OPINIÓN

Dinero fácil y delito juvenil

Los programas de asistencia social a la juventud son eficaces si exigen algo a cambio.

Foto: Pixabay
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Los diseñadores de política tienen una disyuntiva: regalar dinero a jóvenes en situación de pobreza o establecer requisitos para acceder a esa ayuda económica.

Es lo que le pasa a una madre o padre de familia: ¿le doy dinero o le exijo algo a cambio (buenas notas en la escuela, ayudar en casa, trabajos de verano)? Bernt Bratsberg y cuatro colegas del Ragnar Frisch Centre for Economic Research descubrieron que es muy efectivo exigir condiciones a los jóvenes. Lo demuestran en su investigación Welfare Activation and Youth Crime publicada unos meses atrás en The Review of Economics and Statistics (MIT Press). Evalúan el impacto de la reforma de una política social a la juventud. La reforma consistió en ponerse más estrictos en las exigencias para acceder a la ayuda económica. Bratsberg y colegas encuentran que la reforma redujo el número de delitos cometidos por jóvenes provenientes de hogares en situaciones de pobreza. Y un efecto positivo adicional: se redujo el abandono de la educación formal. ¿Cuál fue la razón del éxito? Bratsberg contesta: los jóvenes dejan de “andar en la calle” (están ocupados), y aumentaron su capital humano (adquirieron nuevas capacidades y eso el mercado laboral lo premia).

La reforma noruega

Los citados investigadores estudian los efectos de aumentar las exigencias a los jóvenes de contextos vulnerables que quieren acceder al programa de asistencia social noruego. Se les exige trabajo comunitario, o participar de un programa de capacitación o de pasantías laborales. Se les ofrece coaching para orientarlos en la búsqueda activa de trabajo. Esta reforma del programa de asistencia social noruego se fue aplicando paulatinamente en las distintas regiones del país. Lo que hacen los autores es comparar los resultados de los jóvenes en las ciudades donde se va aplicando la reforma respecto a las ciudades que lo tenían pendiente.

El dilema de los reformadores era que quizás esta reforma iba a terminar empujando a los jóvenes hacia el delito: “si nos ponemos más duros con el dinero, van a terminar yendo a conseguirlo a la fuerza”. Pero también encontraban argumentos a favor de ser estrictos. Primero, exigir que los jóvenes estudien o trabajen los mantiene ocupados, entonces naturalmente tendrían menos tiempo y oportunidades para mezclarse en actividades delictivas. Segundo, al estudiar o trabajar van a aumentar su capital humano incorporado y esto va a mejorar sus perspectivas económicas futuras. Tercero, estar ocupados, tener que cumplir horarios, etc., va a ayudar a instalar en los jóvenes algunas normas sociales básicas. Finalmente, estar ocupados los pondría en contacto con otros jóvenes que también están ocupados y esa interacción social positiva podría reforzar los buenos hábitos adquiridos.

La reforma noruega —aplicada a partir de 2017— logró disminuir 35% el delito entre los jóvenes de 18-19 años que procedían de hogares de contexto crítico. El delito disminuyó especialmente en la categoría hurtos y de lunes a viernes, coherente con el efecto de tener a los jóvenes ocupados durante la semana. La reforma también logró disminuir significativamente otros tipos de delitos, en particular los relacionados con drogas. Esto da una pista de que la reforma tuvo realmente implicancias positivas en el comportamiento de los jóvenes.

El diablo está en los detalles

Antes de la reforma, un problema que tenía el programa de asistencia social de los jóvenes era un detalle que solía pasar inadvertido. Si el joven estaba estudiando luego de cumplir los 18 años, no calificaba para recibir la ayuda económica. ¿Cuál era el resultado de este incentivo perverso? Al cumplir la mayoría de edad abandonaban la educación formal para poder cobrar. Este es el resultado de un detalle que se le escapó al legislador y creó durante años un incentivo perverso. ¡Qué necesidad tenemos de que nuestros legisladores trabajen bien, hasta estudiando la letra chica!

Testimonios

Previo a la reforma, algunas regiones de Noruega se habían ya puesto más estrictas en los requisitos para acceder a la ayuda económica. Por ejemplo, en 2003, en un contexto de alza del desempleo y aumentos de gastos sociales, varias regiones empezaron a enfatizar los requisitos.
El Ministerio de trabajo elaboró diferentes reportes que contenían entrevistas a jóvenes de esas regiones que tuvieron que cumplir las exigencias si querían conseguir la ayuda económica. Uno de los trabajadores sociales que ayudaban a esos jóvenes de contexto crítico en los programas de capacitación para el trabajo, comentaba —citado en la investigación de Bratsberg—: “Aprenden lo que es una vida de trabajo, que empiezas a las 8 AM y no es posible aparecer a las 10 AM al trabajo, ni cortar a cualquier hora. Es más que trabajo. Los resultados son increíbles.

Terminan los cursos de capacitación trabajando en una empresa o incluso algunos vuelven también a estudiar”. Un joven entrevistado señalaba: “fue bueno capacitarme para ser capaz de levantarme de mañana; (…) es razonable que me pidan algo a cambio de la ayuda económica que me dan; (…) si no existieran estos requisitos, estaría simplemente tirado en casa”.
Uno de los requisitos demandado a los jóvenes por la reforma noruega era levantarse temprano para asistir al programa de capacitación. En algunas regiones, el programa duraba cuatro semanas y en otros “todo lo que se necesite”. La ausencia a las sesiones sin una causa justificada terminaba en el corte inmediato de los beneficios.

Saber que las cosas cuestan

La crisis económica por COVID-19 nos enseñó la vulnerabilidad de nuestros trabajos e ingresos económicos. Sería una pena que no pasemos esta enseñanza a las generaciones más jóvenes: cuesta mucho ganarse el dinero.

Esto es válido para los jóvenes vulnerables, pero también para los jóvenes más cercanos…: tener a los hijos cortos de dinero es una buena política.

(*) Decano de la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad de Montevideo.

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