OPINIÓN

Desafíos del primer cuarto de siglo en la búsqueda de nuevos paradigmas

Con otras características y quizás de complejidad mayor, estamos en un escenario similar al de fines de la segunda guerra mundial

Foto: Getty Images
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La tercera década del siglo XXI será recordada como la época donde se derribaron definitivamente paradigmas que obsolecieron y recrudecieron realidades entendidas como superadas. También será vista como la ventana por donde entraron interrogantes de cuya respuesta dependerá el nuevo ordenamiento mundial y las políticas económicas tanto de los países industrializados como en desarrollo.

La caída del muro de Berlín provoca de facto un unilateralismo liderado por Estados Unidos complementado por Europa, que iba formalizando su paradigma de integración económica y monetaria. Todo apuntando a tejer en el mundo occidental un manto de naciones con regímenes democráticos que aseguraban la estabilidad política y el bienestar económico a través de la profundización del comercio. La década del ´90 fue su testigo de buenos resultados valiéndose el mote de “la gran moderación“. Las economías industrializadas crecían a buen ritmo, la inflación estaba bajo control bajo la batuta de bancos centrales independientes, que con solo modificar levemente la tasa de interés cumplían su cometido. En tanto, América Latina —recién salida de su crisis de endeudamiento— comenzaba el proceso de consolidación macroeconómica, abatimiento de la inflación y reformas estructurales para mejorar la productividad.

A comienzos de siglo, lo inesperado fue el surgimiento de China como potencia naciente, que desde el inicio se complementó comercialmente con el Resto del mundo y financieramente con Estados Unidos, al convertirse en su principal fuente de financiamiento fiscal. En aquellos momentos, se comentaba sobre los alcances del llamado Bretton Woods II, donde China se convertía en el financista del mundo desarrollado gracias a su capacidad de exportar ahorro doméstico para financiar los déficits de las cuentas corrientes del resto mundo, principalmente Estados Unidos. De paso, se iba convirtiendo en el principal socio comercial de muchas economías en desarrollo, en particular las pertenecientes al Mercosur por sus compras de alimentos. La globalización, tanto en lo económico como lo financiero, es el paradigma dominante.

De aquí en más, empiezan los primeros tropiezos. La gran crisis financiera del 2008-9 fue un punto de inflexión, cuyos efectos los padecemos todavía. De origen multicausal, fueron el exceso de liquidez proveniente del financiamiento desde China (saving glut), regulaciones bancarias laxas permitiendo transar riesgos excesivos y políticas de promoción al acceso de la vivienda en EE.UU. con endeudamiento; todos hechos que aumentaron los riesgos.

La posibilidad de la ruptura del sistema financiero global obligó al rescate de bancos en Estados Unidos y Europa, a través de políticas heterodoxas que significaron aumentos de emisión monetaria inusuales, dejando para después pensar como reabsorberla. Al mismo tiempo, las tasas de interés fueron convergiendo a cero, degradando su cualidad de instrumento de política monetaria. Casi una década después, cuando se pensaba comenzar la reversión monetaria, llegó la pandemia, con lo cual se volcó otro torrente de liquidez. En solo dos años se duplicó el balance de la Reserva Federal respecto a todo lo vertido previamente.

Una conducta similar tuvo el Banco Central Europeo, bajó el famoso precepto de su entonces presidente Mario Draghi, “todo lo que sea necesario” (whatever it takes). La invasión de Rusia a Ucrania fue el detonante de la inflación actual, que muchos predecían como inminente, dada la excesiva expansión monetaria. El desafío es doblegarlo sin generar una recesión profunda, pues existen segmentos sociales relegados, donde una recesión aguda los perjudica aún más y los convierte en fuente de inestabilidad política que arriesga incentivar el populismo.

Si volcamos la vista a la región, en clave diferente se puede decir lo mismo. Después del optimismo inicial de algunos países que introdujeron reformas estructurales importantes como Chile, hoy se encuentran desnorteados, tanto en lo político como en lo económico. Otros como Brasil, a pesar de una trayectoria sin tensiones políticas significativas y gobiernos con signos ideológicos diversos, siguen sin resolver su problema de pobreza endémica. Lo mismo ocurre con México y la mayoría de Centro América. Y Argentina, siendo el país que quizás tenga el mayor potencial económico del continente, dada su dotación de recursos y la homogeneidad cultural de su población, se encuentra inmersa en un mismo laberinto de crisis recurrentes de balanza de pagos, crecimiento de la pobreza e inestabilidad política. Países en mejor situación relativa —como el nuestro—encuentran dificultades para perfeccionar su inserción externa y para mejorar su productividad.

En este sobrevuelo por las alturas del mundo occidental, la pregunta que corresponde es cuales son los nuevos paradigmas sobre los cuales afincar las políticas adecuadas. Con otras características y quizás de complejidad mayor, estamos en un escenario similar al de fines de la segunda guerra mundial. Hecho que obligó a serios debates ya desde 1943, sobre lo qué hacer en el futuro, dando lugar a la creación de instituciones adecuadas para la época, como las Naciones Unidas, el FMI, el Banco Mundial para reconstruir Europa, y el GATT. Y por sobre todas las cosas, generando debates para el mejor ejercicio de la política económica que fueron el punto de arranque de la reconstrucción del mundo después del trauma de una guerra sin parangón.

La misma pregunta nos corresponde a los latinoamericanos. Hemos probado políticas y modelos de amplio espectro, a unos les ha ido mejor que a otros, pero de todos modos el crecimiento no es suficiente, pues muestra niveles de pobreza endémicos inaceptables. Fuera de discusión está la necesidad de mantener los equilibrios macroeconómicos y la inflación doblegada, instrumentar mayor inversión en educación e infraestructura, y mejorar la inserción internacional. Pero la experiencia muestra que son condiciones necesarias que nos obligan a buscar otros paradigmas, que nos permitan modelar políticas de crecimiento que resuelvan ese problema. La pregunta queda planteada.

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