la deuda de los años de Bush.

Sin embargo, el reciente crecimiento de los empleos tiene grandes implicancias políticas; tan perturbadoras para muchos en la derecha que están en frenética negación, alegando que la recuperación es espuria de alguna manera. ¿Por qué no pueden manejar la buena noticia?

De hecho, la respuesta viene en tres niveles: Síndrome de Confusión de Obama, o SCO; reaganolatría; y la estafa de la confianza.

Sco.

No hace falta decir mucho sobre este asunto. Para estos momentos, es una idea fija en la derecha que este presidente es tanto malvado como incompetente, que todo lo tocado por el ateo, islámico, marxista y keniano demócrata —sobre todo este último— debe salir terriblemente mal. Cuando llega una buena nueva sobre el presupuesto, o la economía, u Obamacare —que está reduciendo a grandes pasos el número de personas sin seguro al tiempo que está costando mucho menos de lo previsto— se debe negar.

En un nivel más profundo, la ideología conservadora de tiempos modernos depende por completo de la propuesta que conservadores, y solo ellos, poseen la clave secreta a la prosperidad. Debido a esto, a menudo hay políticos de la derecha que lanzan alegatos como el siguiente, del senador Rand Paul: "¿Cuándo fue la última vez en nuestro país que creamos millones de empleos? Fue bajo e gobierno de Ronald Reagan".

En efecto, si crear "millones de empleos" significa agregar 2 millones o más de empleos en un año dado, hemos hecho eso 13 veces desde que Reagan dejó la presidencia; ocho veces bajo Bill Clinton, dos bajo George W. Bush, y tres veces, hasta ahora, bajo Barack Obama. Pero, ¿quién está contando?

De cualquier forma, ¿acaso no tienen delirios similares los liberales? No realmente. La economía sumó 23 millones de empleos bajo Clinton, comparado con 16 millones bajo Reagan, pero no hay nada en la izquierda comparable con el culto del Bendito Ronald. Eso se debe a que los liberales no necesitan alegar que sus políticas generarán crecimiento espectacular. Todo lo que ellos necesitan alegar es viabilidad: que podemos hacer cosas del tipo de, digamos, garantizar el seguro de salud para todos sin matar a la economía.

Los conservadores, por otra parte, quieren obstruir ese tipo de cosas y, más bien, reducirles impuestos a los ricos y abatir la ayuda para los menos afortunados. Así que deben alegar tanto que políticas liberales acaban con los empleos como que ser agradable con los ricos es un elixir mágico.

Lo cual nos lleva al último punto: la estafa de la confianza.

Confianza.

Un acertijo perdurable de la economía política es por qué intereses comerciales se oponen con tanta frecuencia a políticas enfocadas al combate del desempleo. Después de todo, impulsar la economía con una política fiscal y monetaria de tipo expansivo es bueno tanto para los ingresos como para los salarios, e incluso así acaudalados individuos y líderes empresariales exigen más bien dinero limitado y austeridad.

Pero, como han destacado diversos observadores, que los grandes negocios reconozcan que políticas gubernamentales pueden crear empleos sería devaluar uno de los argumentos políticos que favorecen: el alegato en el sentido que para alcanzar prosperidad, los políticos deben conservar la confianza empresarial, entre otras cosas, absteniéndose de cualquier crítica a lo que hace la gente de negocios.

En el caso de la economía de Obama, este tipo de pensamiento condujo a lo que me gusta llamar la teoría "¡Ma! ¡Él me está viendo raro!" de una lenta recuperación. Con esto quiero decir que la insistencia en que la recuperación no estaba siendo retenida por factores objetivos como recortes al gasto y excedente de deuda, sino más bien por los sentimientos heridos de la élite después de que Obama sugiriera que algunos banqueros se habían comportado mal y algunos ejecutivos pudieran percibir ingresos excesivos. ¿Quién iba a decir que los poderosos y magnates eran almas tan sensibles? Pero, en cualquier caso, esa teoría es insostenible en vista de una recuperación que finalmente empezó a dar grandes progresos laborales, incluso si debería haber ocurrido antes.

Así que, como dije al principio, el hecho de que ahora estemos viendo mañanas en el Estados Unidos azul —sólido crecimiento de los empleos tanto en el ámbito nacional como estatal que ha desafiado la ortodoxia de la derecha, que desregula y elimina impuestos— es un gran problema para los conservadores. Si bien ellos nunca lo reconocerán, los sucesos han demostrado que sus creencias más valoradas son erróneas.

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