ENTREVISTA

Los cambios que se instalaron en la agenda energética a partir de la pandemia y la guerra

El hidrógeno verde es la fuente de sustitución ideal para toda la demanda no electrificable.

Alfonso Blanco – Ingeniero industrial, Director Ejecutivo de la Organización Latinoamericana de Energía. Foto: Estefanía Leal
Alfonso Blanco – Ingeniero industrial, Director Ejecutivo de la Organización Latinoamericana de Energía. Foto: Estefanía Leal

Según Alfonso Blanco, director ejecutivo de la Organización Latiniamericana de Energía (Olade), América Latina debería definir una postura común frente a los retos del cambio climático que marcan una hoja de ruta para la energía: los países emergentes, no responsables de los principales problemas que atravesamos como humanidad desde el punto de vista climático, ¿deben asumir políticas que exceden o comprometen sus posibilidades?, ¿dónde debemos hacer ese esfuerzo?, ¿quiénes deben asumir los costos? se pregunta. Para Blanco, que dejará la posición al frente de Olade en marzo próximo luego de dos períodos en el cargo (2017-2020 y 2020-2023), los fenómenos ocurridos a nivel global en los dos últimos años modificaron la agenda mundial en materia de energía, que debió poner énfasis en la seguridad energética como tema prioritario. En ese terreno, el ingeniero uruguayo destaca que la región, como principal generador de fuentes renovables en el mundo, tiene una oportunidad adicional. Advierte que la crisis derivada de la guerra en Ucrania dejó en evidencia las falencias del modelo europeo, afirma que la energía nuclear es una opción que puede coexistir sin dificultades con las renovables y destaca el hidrógeno verde como la gran oportunidad para modificar el panorama energético mundial. A continuación, un resumen de la entrevista.

—Después de este proceso de pandemia, inflación, guerra, problema de oferta y alza de precios en la energía, ¿hubo que plantearse una nueva agenda global?

—Lo que hay es un reordenamiento de prioridades. La pandemia genera una crisis de oferta y demanda en absolutamente todo, y eso también impactó fuerte en el sector de la energía. Lo vimos al inicio de la pandemia con precios muy bajos en el crudo. Hace, un año, cuando la COP 26 en Glasgow, se estableció como prioridad la acción climática de parte de los países y el sector energía entre los aspectos más salientes. Un tema que se reforzó aún más en la reciente COP 27. Claro que en medio de ello estalla la guerra en Ucrania y la realidad cambia. Se instala ya no solo la necesidad de una apuesta cada vez más fuerte en las renovables como se venían trabajando, sino que el tema pasa a ser la seguridad energética, el suministro. Es un problema grave. La dependencia europea del gas ruso, coincidente con una salida anticipada de Europa de la oferta nuclear interna, que lo deja altamente dependiente del gas. Más allá del respaldo proveniente de otras regiones, no hay forma de responder con celeridad a este problema. Las fuentes renovables no son suficientes para sustituir el faltante por los problemas de gas y la agenda necesariamente pasa a estar encabezada por ese problema emergente, el de la seguridad energética. Que hoy lo sufre especialmente Europa, pero que es importante atender con una mirada global.

—El modelo europeo se vio fuertemente sacudido; ¿hay un cambio de paradigma a partir de esta realidad?

—El modelo europeo, fuertemente motivado por las transiciones energéticas, es válido. El tema está dado fundamentalmente en los instrumentos de corto plazo utilizados para esa visión de largo plazo. Eso es lo que, de alguna forma, está teniendo un impacto muy fuerte en los precios internos, en la construcción de los mercados, porque se han puesto en evidencia problemas claros de diseño de los mercados de energía, no solamente en Europa, sino también en otras regiones del mundo. Los mercados eléctricos europeos están muy fuertemente sustentados en contratos de corto plazo y en modelos regulatorios que funcionan muy bien, de forma muy competitiva y dan buenas señales en condiciones de estabilidad. Pero con este tipo de shocks, se puso en evidencia que no está en condiciones de responder de forma apropiada. Y esa es una gran diferencia con América Latina y el Caribe.

—¿Cuál es la realidad, en términos relativos, de nuestra región?

—Veamos el sector eléctrico; nuestro sistema en principio tiene una gran fortaleza, que es la muy alta penetración que tiene la hidroelectricidad dentro de los sistemas de la región. Esa es la batería que tiene el sistema energético de América Latina y el Caribe, que permite además una muy alta penetración de fuentes renovables intermitentes como es la eólica o la solar. Es el gran diferencial que existe con mercados que están muy fuertemente condicionados por generación en base fósil, ya sea gas natural o carbón, como gran parte de los países del mundo. Es un gran activo que tenemos, que ayuda a estabiliza el régimen de precios. No se puede decir que esta crisis de abastecimiento no haya tenido un impacto en la región, porque los países que son importadores de gas natural licuado han sufrido un incremento enorme en los precios, pero sin embargo ese efecto se ve amortiguado por una construcción de nuestros sistemas que están fuertemente basados en la hidro y también en contratos de abastecimiento de largo plazo, que otorgan una fuerte estabilidad a los sistemas.

—Y también la interconexión…

—Sin dudas, la integración claramente ayuda. Fijémonos en Brasil, que el año pasado vivió una de las crisis hídricas más severas de su historia y la interconexión con otros mercados vecinos, caso Uruguay, fue la mejor respuesta en términos de seguridad energética.
Ese precisamente es un punto clave, que genera incertidumbre en otras zonas donde no se puede dar respuestas como en nuestra región. Actualmente, la seguridad energética se está viendo fuertemente afectada por la falta de confiabilidad en los distintos esquemas de respaldo.
Acá lo vemos entre algunos países andinos, también indudablemente en un modelo de integración que ha dado muy buenos resultados en Centroamérica, y en el Cono Sur, con intercambios permanentes permanentes entre Paraguay y Brasil; Paraguay y Argentina; Argentina y Uruguay, o Uruguay y Brasil. Todo eso se da en términos de bilateralidad, porque no existe un mercado profundamente integrado y dinámico, con reglas conjuntas para su manejo. Ojalá algún día exista ese esquema. Pero por lo pronto, con las actuales condiciones, los intercambios existen y son parte de la respuesta en términos de seguridad energética. Puede que nos cueste verlo con claridad, pero es un diferencial a favor con otras zonas del mundo.

—Esa seguridad energética está basada en la generación de fuentes renovables para los sistemas eléctricos, pero estamos bastante más atrás, los países de esta región, en términos de incorporación de esa energía en los sistemas de transporte...

—Claramente. El abordaje debe ser distinto. Y también debe ser diferente para países netamente importadores de petróleo que para aquellos que son productores y más allá de la intención de ir progresando en la matriz, la propia conformación de su economía a partir de la extracción de hidrocarburos es diferente.
Hay un consenso en prácticamente toda América Latina y el Caribe de ir hacia la descarbonización de la economía. Existen compromisos asumidos en términos climáticos, pero en segmentos de consumo como el transporte, la sustitución de fuentes es compleja, y diversa entre los países, como comenté antes.
Cuando hablamos de cambio climático –e incursionamos en temas como la descarbonización— la discusión de fondo es sobre desarrollo. ¿Por qué lo planteo así? Porque nuestra región aporta, en términos de gases de efecto invernadero a nivel del sector energía, es un 5% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Porque tenemos la matriz más verde del planeta, porque en términos comparativos comparativos al producto de nuestra región estamos por debajo en el aporte. Pero adicionalmente, porque en el stock global, en ese inventario de gases de efecto invernadero en la atmósfera, lo que nuestra región contribuyó a nivel de la historia es mínimo. Ese stock es producto del desarrollo prematuro de otras economías, que son los responsables de alguna forma de ese stock de gases de efecto invernadero.

—Así ha estado planteado el tema en la última cumbre del Clima…

—Exacto, por eso digo que es una discusión de desarrollo, quiénes son los responsables principales de esta realidad y quienes deberían ser los beneficiarios delas ayudas para mitigar esos efectos.
Nuestra región es una de las regiones más vulnerables a los efectos del cambio climático. El Caribe está observando eventos severos a nivel climático, que tienen un impacto enorme en términos económicos, de salud y de vidas humanas. Entonces, estamos hablando que una región muy vulnerable, que no contribuye de forma sustancial a ese problema climático.

—Entonces, ¿cómo deberíamos posicionarnos ante esta realidad?

—El tema es, nosotros tenemos una restricción de sustitución de fuente. Pero la decisión, desde el punto de vista de política pública es, ¿hasta dónde debemos hacer ese esfuerzo para que sea un costo eficiente a nivel de nuestras economías? Debemos preguntarnos si es razonable incorporar tecnologías altamente costosas, en economías emergentes que, de alguna forma, no son las responsables de esa amenaza que existe. Eso hace a una parte importante de la decisión desde el punto de vista de políticas públicas. Y es parte de las grandes discusiones que tiene que enfrentar América Latina y el Caribe.

Alfonso Blanco, Olade. Foto: Estefania Leal
Alfonso Blanco, Olade. Foto: Estefania Leal

—Volviendo a Europa, por el momento es crítica la situación, pero, ¿es tan sencilla la solución como que termine la guerra y abran la canilla del gas?

—Creo que yo creo que hay un reordenamiento en términos de geopolítica. En este momento, no es que Rusia no esté exportando petróleo. Lo está haciendo con nivel de descuento sobre sobre el precio del mercado internacional para un grupo de países que se convierten en su nueva demanda. Hay un redireccionamiento de esa oferta. Y aunque exista una solución al conflicto bélico, el mercado ya ha tenido cambios. No olvidemos que Rusia, en términos en términos de gas y petróleo, es uno de los principales productores a nivel a nivel global, y eso hoy está siendo direccionado a China, a India, a grandes economías que están comprando ese producto. Y si se compara con los niveles de precios observados hace dos años, el diferencial de precio es muy alto.

—Pero cuando se supere el conflicto bélico, ¿qué harán países no autosuficientes en materia energética hoy día, como Francia, Alemania o España?

—Creo que el tema será la construcción de nuevos esquemas de alianzas a nivel a nivel global, y ahí entran temas como el hidrógeno, que es una sustitución real a cierta demanda que no es electrificable. Porque la electromovilidad nos permitirá actuar en el consumo individual, pero es poco electrificarle el transporte de larga distancia, el transporte marítimo o la movilidad aérea. Y ahí el hidrógeno tiene ese espacio. A eso agreguemos que también en los consumos térmicos el espacio a ganar es del hidrógeno, porque resulta la mejor opción.En ese segmento entra la industria del acero o la del cemento, grandes consumidores de energía que tienen una necesidad térmica, que no es electrificarle. Es la gran oportunidad para responder a ese desafío de la descarbonización a nivel global, con una opción que, desde el punto de vista de seguridad energética, plantea un grado de diversificación mucho más amplio.

—¿Es factible un nuevo impulso de la energía nuclear como opción?

—Claro que sí nosotros, nosotros (en Olade) tenemos un acuerdo con el Agencia Internacional de Energía Atómica y algunas líneas de trabajo conjunto. Hoy podemos decir que la energía nuclear está en proceso de reactivación a nivel global, con más fuerza quizás en Europa. Será parte del abanico de opciones de soluciones a los problemas de energía en el mundo, con las restricciones que tienen esas tecnologías para países como el nuestro. Cuando se analizó este tema en Uruguay, el horizonte temporal de la energía nuclear era 15 años. Además, hay una cuestión de escala. Las renovables dan una respuesta más rápida, eficientes en el costo y modular, porque se pueden incorporar paquetes de renovabilidad, siguiendo la evolución de la demanda.

Alfonso Blanco, Olade. Foto: Estefanía Leal
Alfonso Blanco, Olade. Foto: Estefanía Leal

—¿Cuál es el balance al cerrar un período de seis años al frente de Olade?

—Ha sido una enorme experiencia. Se pudo lograr cumplir con todos los elementos que estaban presentes en mi plan de gestión, desde el punto de vista de lo que en su momento se planteaba como estrategia país, tratando de demostrar el rol y la evolución que había tenido el sector energía en Uruguay, como un modelo para el resto de la región. El organismo se transformó, hoy tiene espacio en todos los ámbitos donde se discute el tema energético, al mismo nivel de relevancia que tienen otras agencias de impacto global. Abordamos todos los temas de la energía y también de la discusión climática. Se trabajó para generar capacidad y apoyar políticas públicas, tratar de desarrollar el sector energético de nuestra región. Y culmino mi período bastante conforme con los resultados.
También hay un elemento que debo destacar: e en una región que tuvo una inestabilidad política institucional bastante marcada durante estos últimos seis años, Olade fue de los pocos organismos internacionales que no solamente se mantuvo, sino que continuaron los espacios de diálogo de forma ininterrumpida, sin ningún tipo de conflictividad. 27 países diferentes, con realidades cambiantes en la interna, hubo un compromiso de mantener esta institucionalidad y darle herramientas para que se trabajara en la agenda de la energía.

—¿Qué desafíos tiene por delante Olade?

—Uno de los desafíos más, más fuertes es tratar de capitalizar las grandes oportunidades que vamos a tener en este tiempo como región. En todo el mundo solamente hay 20 países que tienen una renovabilidad por encima del 70% en la generación de electricidad. De esos 20 países, 12 están en América Latina y el Caribe. Un 33% de renovabilidad, cuando el resto del mundo tiene un 13%. Ahí hay grandes oportunidades para avanzar, más en el contexto de un conflicto bélico y crisis de abastecimiento energético, que impacta en las cadenas de suministro, en la distribución de alimentos, en muchos ámbitos. Hay que poner en valor ese aspecto y que sea considerado como un diferencial a la hora de captar inversiones productivas. América Latina da certezas desde el punto de vista de la generación de energía.
Nuestra región tienen debilidades desde el punto de vista institucional y político, claramente, pero la disponibilidad de recursos que tenemos que aprovechar. Los generadores eólicos de la Patagonia funcionan con un 60% de capacidad, mientras en Alemania funcionan por debajo del 20%. Lo mismo pasa con la solar en el norte de Chile o sur de Perú, en comparación con otras zonas del mundo. Hay condiciones de operación que no las tienen otros países, pero tenemos que saber capitalizarlo.

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