OPINIÓN

El índice de la miseria:  los problemas económicos y su impacto en la vida de los ciudadanos

La intuición es clara, tanto la inflación como el desempleo son malos para la población.

Foto: Getty Images
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Arthur Okun fue asesor económico principal del presidente americano Lyndon B. Johnson. Es recordado por dos conceptualizaciones macroeconómicas: la ley de Okun y el índice de miseria. La ley de Okun es la regularidad empírica que por cada punto porcentual de aumento del desempleo, el PIB potencial cae dos puntos. El índice de miseria procura revelar cómo los problemas económicos impactan en la vida de los ciudadanos. Según fue promulgado originalmente, el índice es la simple suma entre la tasa de inflación anual y la tasa de desempleo. Mayores valores, vida más mísera. La intuición por detrás es clara, tanto la inflación como el desempleo son malos para la población. La consideración conjunta da una visión agregada de los dos problemas macroeconómicos más típicos.

En Estados Unidos se ha considerado en varias ocasiones el impacto electoral del índice de miseria. Gerald Ford perdió la elección con Jimmy Carter quien a su vez la perdió con Ronald Reagan. Al final de la administración Ford y Carter el índice había tenido picos de crecimiento hasta valores cercanos al 20%. Reagan ganó su reelección y posteriormente entregó la presidencia al candidato de su partido George Bush (padre) en medio de bajos índices de miseria en torno a 10%. En la historia más reciente, Bill Clinton ganó su reelección con un índice cercano a 7,5% y el famoso “es la economía, estúpido”. Cuando entregó el gobierno a George Bush (hijo) el índice de miseria venía en alza, aunque aún en niveles bajos. Barack Obama fue electo luego que sobre el final de la administración de Bush (hijo) también se diera un aumento en el índice. Obviamente, el índice de miseria no es un predictor infalible. Un caso extremo es Donald Trump quien tuvo el índice de miseria más bajo en décadas y aun así no logró la reelección.

Luego de Okun, el índice ha tenido algunos refinamientos. En 1999, Robert Barro sugirió incluir las tasas de interés y la marcha del PIB y generó la variante conocida como el índice de miseria de Barro. Ya en este siglo, Steve Henke lo computó por fuera de Estados Unidos. El resultado es un ranking internacional, uno más de los tantos.

La tabla de posiciones del 2020 nos señala realidades conocidas y tristes. El poco glorioso primer lugar le corresponde a Venezuela, despegado del resto, con un nivel de miseria cuatro veces superior al perseguidor Zimbabue.

Luego vienen Sudán, Líbano, Surinam y Libia, seguidos de nuestra vecina Argentina en séptimo lugar. La lista continúa con Irán, Angola, Madagascar y en el onceavo lugar aparece el otro vecino, Brasil. Como verán, la lista no es muy distinguida. Nuestro lugar tampoco. De un total de más de 150 países ocupamos el puesto 33.

Peso relativo

Un problema con el índice de miseria de Okun es la tasa de sustitución uno a uno entre desempleo e inflación. Un punto más de inflación pesa en el índice lo mismo que un punto más de desempleo. En un estudio del 2001 usando encuestas sobre la felicidad de las personas Rafael Di Tella, Robert MacCulloch y Andrew Oswald concluyen que la población estaría dispuesta a intercambiar un punto más de inflación por cada 1,7 puntos de desempleo. Esto quiere decir, estarían dispuestos a tolerar un punto de inflación más si la tasa de desempleo fuera 1,7 puntos menos. El índice de miseria estaría dándole demasiado énfasis a la inflación o, lo que es lo mismo, demasiado poco al desempleo.

COVID-19 mediante, los actuales temores sobre la presión inflacionaria de las políticas macroeconómicas han hecho que Martín Ravallion de un nuevo impulso al análisis de índice de miseria. Ravaillon se pregunta si la ponderación inflación-desempleo es igual para toda la población o si hay diferencias por niveles de ingreso.

¿Por qué es esto relevante? La inflación erosiona los ingresos (y riqueza) asociados al valor de la moneda nacional. Toda la población se ve afectada, pero más aún quienes tienen menos alternativas de protección ante shocks inflacionarios. El mal funcionamiento del mercado laboral también afecta a toda la población, pero, de nuevo, el grado de dependencia de los salarios y la espalda financiera para enfrentar períodos de desempleo sugieren que los más pobres sufren más que los más acomodados. Esto es bastante evidente. Los más débiles sufren en mayor medida todos los males económicos. Lo que no es obvio es si el sufrimiento relativo inflación-desempleo es común a todos los integrantes de la sociedad.

Ravaillon mira el impacto en los ingresos reales de los hogares y encuentra que la inflación importa más para las capas medias que para los extremos (pobres y ricos). Esto tiene implicaciones para las políticas sociales y el ciclo económico, posiblemente apuntando a políticas de lucha contra la pobreza durante aumentos del desempleo. Sin embargo, la economía política puede funcionar en contra.

Si los grupos de ingresos más influyentes políticamente se ven afectados de manera diferente, los temas de agenda pueden no alinearse con las necesidades de los más desprotegidos.

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