OPINIÓN

Los aportes de “Charlie”: Carlos Végh y la política fiscal

Ya sea a través del gasto público o de las tasas impositivas, los gobiernos tienden a amplificar el ciclo económico, exacerbando los auges y profundizando los declives.

Foto: El País
Economista Carlos Végh. Foto: El País

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Carlos “Charlie” Végh es quizás el economista uruguayo más reconocido a nivel mundial. Es actualmente profesor e investigador en John Hopkins University y ha realizado grandes aportes en macroeconomía, luego de graduarse en la American University (1983) y obtener su doctorado en la Universidad de Chicago (1987). Tras ello enseñó en UCLA (Universidad de California, Los Ángeles) y en la Universidad de Maryland, antes de ser Economista Jefe del Banco Mundial para América Latina. Hace unos meses, esta trayectoria fue reconocida con el Premio Carlos Díaz-Alejandro 2021 de la Asociación de Economía de América Latina y el Caribe (LACEA por su sigla en inglés), el galardón más prestigioso para economistas en la región, que por primera vez obtuvo un uruguayo.

La semana pasada dio una muy buena conferencia para la Academia Nacional de Economía de Uruguay (Acadeco) al exponer sobre teoría y evidencia de prociclicidad en política fiscal.

Este es un tema que ha estado investigando durante los últimos 20 años luego de hacer contribuciones significativas en estabilización inflacionaria, política monetaria y sistemas cambiarios óptimos. Además de ser guiado en su tesis doctoral por el genial Jacob Frenkel y ser coautor de Guillermo Calvo en varios estudios emblemáticos, Végh publicó en 2014 Open Economy Macroeconomics in Developing Countries, un monumental libro con los contenidos de sus clases de Macroeconomía en Economías Abiertas.
Antes había concluido sobre programas de estabilización que, cuando están basados en el tipo de cambio como ancla nominal, al estilo de las famosas tablitas del cono sur, hay una expansión económica inicial y solo más tarde una recesión. En cambio, cuando el ancla nominal es la cantidad de dinero, la recesión suele ser al comienzo. Por lo tanto, cualquier programa antiinflacionario va a generar sacrificios y costos, pero se puede elegir entre tenerlos al inicio (tipo de cambio flexible) o al final (tipo de cambio administrado o fijado).

En el manejo de instrumentos de gestión monetaria, Végh había planteado que los países emergentes enfrentan un gran dilema de política. Cuando, por ejemplo, caen los precios de los commodities, se generan presiones recesivas y tiende a subir el tipo de cambio y la inflación, el Banco Central debe elegir entre subir la Tasa de Política Monetaria (TPM) para defender la moneda a costa de agravar la recesión (política monetaria procíclica), o bajar la TPM estimulando el PIB, pero a costa de mayor depreciación y salida de capitales (política monetaria contracíclica). Este es un dilema que no enfrentan los países desarrollados, donde el PIB y la inflación suelen moverse en la misma dirección.

Respecto a sistemas cambiarios óptimos, sus hallazgos han puesto en duda la doctrina tradicional (del modelo Mundell-Fleming) en la que, si predominan los shocks monetarios, el tipo de cambio administrado es el mejor, y en cambio, cuando prevalecen los shocks reales, el tipo de cambio flexible es una alternativa superior. Si bien eso es cierto bajo rigideces de precios, si existen sobre todo fricciones en los mercados de capitales, el resultado se revierte. Shocks monetarios favorecen el tipo de cambio flexible y shocks reales el tipo de cambio fijo.

También en temas relacionados aportó teoría y evidencia sobre la incapacidad de lograr metas de Tipo de Cambio Real vía política monetaria/cambiaria, sin mejoras sustantivas de ahorro fiscal o privado.
Sobre sus investigaciones en finanzas públicas, Végh rescató 4 grandes conclusiones en su conferencia de la semana pasada en la Acadeco, que son claves para la gestión macroeconómica de nuestros países.

Primero, reafirmó el carácter procíclico de la política fiscal en países emergentes en base a evidencia para los últimos 60 años. Ya sea a través del gasto público o de las tasas impositivas, los gobiernos tienden a amplificar el ciclo económico, exacerbando los auges y profundizando los declives. Este es uno de los principales problemas que enfrentan los países emergentes porque reduce el bienestar de las personas, aumenta la volatilidad de sus ingresos e intensifica las crisis económicas.

Segundo, las razones de esa prociclicidad pasan fundamentalmente por las presiones políticas para impulsos fiscales en “los buenos tiempos”, que suelen considerarse como permanentes, combinado con las restricciones de endeudamiento en “los malos tiempos”. Estos últimos suelen asumirse como transitorios, pero la escasez de financiamiento obliga a recortar gastos y subir impuestos, en medio de la fase contractiva.

Tercero, pese al carácter predominantemente procíclico, algunos países emergentes se han “graduado” en los últimos 20 años con una política que se transformó en acíclica o contracíclica. En América Latina destacan los casos de Chile, Colombia, Costa Rica, El Salvador, México y Panamá.
En Uruguay, en cambio, la política fiscal se volvió más procíclica desde 2000, siendo el país de mayor prociclicidad en América Latina durante las últimas dos décadas, detrás de Venezuela.

Por último, la evidencia encontrada sugiere que la adopción de ciertas reglas e instituciones fiscales han sido claves para reducir la prociclicidad y sus costos. Muy buenas reglas son las basadas en el déficit estructural, ya sea primario o total. Pero es clave la voluntad y el liderazgo político para comunicarlas, transmitir sus beneficios, dotarlas de una buena institucionalidad y sobre todo, cumplirlas. De lo contrario, estarán lejos de ser una panacea, como los aportes de Carlos Végh también sugieren.

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