ENTREVISTA

Brasil y las elecciones: ¿cheque en blanco a los votantes?

Las fuentes de crecimiento de este año no existirán el año que viene y no hay reformas en perspectiva que hayan sido presentadas por el actual Gobierno.

Fabio Giambiagi – Investigador asociado de la Fundación Getúlio Vargas. Foto: El País
Fabio Giambiagi – Investigador asociado de la Fundación Getúlio Vargas. Foto: El País

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A mes y medio de las elecciones en Brasil, las dos principales candidaturas —Lula y Bolsonaro— generan una perspectiva donde el elector, “no tiene idea de lo que le espera”, asegura el economista Fabio Giambiagi, especialista en temas fiscales y máster en ciencias económicas por la Universidad Federal de Río de Janeiro. “Lula dice que no necesita aclarar porque la gente lo conoce y Bolsonaro no sale de su prédica anticomunista”, explicó. En ese contexto, advierte que el actual presidente desaprovechó una enorme oportunidad de hacer las reformas necesarias para el país, pero se concentró básicamente en la agenda de su reelección, en un período que califica como “democracia disfuncional”. Un eventual triunfo de Lula recién podría aclarar los lineamientos económicos una vez que confirme quien será el ministro de Economía, que podría surgir de los partidos no izquierdistas aliados al PT. Todo esto ocurre en el marco de una economía que este año crecerá por encima del 2% pero que quedará estancada en 2023, con una larga serie de desafíos por resolver. A continuación, un resumen de la entrevista.

—¿Cómo se desempeña la economía en ese contexto electoral y ante la fuerte posibilidad de cambio de signo del gobierno?

—En realidad, el desempeño de la economía viene siendo bastante bueno, a la luz de las perspectivas que se tenían a comienzos del año. Deberemos tener un crecimiento del producto entre 2 y 2,5 % y principalmente una caída muy importante de la tasa de desocupación. El elemento negativo, como en todo el mundo, es la inflación, que en 12 meses anduvo por arriba del 10 %, pero probablemente llegue a diciembre en algo del orden del 7 %.

—Y observando los cuatro años, ¿qué balance hace del desempeño económico del gobierno de Bolsonaro?

—Una oportunidad perdida. Bolsonaro tuvo en sus manos la posibilidad de hacer un giro hacia el centro similar, desde el polo ideológico opuesto, al que Lula hizo en el 2003. Si él hubiese dado un guiño al centro, podría haber tenido excelentes cuadros en su Gobierno y conservado una agenda de reformas, después de la pandemia. En lugar de eso, dejó en veremos las dos principales reformas que hay que hacer —la tributaria y la de una nueva regla fiscal— y se concentró básicamente en la agenda de su propia reelección. Llega al final de su Gobierno con un crecimiento satisfactorio este año, pero con bajos niveles de inversión, escaso espacio para el crecimiento futuro y habiendo anticipado crecimiento en base a medidas populistas que inflan el consumo artificial y temporariamente. Debido a eso, las perspectivas para el año que viene son bastante sombrías en materia de crecimiento.

—Si tuviera que identificar el mayor logro en lo económico de este período, ¿cuál sería?

—El mayor logro fue la reforma del sistema previsional, fruto del debate que se vino desarrollando en los dos años anteriores (2017 y 2018), sin dudas. Una reforma que está en plena implementación, sin dificultades.

—Como contrapartida, ¿dónde ha estado lo más negativo desde lo económico en la administración Bolsonaro?

—La peor nota fue la desmoralización del proceso presupuestario. ¿Qué fue lo que ocurrió? Básicamente, debido al riesgo de impeachment, el presidente hizo una alianza con grupos parlamentarios poderosos, a cambio de darle pleno control de los recursos de una franja muy importante del presupuesto. El resultado es que, en cierta forma, el Poder Ejecutivo abdicó del derecho de gobernar, porque quien ordena el gasto hoy son los diputados influyentes de su grupo de apoyo, cuyo horizonte se limita al máximo a 4 años. Con eso, estamos gastando miles de millones de reales en verdaderas estupideces —perdón si la palabra resulta fuerte, pero de eso se trata— que no representan nada en materia de infraestructura nacional. Me refiero a gimnasios, pequeños parques, plazas, etc. Tenemos un país que tardó dos años en realizar el censo decenal por falta de plata y gasta casi 10 mil milllones de dólares al año en obras, en parte inútiles. Es una especie de democracia disfuncional, con una dosis descomunal de desperdicio de recursos públicos.

—¿Es posible trazar una línea en base a la que comparar la oferta electoral?

—Es curioso, porque vivimos una polarización entre dos vacíos. Ambos polos de la disputa (Lula y Bolsonaro) generan perspectivas por las cuales el elector no tiene la menor idea de lo que le espera. Lula dice explícitamente que no necesita aclarar qué va a hacer porque la gente ya lo conoce y Bolsonaro se limita a una prédica anticomunista que recuerda a la Guerra Fría, sin nada de concreto para presentar como ideas generales de un segundo Gobierno. Por parte de la candidatura de Lula hay un programa genérico que poco significa a la hora de concretar políticas en caso de ser gobierno. Lo que está claro es que las fuentes de crecimiento de este año no existirán el año que viene. No hay reformas en perspectiva que hayan sido presentadas por el Gobierno. Es como si ambos candidatos le pidiesen al elector una especie de cheque en blanco.

—El gasto social se incrementó en Brasil en los últimos años, debido a la emergencia generadas por la pandemia y el posterior empuje inflacionario. Sin embargo, ese gasto se mantuvo en el año electoral…

—Reducir su nivel será políticamente imposible, pero ampliarlo a su vez no tiene sentido, porque lo que se gasta ya es mucho. La palabra clave aquí es lo que en portugués llamamos "reestructuración" del gasto. O sea, conservar su nivel, pero gastando menos en algunos programas y más en otros. El programa Auxilio Brasil, que reemplazó al Bolsa Familia, es un programa pésimamente diseñado —al contrario del Bolsa Familia— y que deberá modificarse, probablemente gastando menos a medida en que la crisis vaya siendo superada. Al mismo tiempo, quedó claro que necesitamos un programa de estímulo para los trabajadores informales, que empiece con un plan piloto y vaya creciendo con el tiempo. Pero ojo, que son cosas diferentes. Aquí se gastó a rajacincha para ganar las elecciones y lo que tendremos que hacer es trabajar con especialistas en políticas sociales que entiendan bien del tema. Es como si tuviésemos que reemplazar a halterofilistas por relojeros, son dos cosas muy diferentes.

Fabio Giambiagi
Fabio Giambiagi

—En ese contexto, ¿cuál es la realidad de los indicadores sociales hoy en Brasil, y de qué forma valora el resultado del actual gobierno en esa área?

—Hubo una respuesta anticíclica muy importante, que permitió enfrentar la pandemia con un costo relativamente bajo en materia de aumento de la desocupación. Por otra parte, en materia sanitaria, el número de muertos por el COVID (casi 700 mil) es una tragedia dramática, con una relación entre los números de Brasil y el número de muertos en todo el mundo que es mucho mayor que el porcentaje del orden de 3 % de la participación brasileña en la población mundial. Además, hubo un retroceso igualmente dramático en materia de educación. Tuvimos ministros a los cuales más cabría calificar como energúmenos desde el punto de vista profesional, personajes que parecen escapados de un libro de García Márquez. Para un país muy atrasado en materia educativa, fueron cuatro años perdidos, donde hemos dejado pasar un tiempo enorme, de discontinuidad de políticas y secuelas muy graves de entre uno y dos años sin clases en muchos lugares.

—Ese gasto mayor del que hablamos genera tensión con el resultado fiscal. ¿El techo del gasto establecido en la Constitución, tiene un valor real o es simplemente un concepto “decorativo”?

—El techo del gasto es una figura que el propio Gobierno desgastó mucho, porque su concepción original era de una regla rígida y el Gobierno en 8 meses cambió dos veces la Constitución para abrir espacio al aumento de gastos, con lo cual se verificó la vieja regla de que en Brasil "la regla es cambiar la regla", ante lo cual se compromete la credibilidad, inclusive de cambios futuros, que no se sabe cuánto podrán durar. El balance es muy negativo en ese tema. Es cierto que hubo una mejora del resultado fiscal, pero a costa de una enorme incertidumbre con respecto al futuro.

—Ante la posibilidad de un triunfo de Lula, ¿en qué pilares se apoya la agenda económica del candidato y su equipo?

—Eso va a depender crucialmente de quien sea el ministro de Economía. Específicamente, de la respuesta a un punto: ¿será un cuadro del PT tradicional o será fruto de una coalición política, donde por ejemplo se podría apuntar para el cargo a una figura asociada al vicepresidente Alckmin, con cara "tucana"? Ese juego se va a jugar recién en noviembre. Hasta entonces, hay muchas más incógnitas que respuestas. Lula probablemente tiene en cuenta algo parecido al 2003, cuando su Gobierno fue muy bien recibido por el mercado, pero nadie sabe a ciencia cierta cuan compenetrado está acerca del hecho de que la situación macroeconómica del 2023 va a ser muy, pero muy diferente con respecto a la del 2003.

—¿Y qué podría pasar en un gobierno de Lula con respecto al cuidado de las cuentas públicas?

—Hoy se estima que el déficit primario del año que viene puede ser del orden de 2 % del producto. A eso hay que sumarle algo del orden de 5 % del producto de intereses. Será una situación muy difícil, donde habrá que pensar en hacer un ajuste, aunque sea diluido a lo largo de 4 o 5 años, del orden de 4 puntos del PIB. Probablemente tendremos el cierre de algunas brechas tributarias para recaudar más —cosa que yo veo como positiva— pero habrá que ver qué disposición tiene el Nuevo Gobierno, si es liderado por él, para reducir la proporción entre el gasto y el producto.

—Usted mencionó antes que el mercado de trabajo mejoró en la primera mitad del año, bajando la tasa de desempleo de los dos dígitos donde estaba instalada. ¿Esa mejora es sustentable?

—Casi todos los analistas trabajan con la perspectiva de que la tasa de desocupación aumente en el 2023, en el marco de una economía estancada o que crecería al máximo 0,5 %.

—¿Cuál ha sido el impacto de la reforma laboral en Brasil?

—Las opiniones se dividen al respecto. Personalmente, veo como positivo el aumento del grado de flexibilidad que permitió y es uno de los factores que explica por qué tenemos una desocupación menor que en el pasado. Al mismo tiempo, sabemos el peso que los sindicatos tendrán en un eventual Gobierno del PT. Lula tendrá que ser hábil para no practicar retrocesos en esa área, porque la repercusión especialmente en el ámbito de la pequeña y mediana empresa sería muy negativa.

—La baja en los precios de la electricidad y los combustibles, ¿están permitiendo controlar la inflación este año?

—Indudablemente sí, pero con un componente algo artificial, por la caída de los impuestos, que generó un serio problema federativo. La previsión es que este año la inflación sea del orden de 7% y para 2023, cerca del 5%.

—Un crecimiento del PIB al 2% anual, como apuntan las proyecciones, parece bastante insatisfactorio. ¿Qué necesita para crecer a tasas más altas?

—El país tiene un inmenso desafío, asociado a la necesidad de aumentar la productividad, algo que está totalmente ajeno al debate electoral. Dentro de 25 años, la población económicamente activa será igual a la actual, lo cual es un desafío enorme si se tiene en cuenta que eso significa que todo el crecimiento tendrá que venir de la productividad, que fue bajísima en los últimos 10 o 12 años.

—¿Qué puede pasar con Brasil en términos de inserción internacional?

—Con Lula evidentemente habrá un regreso a la posición tradicional de Brasil, muy afectada en los últimos 3 años cuando pasamos a ser prácticamente unos parias internacionales. Sin embargo, no está nada claro cómo esa posición más abierta al mundo en un eventual Gobierno Lula se traduciría en una postura comercial más pro apertura de la economía, tema siempre medio tabú para el PT. También en este caso, las cosas en parte dependerán de qué corriente económica tenga el timón en el Ministerio de Economía.

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