OPINIÓN

No llores por ella, Argentina

En la base de todos los desequilibrios económicos de Argentina se encuentra una política que, en lugar de emplearse para solucionarlos, los agrava.

Foto: Getty Images
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Luego de leer la excelente columna de Javier de Haedo de la semana pasada en la que trató la situación económica de Argentina, debo manifestar mi absoluta coincidencia con lo que expresa en ella y, en especial, con sus dos conclusiones finales: que la mala situación económica del vecino país durará mucho tiempo y que seguirá, entonces, ejerciendo sobre el nuestro de manera permanente, una influencia negativa.

Estando en Argentina, se vive con gran sorpresa por lo grande, algo que sabe quien maneje información sobre las variables macroeconómicas de ambos países: la diferencia de precios con el nuestro país increíblemente significativa. Aun considerando que Uruguay es un país relativamente caro, Argentina es un país “barato” como lo califica Javier en su columna. La mayoría de los precios, mucho más bajos que los de los mismos productos en Uruguay, hacen difícil encontrar cómo resolver el problema de la competencia que hay en el comercio binacional. La diferencia lleva también a entender la difícil relación comercial que la situación económica de nuestro vecino provoca en el Mercosur, que instiga a encontrar caminos para eludir responsabilidades que se tienen por el Tratado de Asunción, y encontrar alternativas en el resto del mundo. En esta columna no trataré esos temas; deseo mencionar las causas que han llevado a ese contexto que seguirá seguramente agravándose por tiempo difícil de estimar.

Diagnóstico 

El diagnóstico de la situación Argentina nos dice que vive hoy los tres problemas macroeconómicos más difíciles de resolver para una nación. Tiene un nivel de actividad que recién se recupera de la pandemia —según el EMAE que maneja el Banco Central (BCRA)—, pero que es menor que el de 2017 y con desempleo mayor. Según la encuesta que realiza el BCRA a analistas, el resultado muestra que en los dos trimestres finales de este año la economía entrará en recesión, situación que los encuestados estiman que no se resolverá en 2023.

También la Argentina vive otro problema macroeconómico de gran importancia y de difícil corrección, como es la creciente inflación. El aumento del nivel general de precios en los doce meses hasta julio ha sido 71% y con una inflación mensual en ritmo creciente que será muy difícil de revertir en las condiciones del manejo actual de la economía y dadas las expectativas de la población sobre el comportamiento de los precios. La encuesta arriba citada, de fines de julio, marca que es altamente probable una inflación para todo el año de más de 90%.

La situación del sector externo de la economía es, asimismo, un problema macroeconómico significativo y de imposible corrección en las condiciones actuales de la conducción económica. Pese al resultado comercial externo favorable, las reservas internacionales netas del BCRA alcanzan a 7.6 mil millones de dólares —sí, no es una cifra equivocada—, una vez que de las reservas brutas de 42 mil millones de dólares contabilizadas en el BCRA, se deducen las que no le pertenecen. Se trata de una situación a la que se ha llegado pese a las numerosas acciones para apropiarse de los dólares de exportadores —en particular del sector agropecuario gravados con altísimas detracciones a sus embarques al exterior—, y no obstante además, a las restricciones a las importaciones, que exportadores uruguayos conocen y sufren. Y pese también, obviamente, como todos conocemos, a las restricciones que operan sobre la compra de moneda extranjera en general y que han llevado a una multiplicidad de tipos de cambio que hoy se ubican bien por encima —más del doble—, del tipo de cambio oficial.

Políticas 

En la base de todos estos desequilibrios se encuentra una política que, en lugar de emplearse para solucionarlos, los agrava. En efecto, la política fiscal presenta un desequilibrio que es cada vez más negativo y que buena parte de la conducción política —la que responde a la vice presidencia de la Nación—, se niega a resolver y, la otra parte, a aplicar. Subsidios extendidos tanto en dinero como en costos relativamente ridículos para servicios públicos, entre otras acciones difíciles de entender, culminan en un resultado financiero negativo para el Estado que, ante la ausencia generalizada de crédito privado voluntario, se debe financiar con crédito del BCRA, lo que no implica otra cosa que emitir dinero. Es dinero que no se desea, pues al poco rato no vale nada, lo que provoca alta inflación y la intención de procurar moneda extranjera, dólares, o bienes; por supuesto antes que sus precios suban, lo que ocurre diariamente.

En pocos días la crisis se “consumió” a dos Ministros de Economía y, para superar la tremenda crisis política que también existe en el país, se procuró moderarla “importando” de una facción intermedia a las dos en pugna —la del inocuo Presidente Fernández y la de la de dudosa honorabilidad, también Fernández—, al nuevo conductor económico. Rápidamente ha definido con un séquito también mezclado con hinchas de las dos partes, medidas para reducir el déficit fiscal, reduciendo tímidamente los subsidios a las tarifas de agua, luz y gas—; para frenar a la inflación —con “acuerdos de precios” con empresarios—, y para procurar recuperar reservas con créditos de instituciones multilaterales o extendiendo vencimientos. Pero, el nuevo programa, ¿no implica transitar por el mismo camino? Sí, por lo que hacer las mismas cosas tendrá los mismos resultados que hoy se viven.
Argentina necesita un fortísimo ajuste fiscal creíble con baja significativa del gasto público, una muy alta devaluación del tipo de cambio oficial y sobre todo, recuperar la confianza que hoy no se tiene. La confianza económica y la madurez política que hoy no existe. Difícil que ello ocurra: Javier tiene razón.

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