OPINIÓN

El camino posible tras la pandemia

Concluyo hoy una serie de tres columnas dedicadas a lo que creo que debe ser la nueva normalidad uruguaya post crisis del virus. 

Foto: Pixabay
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Hace cuatro lunes, escribí que esa nueva normalidad puede ser una nueva oportunidad para nuestro país. E insinué lo que dos semanas más tarde definí como los tres pilares necesarios y fundamentales para esa etapa: el fortalecimiento de políticas reputacionales, el impulso y la profundización de políticas pro crecimiento y la actualización de la red de protección social.

Hace dos lunes, vimos que es necesario generar una nueva oportunidad para dar un salto en nuestra tasa de crecimiento económico a largo plazo, situada en las últimas décadas en el rango de 2% a 2,5%. Y que para ello contamos con un presidente que no tiene el ADN social estatista propio de los uruguayos.

Finalmente, vimos que esa etapa post pandemia encontrará a los Estados exhaustos (muy endeudados y con altos déficits fiscales) para acometer la tarea de reconstrucción con sus propios recursos, por lo que el óptimo sería que, mediante buenas políticas, sienten las bases para que el motor lo asuma y desempeñe el sector privado. Porque, aunque se quisiera, no se podría hacer estatismo sin recursos.

Repasemos ahora las políticas necesarias y fundamentales que contienen esos tres pilares.
Para fortalecer las políticas reputacionales es necesario ir a una inflación de 2% a 3% como la de nuestros “compañeros de clase”. Además, debemos hacerlo para atenuar las situaciones de carry trade que cada tanto nos hacen apreciar nuestra moneda y alejar a nuestro tipo de cambio real del nivel acorde a sus fundamentos. Pero para poder hacerlo, hay que romper con la indexación salarial, que es la más rígida. Por otro lado, se debe reducir el déficit fiscal a un máximo de 2,5% del PIB de modo de hacer sostenible a la deuda. O a menos, si se la debe bajar en términos del PIB, como cada vez más, será el caso.

Hay varias políticas y reformas estructurales que permitirían apuntalar el ajuste fiscal minimizando el uso de los impuestos como herramienta: la reforma previsional, general, adecuando parámetros tras un cuarto de siglo; una verdadera regla fiscal, y no meramente testimonial; una reforma del servicio civil que conduzca a una clara reducción de la cantidad de funcionarios; y el tan mentado “ajuste del Estado” que libere recursos mal utilizados para asignar a donde se los necesita o a bajar el déficit. Para ese ajuste, sería clave repensar el presupuesto desde cero, sin dar por bueno lo que existe, y generando incentivos para que cada jerarca justifique sus necesidades de recursos humanos, financieros y de infraestructura.

Entre las reformas pro crecimiento se destacan las que apuntan a mejorar el capital humano (enseñanza pública y reforma laboral), una apertura comercial (idealmente junto con el Mercosur) para lograr una inserción internacional más provechosa, el desarrollo del mercado de capitales y dar lugar, mediante mejores regulaciones e incentivos, a una mayor competencia en sectores orientados a la economía local (salud, transporte y, especialmente, empresas estatales, mediante nueva gobernanza).

Por último, es necesario actualizar las políticas sociales para esa nueva normalidad en la que muchos compatriotas pueden quedar a la vera del camino.

¿Qué se lograría con estas reformas? Se me ocurren cuatro resultados evidentes.
Primero, un tipo de cambio competitivo y más flexible ante shocks externos. Insisto: para esto será decisivo ir a una inflación “normal” y, a su vez, para esto, será imprescindible romper con la indexación salarial. La crisis actual es una oportunidad para acometer este desafío.

Segundo, menos y mejor gasto público, lo menos endógeno e indexado que sea posible.

Tercero, reglas de juego pro mercado, pro trabajo (genuino, privado), pro inversión y, last but not least, pro exportación. Sabemos, por nuestra propia historia de las últimas décadas, que de las crisis se sale mediante el impulso que puede dar el sector exportador agropecuario y agroindustrial.

Cuarto, mayor transparencia en el costo de la provisión de los servicios públicos y mejores posibilidades de rendir cuentas sobre programas y objetivos (“accountability”).

¿Cuáles serían los motores del despegue de nuestra economía hacia una tasa de crecimiento económico a largo plazo, del doble de la actual, más acorde con nuestro estadio de desarrollo?
Sin pretender agotar la lista, no dudo que ella sería encabezada por el ya referido, el agro y las agroindustrias. También, de manera indudable, estarían las llamadas “industrias del conocimiento”, con enorme potencial de crecimiento.

Otros sectores que creo que, más tarde o más temprano van a destacarse, son el turismo y el inmobiliario. Sin dudas, muy dependientes de los vecinos y sabemos que, con ellos, más allá de cierto umbral, dependemos de los tipos de cambios reales bilaterales, que suelen andar en subibajas. Pero el Uruguay de la nueva oportunidad debería estar en condiciones de convocar más allá del vecindario.

Por último, destaco a los servicios logísticos, tanto en zonas francas como en territorio no franco, sean puertos, transportes, almacenamiento, comunicaciones. Máxime si se pudiera acceder a ser un hub regional.

Este es el que creo el camino deseable y posible, tras la crisis del virus.

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