OPINIÓN

Una Argentina empobrecida y barata, por mucho tiempo

La gran pregunta es saber si este “shock negativo” que estamos recibiendo será permanente o transitorio. A efectos de minimizar el riesgo de equivocarse debería asumirse como permanente.

Foto: El País
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Primer dato. En la balanza de pagos del primer trimestre se informó que los ingresos por el rubro “viajes” (es decir, por turismo y compras de turistas) alcanzaron a US$ 447 millones, poco más de la mitad (52%) que dos años antes, en el primer trimestre de 2020, en cuyo final, el viernes 13 de marzo, llegó oficialmente la pandemia a nuestro país.

Pero ese verano ya había sido muy malo para el turismo receptivo dado que, en la etapa final de Macri, agravada tras el resultado de las PASO el 11 de agosto, se había vuelto a depreciar el peso argentino y a ampliar la brecha blue-oficial. Aquel primer trimestre de 2020 había registrado ingresos por US$ 861 millones, muy por debajo de los máximos de algo más de 1.300 millones en los veranos de 2017 y 2018, cuando la moneda argentina no había empezado a deslizarse por el tobogán y la brecha cambiaria era casi nula.

Segundo dato. El Índice de Precios de Frontera, que elabora la UCU en su Campus de Salto, registró en julio la mayor diferencia de precios entre Salto y Concordia para toda la serie, iniciada en 2015. Dicho índice compara los precios en ambas ciudades, para una canasta mayoritariamente de bienes.

En julio mostró que en Salto los precios estaban 174% más caros que en su ciudad vecina. Ese índice comprende una canasta casi totalmente integrada por bienes, pero todo hace suponer que en el caso de los servicios las cosas pueden ser aún más contundentes. Salto y Concordia prueban hoy día lo que Favaro y Sapelli mostraron en el primer CERES a mediados de los ochenta: que cuando la diferencia de precios entre las dos orillas es demasiado grande, hasta los “no transables” se vuelven transables.

Hablando en sencillo, hasta un corte de pelo pasa a ser “importado” por los visitantes uruguayos en Argentina. De hecho, testimonios que recogí en una muy reciente visita a aquella ciudad dan cuenta de que el consumo de servicios del otro lado del Río es extraordinario, incluyendo comidas fuera del hogar, servicios relativos a la estética y hasta la realización de fiestas familiares.

Tercer dato. En el mes de julio, el tipo de cambio real bilateral entre Uruguay y Argentina se ubicó, para el “blue”, en el 46% del nivel promedio de 2000 a 2021. Mientras tanto, en el caso del “oficial” estuvo muy próximo a ese promedio histórico, en 98%. Lo que sirve de muy poco a nuestros exportadores dado que en Argentina se permite importar con cuentagotas debido a la peculiaridad de que casi no tienen dólares en un mundo en el que éstos abundan.

La gran pregunta ante ese panorama consiste en saber si este “shock negativo” que estamos recibiendo desde Argentina desde hace algunos años (con el paréntesis debido a la pandemia, producido por el cierre de fronteras, que dio respiro a los comerciantes del Litoral) será permanente o transitorio. Más allá de que, siendo negativo, a efectos de minimizar el riesgo de equivocarse debería asumirse como permanente. Porque de ese diagnóstico dependerán las respuestas que se puedan ofrecer desde las políticas públicas.

Esa pregunta nos lleva a situarnos en Argentina y en sus políticas, en el libreto retrógrado y tremendamente equivocado en el que se insiste una y otra vez. Una Argentina en estanflación, con un PIB per cápita que es el mismo de hace 15 años, con casi la mitad de su población bajo la línea de pobreza y aproximándose raudamente a una inflación interanual mayor al 100%, la que se alcanzará en pocos meses.

Basta repasar la serie de las malas políticas y de sus malos resultados para no poder vislumbrar la luz al final del túnel, para comprender que no parece haber solución a la vista. Así tenemos, por ejemplo: un gasto público que ha subido extraordinariamente en lo que va del siglo y que supera el 40% del PIB; un considerable exceso de funcionarios en los tres niveles de gobierno de la Argentina federal; políticas sociales mal diseñadas que se llevan parte de ese presupuesto y que generan incentivos para no buscar trabajo; decenas de impuestos que se acumulan sin tener como referencia una estructura razonable y coherente del sistema tributario; detracciones sobre las exportaciones que afectan la oferta de la producción agropecuaria; enormes subsidios al consumo de energía y, a partir de ellos, al transporte público; numerosos tipos de cambio que, entre otros resultados, profundizan los malos incentivos a la producción. Y, en la actual coyuntura, un riesgo país por las nubes que denota la inexistencia de crédito para el Estado; una brecha cambiaria que está por encima del 100%; un stock de pasivos del BCRA que crece como bola de nieve; un déficit fiscal en el sentido más amplio que supera los 10 puntos del PIB. Todo esto en el marco de un acuerdo con el FMI que ambas partes firmaron resignadas y no convencidas, con el propósito de “llegar a octubre” del año próximo. Y, en la base de todo lo anterior, una crisis política permanente en la cúpula del poder, ahora tripartita.

¿Es posible desfacer este entuerto? ¿Quién le puede poner al cascabel al gato?

Desde un punto de vista estrictamente económico, se podría idear un plan bien secuenciado y sincronizado de medidas y reformas que pudieran encaminar la nave con un mejor destino. Pero a poco de filtrar ese eventual plan por el tamiz de las restricciones que impone la economía política, se pierde toda posibilidad.

En ese contexto, imagino una Argentina con escaso crecimiento, empobrecida y barata por tiempo indeterminado. Desde este lado de los ríos, debemos prepararnos para convivir con un vecino en ese estado. Debemos asumir esta situación como permanente.

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