OPINIÓN

De cisnes negros a cisnes verdes

Los modelos predictivos utilizados en el pasado no están diseñados para evaluar la nueva amenaza climática.

Foto: Pixabay
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El denominado “cisne negro” es un término que adquirió su protagonismo con la gran crisis financiera de 2008 y se podría considerar un evento poco probable y poco predecible, pero con consecuencias catastróficas para la economía y finanzas del mundo entero. Para poner de relieve nuestro otro término, el año pasado, el Bank for International Settlements (BIS), publicó el libro "El Cisne Verde": tomando el término de “cisne negro”, y haciendo una metáfora, se acuñó el término “cisne verde” para referirse a una crisis financiera provocada por el cambio climático o la pérdida de la biodiversidad.

Los costos financieros de eventos catastróficos provocados por el cambio climático, generados por situaciones meteorológicas extremas, pueden tener lo que se llama efectos en cascada. Por poner ejemplos reales, los incendios a gran escala, como los ocurridos en Australia el año pasado o los huracanes en el Caribe, son fenómenos cada vez más frecuentes y con una magnitud cada vez mayor, generando un costo financiero impresionante. Estos costos vienen aparejados, en la práctica, con la destrucción física de tejido productivo en los países que se ven afectados por situaciones tan devastadoras como las fuerzas de la naturaleza y la mano del hombre en su derivación. Todo esto puede tener efectos directos en la economía y la debilitación del sistema financiero y bancario de países enteros, e incluso regiones o continentes completos.

Por otra parte, además de velar por el medio ambiente y con ello hacer frente al cambio climático, para que los cisnes verdes sean menos probables, hay que tener en cuenta que la transición de un modelo menos preocupado por el medio ambiente a otro más concientizado con el cambio climático y la biodiversidad, exige cambios regulatorios importantes, que deben tener un orden temporal, ya que si se hace de manera muy abrupta, puede provocar una crisis financiera tan importante como la provocada por el propio cambio climático. Es decir, planteamientos como los del informe emitido por la Agencia Internacional de la Energía (AIE) de no volver a invertir nada en la extracción de combustibles fósiles, principalmente petróleo y sus derivados, desde hoy mismo, es demasiado apasionado y poco práctico.

Creo que lo que persigue la AIE, en su búsqueda por coordinar las políticas energéticas de los países pertenecientes a la OCDE, es una necesidad de marcar un camino crítico para lograr el objetivo de 1,5˚C planteado en el Acuerdo de París, pero ninguna inversión en nuevos proyectos de suministro de combustibles fósiles y ninguna inversión adicional para nuevas plantas de carbón a partir de hoy, tiene unos efectos secundarios adversos que hay que analizar, ya que hay que llegar a esos objetivos, pero de manera gradual, si no queremos producir una “crisis del petróleo” contemporánea.

En este mismo informe se establece que las energías solar y eólica deban proporcionar en su conjunto el 68% de toda la demanda mundial de electricidad para 2050 y además las emisiones totales de CO₂ relacionadas con la producción de energía en 2050 deberán ser de cero. Todo ello, se estipula en hitos temporales muy ambiciosos y deseables, como dejar de vender coches de combustión desde 2035 o cero emisiones por electricidad para 2040, pero que pueden provocar a su vez un cisne verde, pero por precipitación en conseguir los fines de la AIE. Es decir, tan cisne verde es el cambio climático y sus consecuencias económico-financieras, como una transición excesivamente rápida a políticas de reducción.

Otro planteamiento que merece ser destacado es el hecho de que la AIE afirma, en este documento, que la mitad de las reducciones en las emisiones serán alcanzadas con tecnologías que todavía se encuentran en fase de desarrollo, ya que está apostando en gran medida a tecnologías de captura y almacenamiento de carbono que aún no han sido probadas, sin considerar que eliminar el CO₂ de la atmósfera es mucho más difícil, desde el punto de vista técnico y económico, que evitar su emisión. Las tecnologías clave para descarbonizar el sistema energético mundial ya están listas para el mercado y son competitivas en cuanto a costos o lo serán en los próximos cinco o 10 años. Se trata de las tecnologías solares y eólicas, de baterías, movilidad eléctrica y diversas otras que buscan proporcionar calor a los procesos industriales.

No es necesario esperar a que se investigue más, la transición a un suministro de energía totalmente renovable para 2050 puede empezar en el momento actual.

El director ejecutivo de BlackRock es uno de los que ha alzado la voz para decir que el sistema financiero mundial está a las puertas de un gran cambio provocado por el cambio climático, principalmente como reasignación de capital y cambio de carteras hacia unas carteras más concienciadas con los criterios “ESG”, pero no debemos de perder de vista los riesgos de crédito, mercado, liquidez, operativo y de cobertura que puede generar una no adecuación de los tiempos en ese proceso, además de las correspondientes sobrerreacciones en los mercados bursátiles del mundo entero.

Me gustaría concluir que los modelos predictivos utilizados en el pasado no están diseñados para evaluar la nueva amenaza climática, por ello, hay que hacer una hoja de ruta ambiciosa, pero práctica, que por una parte nos haga contrarrestar el cambio climático, velando por la protección del medio ambiente, pero sin que eso en sí mismo, genere una crisis financiera de consecuencias catastróficas. Tenemos que velar por una transición energética, pero también por paliar sus consecuencias, buscando el “equilibrio” como la base de nuestra gestión planetaria eficiente, que nos lleve a la reducción de probabilidades de ocurrencia de cisnes verdes.

(*) Director del Sector Financiero y profesor de Finanzas de IE Business School

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