CABEZA DE TURCO

Opinión |La batalla contra la ignorancia

La ignorancia es la irracionalidad llevada a la dialéctica. Por Washington Abdala.

Washington Abdala
Washington Abdala

El ignorante es un personaje que abunda. No se trata de quien no lee libros o de personas que no cultivaron sus convicciones; los ignorantes pueblan el territorio sin siquiera advertir sus pocas defensas ante la voracidad de la vida.

Los ignorantes han sido usados de maquiavélicos de cualquier ideología, con tal de obtener algo a cambio. Es un pacto con el diablo donde se ofrece algo menos que el alma y se obtienen réditos pueriles. Se hace a diario en cualquier esquina de la vida. A veces, la necesidad tiene cara de hereje, y en otras el hereje no es la necesidad sino lo inescrupuloso.

Los ignorantes, en su “alienación” (dijera Marx) adquieren la condición de dogmáticos, convencidos que su ignorancia es un atributo. Algo así como “soy auténtico”. Luego los matan a gusto los mismos que los usan… Lo auténtico se transforma en sangre horripilante. Con franqueza, este asunto de la autenticidad solo produce gente que brama, repite consignas que suenan estupendas pero que no se compadecen con la verdad. Y acá me quiero detener: el ignorante repite frases de época, conceptos que va enganchando en el mundo “políticamente correcto” y con eso chapea. Eso sí, cuando se le interroga a fondo sobre el menester que replica no tiene la menor idea, balbucea y no logra consolidar una visión sólida. Tiene razón en su queja pero no sabe como ayudarse a salir de su “alienación” (no confunda con el “proletariado”, esa es otra historia).

Es abrumadoramente insoportable, además, cuando también los ídolos son ignorantes, y repiten obviedades sin regalar un pensamiento más o menos armado (¿Y tienen recursos verdad?). Es lógico. Un actor puede interpretar magnífico a Hamlet pero no tiene sentido pedirle que entienda a Hegel. Un futbolista la puede romper en la cancha pero no debería ser convocado para opinar sobre geopolítica dado que no necesariamente sabe quién dirige el Banco Central Europeo. ¿Me explico? No debería ser así, pero así es.

Sé que no gusta leer esto. Que es políticamente incorrecto. Que todos pueden opinar lo que se les plazca. Y por supuesto, la libertad la defiendo. ¡No es mi punto de vista negar ningún derecho! Mis abuelos y bisabuelos inmigrantes hicieron todo por salir de sus estados rústicos, de ignorancia. Pelearon contra los idiomas, las culturas que no conocían y lograron emerger para que sus hijos y nietos entendieran el mundo un poco mejor. Que opine el que quiera lo que quiera, pero todo se nota. ¡Fundamentos, razones y no liviandad! De eso se trata: de no ser irracional. La ignorancia es la irracionalidad llevada a la dialéctica. El ignorante hace de su irracionalidad un himno. Y lo canta creyendo que es la verdad.

Se trata de no aceptar la barbarie, la burrez, lo rústico, lo básico, lo crudo como el santo y seña salvador de la vida. Se requiere lectura, estudio, contemplación, entrenamiento y socialización para entender lo que nos rodea sin creer que se nace sabiendo. Todo eso es un viaje, duro, difícil, que no termina nunca, pero que hay que emprender para tratar de salir de la oscuridad.

El Uruguay fue una sociedad cohesionada cuando entendió eso, cuando las clases medias tenían movilidad social ascendente de manera fluida y donde la pobreza no era una condena sino una situación a revertir con esfuerzo y trabajo. Nadie tuvo el monopolio de la movilidad social ascendente del país y lo escribe un romántico que sabe hacer autocrítica. Sentido común, todos metieron mano en la construcción colectiva, todos, y los tonos del país son policromáticos. Si alguno cree que tiene la verdad revelada no entiende nada. Algo pasa que la ignorancia tiene tupé, está de viva y se cree que tiene derecho a escupir sobre el que libra la batalla. Nunca es buena cosa asumir la patota ignorante como un club de pibes superiores: los tumba la historia. La batalla contra la ignorancia es la batalla que tenemos que dar todos a diario.

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