COMPORTAMIENTO

Vivir solos: los beneficios y los riesgos de la soledad

Aunque siempre depende de las circunstancias, vivir solos supone un aprendizaje que implica enfrentarse a diferentes desafíos. 

Vivir solo siempre trae aprendizaje
Vivir solo siempre trae aprendizaje. Foto: Shutterstock

Tener reglas propias, no obedecer ninguna orden, comer lo que queramos, limpiar cómo y cuándo queramos, levantarnos a la hora que sea o escuchar música alta en cualquier momento, prender la luz para leer en el medio de la noche. La tranquilidad, el silencio, la comodidad, el tener un espacio propio, un lugar que nos pertenece a nosotros y a nadie más, que tiene nuestro rastro, nuestra huella, nuestro toque personal.

Vivir solo no es lo mismo que estar solo y mucho menos tiene que ver con sentirse solo. Tiene muchos beneficios pero también puede traer algunas consecuencias. Siempre dependerá de las circunstancias de cada persona, de lo voluntaria o no que haya sido la decisión, del momento de la vida, de los afectos que tengamos afuera de casa, de qué tan bien nos llevemos con la soledad.

Gastón tiene 27 años y hace cuatro que vive solo. Es de Montevideo y se fue de la casa de sus padres cuando tuvo un trabajo que le permitió la independencia. Le gusta estar solo, dice, especialmente cuando las jornadas en su trabajo se le hacen largas, intensas y estresantes. Entonces cuando llega de noche a su casa se sienta en el sillón, pone los pies arriba de una silla y se queda en silencio por un rato. Y ese rato, dice, lo hace sentirse bien, lo recompone. Ese mismo sillón por las noches hace de cama. Vive en un monoambiente y cree que por ahora, para él, está bien. Después come cualquier cosa que tenga a mano. O baja al supermercado que tiene en la misma cuadra del edificio y se compra algo, para la cena y para el almuerzo del otro día. Sabe que debería cocinarse más, comer mejor, pero cuando sale de trabajar el sillón vacío y tranquilo es una idea mucho más seductora que la cocina. A veces, dice, extraña la comida de la casa de sus padres, extraña llegar a tomar el mate de la tardecita con ellos, pero descubrió que le gusta vivir solo, sin depender de nadie más. Que eso le hace bien.

El aumento de los hogares unipersonales es una tendencia en Uruguay desde hace ya algunos años. Los últimos datos dicen que entre los años 1996 y 2011 la población creció apenas 3,7% mientras que los hogares crecieron 17,6%. Ese crecimiento se explica, en parte, por el aumento de los hogares unipersonales. Pero ya no son únicamente los adultos mayores los que viven solos. Ahora también hay muchos jóvenes que eligen la soledad, de manera definitiva o como un paso necesario antes de vivir en pareja. Además, el aumento de los divorcios y la disminución de los casamientos, hacen que el número de personas que viven solas aumente cada vez más.

Hoy, irse de la casa familiar ya no está tan asociado a un otro u otra, como sí ocurría hace algunas décadas cuando la “independencia” estaba vinculada, casi siempre, con irse a vivir en pareja. “Hoy tiene bastante más que ver con un proceso personal que se convierte en una experiencia deseada, ligada a necesidades personales”, explica la psicóloga Roxana Gaudio Piñeyro.

Vivir solo puede darse por elección o por circunstancias, y eso siempre determinará la manera en la que enfrentemos el desafío. “Tanto en la juventud como en la vida adulta el cómo lo vivamos, está cruzado por el contexto sociocultural en el cual estemos inmersos, así como también con el sentido que damos a ese proyecto de vivir solos”, sostiene la psicóloga.

Sin embargo, hay algo que es seguro: siempre supone un aprendizaje. “Según la etapa evolutiva en la que nos encontremos esos aprendizajes irán acompañados de mayores o menores beneficios así como también de distintas pruebas a sortear”, dice Gaudio.

En la juventud, por ejemplo, se asocia a experimentar la libertad y la autonomía “que supone enfrentarse a esa primera posibilidad de construir y vivir ‘a nuestro modo’”. Aunque así como supone beneficios, también trae algunos costos que hay que enfrentar, “por lo que es fundamental no idealizar el proceso para así poder disfrutar del mismo”.

Sentirse solo

Si se vive solo, sea por circunstancia o por elección, hay algunas cuestiones a tener en cuenta. Lo primero es saber que estar solo no es sinónimo de sentirse solo ni de aislamiento.

Según un estudio realizado por Julianne Holt-Lunstad y Timothy B. Smith, investigadores de la Universidad Brigham Young, la soledad y el aislamiento no van necesariamente de la mano.

“El aislamiento social denota pocas conexiones o interacciones sociales, mientras que la soledad implica una percepción subjetiva del aislamiento; la discrepancia entre el nivel de interacción social deseado y el real”. Es decir que las personas pueden aislarse socialmente pero no sentirse solas, así como hay quienes pueden sentirse solos aún estando rodeado de muchas personas. De hecho, una investigación de la Universidad de California y citada por The New York Times, concluyó que “la mayoría de los individuos que reportan sentirse solos están casados, viven con alguien y no padecen depresión clínica”.

En este sentido, si se elige vivir solo es importante tener una red de vínculos por fuera del hogar que sirvan como contención. “Las personas somos seres sociales y necesitamos del contacto con otros. Esos otros a veces son la familia, otras veces son los amigos y en muchas situaciones son un poco de todo a la vez. Vivir solos no es sinónimo de sentirnos solos, y mucho menos de estar aislados. Siempre es importante cultivar vínculos sanos con quienes queramos caminar, y que los mismos se conviertan así en una compañía y referencia, y también es importante construir espacios de soledad buscados, que nos permitan estar y disfrutar en silencio de nosotros mismos”, sostiene Roxana Gaudio.

La soledad, es sabido, puede deteriorar la salud, tanto física (ver recuadro) como mental. Esto “siempre dependerá de las características de personalidad, el entorno, las circunstancias, los antecedentes personales, familiares y sin dudas también incidirá la genética”, explica la psicóloga. “Todas las situaciones a las que las personas nos exponemos sin quererlo, o sintiendo que no tenemos el control sobre ello, va a tener un costo en la salud emocional”, agrega.

La paradoja de todo esto es que nos sentimos más solos que nunca, vivamos con dos, tres o cinco personas más. Incluso, la investigación de Julianne Holt-Lunstad y Timothy B. Smith sostiene que los adultos de edad más avanzada son los menos solitarios y que el sentimiento de soledad es más fuerte y está más presente en los adolescentes o adultos jóvenes, quienes curiosamente, están cada vez más conectados. De hecho, en varios países del mundo hay encuentros que son organizados especialmente para que la gente se abrace, se encuentre, se conecte, se sienta menos sola.

Los riesgos para la salud
La soledad y sus riesgos para la salud

Se cree que la soledad puede tener riesgos en la salud emocional de las personas. Sin embargo también puede llegar a ser un factor de riesgo para la salud física.

De acuerdo a un estudio de la Universidad de Chicago realizado en 2013, “la soledad puede deteriorar la salud al elevar los niveles de inflamación y de las hormonas del estrés, lo cual a su vez puede incrementar el riesgo de sufrir un ataque cardiaco o desarrollar artritis, diabetes tipo 2, demencia senil, o incluso, incitar intentos de suicidio”.

Los millennials, la generación solitaria 
Millennials, generación solitaria

Los millennials han sido estudiados desde todas las perspectivas posibles. Una de ellas dice que son la generación que más sufre la soledad. Los millennials se sienten solos, esa es la premisa, que una encuesta realizada a jóvenes estadounidense por YouGov, una firma internacional de investigación de mercados y análisis de datos. De allí se desprendió que tres de cada 10 millennials se sienten solos siempre o frecuentemente.

Aunque dice que la soledad millennial es multicausal, para la psicóloga Roxana Gaudio “la sociedad individualista que construimos genera un sentimiento de profunda soledad que muchas veces se esconde tras las pantallas”. Además, “la inmediatez, la falta de actividades al aire libre, la debilidad en los vínculos, el exceso de conexión, los videojuegos, disparan una respuesta de ansiedad que genera un sentimiento de confusión y soledad por momentos”.

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