OPINIÓN

Los dilemas que plantea la pandemia

La pandemia trajo al ruedo una serie de debates sobre temas delicados aun no bien resueltos.

Foto: Pixabay
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Uno de esos debates refiere a la magnitud de los apoyos del sector público para compensar los estragos en el tejido social y las disrupciones en el sector real, provocados por este hecho inesperado.

Es un tema explayado hacia todos los confines del mundo, que se ejecuta a través de mecanismos diversos sin saber aun sus dimensiones finales y menos aún sus resultados. Se podría decir que el mundo está en una modalidad de prueba y error, buscado sofocar un incendio de magnitud colosal.

Es una versión siglo XXI de la última gran crisis de hace casi un siglo, pues aquella tuvo implicancias globales como la actual, aunque sus efectos se esparcieron lentamente y la reacción de los gobiernos para enfrentarla fue dispar, escasa y en la mayoría de los casos inconveniente. En el caso actual, el shock fue instantáneo y también lo fue la reacción de los diferentes gobiernos para neutralizar sus impactos más nocivos.

Bajo esta tónica, los países desarrollados despliegan una batería de políticas inéditas por su modalidad y profundidad. Y es aquí donde comienza el debate de si son las más adecuadas, de si son suficientes y cómo será la forma de aplacarlas una vez que se retorne a la normalidad.

Por un lado, los principales bancos centrales del mundo ejecutan políticas monetarias expansivas, llevando sus tasas de referencia a niveles cercanos a cero o negativo. A lo que agregan programas de compra de deuda soberana de países en problemas, tal como lo viene haciendo el Banco Central Europeo con títulos emitidos por Italia, Grecia y España. La Reserva Federal hace lo mismo con títulos corporativos de empresas emblemáticas que —previo a la pandemia— tenían acceso fluido al crédito, y que hoy de hacerlo les sería muy oneroso.

Por encima de ello, el fisco de esos países también expande su gasto social y apuntala el balance de empresas privadas participando como accionista o comprando su deuda corporativa. Un ejemplo reciente es la adquisición del 20% del paquete accionario de Lufthansa por el estado alemán y la renacionalización de Alitalia. La administración Trump, a su manera, está ejecutando políticas similares que son propias del partido demócrata y que en su momento el partido republicano se opuso tenazmente. Un ejemplo es la compra de deuda corporativa de empresas en dificultades, siendo Ford uno de los ejemplos emblemáticos. Sin duda hubo un cambio de paradigma tanto en el seno de la Unión Europea como Estados Unidos sesgado hacia formas heterodoxas de expansión fiscal y monetaria con devenir desconocido.

Esta postura expansiva inédita tanto en lo monetario como en lo fiscal la hacen los países que pueden y no los que quieren. Aquellos que pueden son quienes tienen la capacidad de emitir una moneda de aceptación universal. El dólar, seguido del euro, tienen esa condición, lo cual otorga a sus emisores el privilegio de financiarse casi sin límites sin costo.

Esto nos lleva de la mano a reflexionar este tema, desde la óptica de América Latina y por inclusión la de nuestro país.

Desde el arranque corresponde señalar que estos caminos les están vedados. América Latina no tiene la capacidad de emitir monedas con esas características, ni tampoco fortalezas fiscales que le permitan políticas expansivas robustas como las del mundo desarrollado. Su expansión fiscal se financia con endeudamiento en monedas que no emite. Traspasar ciertos límites trae una serie de efectos colaterales como las crisis de endeudamiento que son tan nocivos como los que causa la pandemia. Por tanto, deberán ser expansiones acotadas tanto en su profundidad como duración.

Es una constatación dura que se aplica a toda la región y que resalta una vez más sus fragilidades sistémicas, a pesar de todos los esfuerzos hechos a través de décadas para su fortalecimiento. Es algo que todavía figura en su debe.

Bajando al plano local, hay quienes, cargados de buenas intenciones, ignoran esa condicionante fundamental que limita la expansión fiscal posible. Incluso hay quienes toman como ejemplo la postura de Alemania, la cual tiene recursos genuinos de sobra para hacerlo, más una conducta fiscal que permite su expansión extraordinaria.

El dilema entonces es determinar cuánto más podemos gastar recurriendo a más endeudamiento. Para eso no hay una buena respuesta. Existe capacidad de endeudamiento marginal para financiar una emergencia acotada en el tiempo. Pero es impensable que pueda ser de tenor permanente. Podrá decirse que la necesidad obliga, lo cual no invalida evitar crisis de otra especie, pero con resultados negativos similares a los que se quiere evitar.

Aquí se entra en el terreno de determinar prioridades y estimar la permanencia de las medidas, algo hasta hoy desconocido.

Hay consenso social en decir todo lo necesario, por el tiempo que sea, para atender los requerimientos sanitarios. Lo mismo para cubrir canastas alimentarias y la cobertura de necesidades básicas a quienes están bajo la línea de pobreza.

A partir de ahí se entra en un tema complejo, relacionado con el financiamiento por un tiempo prolongado de los seguros de desempleo y las ayudas a quienes están fuera del sistema y perdieron su fuente de ingreso. En paralelo, se necesita fortificar una demanda alicaída. Pero pensar en cebar la bomba de la demanda con endeudamiento externo por un tiempo prolongado, no es realista.

Es aquí donde entran a jugar las políticas complementarias de dinamización de la actividad privada, única forma perdurable de disipar los efectos perniciosos de la pandemia.

En definitiva, un conjunto de dilemas significativos, de resolución compleja, que no tienen atajos y que requieren del apoyo de todos en su diseño.

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