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Turquía ya no quiere ser el pavo del mundo

El país pasará a llamarse oficialmente Türkiye para evitar que su nombre se confunda con Turkey (pavo en inglés). No es el único ejemplo de cambio de imagen.

Turquía
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Desde el 1º de junio, el nombre oficial de Turquía en la ONU, y por extensión en la comunidad internacional, ha pasado a ser Türkiye, sustituyendo al anterior, Turkey (un claro caso de homonimia, pues la palabra significa "Turquía" y "pavo"). El cambio en la ONU fue automático. António Guterres, secretario general, recibió ese día una carta del jefe de la diplomacia turca, Mevlüt Çavusoglu, solicitando que “el nombre de (su) país en la ONU, en idiomas extranjeros, se registre como Türkiye”. Dicho y hecho. La iniciativa, explicó Çavusoglu en su cuenta de Twitter, obedece al deseo del presidente Recep Tayyip Erdogan, desde finales de 2021, de “aumentar el valor de marca” de su país. De hecho, en el plano económico -con una coyuntura inquietante, la inflación por las nubes y la lira depreciada-, Ankara lleva años queriendo imponer internacionalmente la marca Made in Türkiye, en vez del tradicional Made in Turkey.

El de Turquía no es el único cambio nominal que la ONU acepta. Desde el desmoronamiento de la Unión Soviética, con la aparición de nuevos países independientes, hasta el más reciente cambio de Holanda por Países Bajos, la ONU acomete la tarea sin esfuerzo. “El proceso es bastante simple: un representante oficial de un país simplemente tiene que enviar una carta al secretario general solicitando que se cambie oficialmente su nombre. Tan pronto como la oficina del secretario general confirme que la carta es auténtica, el cambio de nombre entrará en vigor en Naciones Unidas. Ha habido algunos ejemplos de esto en el pasado”, explica Ian Johnson, especialista en la ONU de la Universidad de Notre Dame (Indiana).

Los ejemplos que apunta el profesor son numerosos y obedecen a causas diversas. Holanda por Países Bajos, Suazilandia por Eswatini, República Checa por Chequia, Macedonia por Macedonia del Norte. La introducción de un nuevo nombre es a menudo mucho más que un cambio de marca, una decisión que tiene tanto que ver con el discurso interno del país en cuestión como con su imagen en el exterior, ya sea por razones políticas, históricas, legales o incluso turísticas. Cuando Holanda recuperó la denominación de Países Bajos en 2020, lo hizo para que la gente supiera que es mayor que dos de sus provincias, Holanda del Norte y Holanda del Sur; es decir, para evitar la sinécdoque (uso de la parte por el todo) que implicaba la utilización del topónimo Holanda. Con el cambio, además, el país quería transmitir al exterior la innovación y la pujanza económica nacionales, que en el caso de Holanda quedaban circunscritas a un pintoresco escenario de molinos, quesos y tulipanes.

En 2018, Suazilandia, el pequeño país encajonado entre Mozambique y Sudáfrica, se convirtió en Eswatini por el deseo de romper con la herencia colonial que el primer nombre connotaba (el cambio se anunció en la conmemoración del 50° aniversario de la independencia del Imperio británico). La pequeña monarquía absoluta argüía también que el nombre colonial del país a menudo se confundía con Switzerland, Suiza en inglés.

En 2016, la República Checa, resultante de la disolución de Checoeslovaquia en 1993, adoptó Chequia, una denominación atestiguada ya en el siglo XIX, como nombre oficial abreviado, y así figura en muchas organizaciones internacionales. El caso de Macedonia del Norte es más complicado, ya que se trata de una modificación que implica cuestiones históricas, identitarias y administrativas. Para que Grecia reconociese oficialmente a su vecino del norte, desbloqueando su acceso a la Unión Europea y la OTAN, la antigua República de Macedonia aceptó llamarse República de Macedonia del Norte en virtud del histórico acuerdo de Prespas (2018), ratificado después por los Parlamentos de Skopje y Atenas.

Pero de todos los episodios, puede que el más llamativo sea el de Turquía. “El cambio de nombre tiene un gran valor simbólico en casa, al menos en algunos círculos. Puede parecer una tontería para algunos, pero confiere a Erdogan el papel de protector, de salvaguardar la reputación internacional del país y el respeto por el país”, concluye Mustafa Aksakal, profesor de historia en la Universidad de Georgetown.

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