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Las gratificaciones y los desafíos de viajar en pareja

Viajar juntos es una oportunidad para afianzar y hacer crecer el vínculo, pero también un riesgo para que se potencien conflictos existentes y llevar a la separación.

turismo, pareja
Foto: Shutterstock.

Planificar un viaje con la pareja está entre lo más gratificante de la relación. Los planes, las fantasías, los lugares que querías ver y que ahora vas a poder verlos junto a la persona que amás. La pandemia sigue complicando las cosas con su tenacidad y su negativa a retroceder hacia algún lugar de la memoria. Pero por ahora sigue siendo posible partir hacia destinos deseados y aún por conocer.

Realizar un viaje, en particular uno hacia lugares distantes y por un tiempo considerable, puede enriquecer y fortalecer el vínculo. Pero, tanto como beneficiar la relación, también puede ponerla en tensión y, en última instancia, romperla. Estar lejos del hogar, del trabajo, haciendo cosas nuevas todos los días, viendo por primera vez todo, es un estímulo para el espíritu y puede serlo para el amor. Sin embargo, moverse en esos terrenos desconocidos y desafiantes también puede llevar hacia el primer plano de dificultades y problemas.

Federico y Nadia

París
Foto: Pxhere.​

Habían ahorrado para un viaje por Europa, por varios países. Primero, Noruega, para ver los fiordos, las cascadas, los valles y los bosques, recorriendo carreteras que serpenteaban en la altura y ofrecían vistas deslumbrantes. Luego, hacia Bélgica, a degustar cervezas y quesos. Él había leído que Bélgica tenía una formidable tradición cervecera, variada, de calidad y para satisfacer los paladares más sofisticados o curiosos. Además, habían quedado atrapados por la arquitectura cuando vieron juntos Escondidos en Brujas, una historia con criminales entre edificios centenarios. Querían caminar por las mismas calles que Colin Farrell, el protagonista, y quedar encantados con las catedrales, las vías empedradas y la apacible atmósfera.

De ahí, tomarían un tren hacia París, donde pensaban ir a cuanto museo pudieran además de recorrer las veredas que acompañaban las curvas del Sena. Y por último, unos días en Italia: Roma y Venecia, para empaparse de la historia y la cultura.

Federico había decidido que llevaría un block de apuntes. Ese sería su diario del viaje, y ahí escribiría lo que habían vivido cada día, para tener algo plasmado en papel y luego recordar todo lo hecho y lo visto. En Noruega y Bélgica no tuvieron casi discusiones ni desencuentros. Pero cuando llegaron a París empezaron a estar en desacuerdo en muchas cosas. Él quería ver catedrales y monumentos. Ella, no quería ni subir a la Torre Eiffel. Él seguía escribiendo, todos los días, en su diario.

Cuando llegaron a la casa donde vivían, los problemas que habían aparecido en París y seguido en Italia tomaron un cariz más serio. Y a los seis meses se separaron luego de casi 15 años juntos. Cuando él se estaba mudando, se dejó unas cajas en su antigua dirección para ir a buscarlas unos días después. En una de las cajas, estaba el diario de viaje. Nadia lo tomó y lo empezó a leer. Cuando Federico arribó para llevarse las últimas cosas, ella le comentó que había leído el diario. “No me imaginaba que la estabas pasando tan mal durante el viaje”, le dijo. Él no entendía. Le respondió que no, que había sido, aún con los problemas que surgieron, un viaje fascinante. Ella le leyó algunas entradas del diario. A la distancia de lo transcurrido, también él se dio cuenta que ahí había escrito angustias, miedos y enojos, por más que en ese momento no se diera cuenta.

“Los viajes hacen evidentes procesos que a veces están enmascarados”, dice el psicólogo Juan Elizalde, que ha tenido muchas charlas con sus pacientes sobre las relaciones de estos con sus parejas. “Por ahí, cuando uno está en la cotidianeidad, trabajando y ocupándose de cosas no pasa tanto tiempo junto a su pareja. Hay interacciones con otras personas, que a veces pueden compensar lo que uno puede sentir que le falta en la relación. Pero cuando la pareja está sola, probablemente emerjan las verdades de cómo está esa pareja, en qué estado. No es que sí o sí surjan problemas. Si el vínculo es bueno, es probable que el viaje una más a ambos. Puede que disfruten el uno del otro más intensamente, porque tienen más tiempo para divertirse, hacer el amor. Eso potencia lo que ya existe. Pero si la relación no está funcionando, el viaje puede ser un detonador. Un viaje, que a veces se realiza como un intento de unirse, tiene el efecto contrario: termina transparentado lo que estaba mal”.

A veces, dice Elizalde, “nos disimulamos a nosotros mismos, tratando de sobreponernos a las circunstancias. Pero eso se hace cuando se puede, no es cuestión de querer nomás”.

Él recuerda el caso de una pareja que trató durante varios años. El hombre tenía una relación paralela, desde hacía bastante. Pero aún así quería a su esposa y deseaba que se sintiera feliz. Por eso, para ver si podían recuperar algo de lo perdido, acordaron viajar a un resort tropical e intentar pasarla bien y re-enamorarse. “Habían estado casados casi 25 años y él tenía las mejores intenciones. Quería cortar con su relación paralela. Era demasiado riesgoso y estresante, porque su amante también estaba casada. Él quería volver a sentirse feliz en su matrimonio”.

Lo cierto, cuenta Elizalde, es que cuando arribaron al destino nada salió como él pensaba. Según el psicólogo, lo que el hombre sentía eran ganas de estar ahí pero no con su esposa, sino con su amante. Todo le costaba, hasta la intimidad. Pero no tomó ninguna decisión. Cuando regresaron, él siguió con su relación paralela y todo volvió a ser como antes. El viaje no había servido para reconectarse con su esposa y por los hijos decidió seguir casado. “Hay quienes pueden dar el paso y separarse, pero no todos pueden hacerlo. Eso condena a la persona a vivir una doble vida, como a este hombre. Hizo lo que humanamente pudo, pero no era feliz. Era penosa su situación, porque además ella hacía todo lo posible por complacerlo, para que él pasara bien. “Siguen así. Ese viaje no dio los resultados que él esperaba”, termina Elizalde.

Una colega de él, Gabriela Montado, psicoterapeuta psicoanalítica de parejas y familias, dice que estar juntos todo el tiempo, como ocurre en los viajes, lleva a que tanto uno como el otro se preocupen por cosas que tienen que ver con lo más básico: comer, dormir, higiene… De alguna manera, uno vuelve a la infancia, porque debe establecer rutinas que atiendan a las necesidades primarias. La persona, agrega Montado, necesita ser cuidada, porque tiene que cumplir con esas necesidades primarias. Si uno de los dos no tiene en cuenta eso, empiezan los problemas. “Puede ser algo tan sencillo como preparar el desayuno, o acordar a dónde ir, no que uno decida. Si eso no ocurre, hay algo que empieza a erosionarse en la pareja”.

No solo hay que pensar en lo que desea o necesita el otro. También hay que negociar y saber ceder cuando amerite. La flexibilidad, dice Montado, es importante cuando se está viajando, porque pueden surgir muchos imprevistos. “Está bien planificar, pero no hay que plantarse de manera rígida respetando a rajatabla, siempre, lo antes acordado. Y hablar. Mucho”.

Daniel y Lucía

Daniel Noya
Daniel Noya en la cordillera.

Quienes lean regularmente Domingo seguramente recuerden la firma de Daniel Noya, cronista de viajes. Él y su pareja estuvieron casi un año de viaje, recorriendo todo el continente latinoamericano. “Fueron exactamente 300 días”, cuenta Daniel sobre el extenso recorrido que hicieron él y Lucía. Lo empezaron a planificar en 2017 y lo concretaron en 2018. Fue más que nada una iniciativa de ella, explica Daniel, y él se sumó con entusiasmo, porque a él también le gusta empacar las valijas y lanzarse a la aventura. “Habíamos hecho varios viajes juntos, pero siempre por períodos cortos. Esta vez, hicimos todo para poder estar casi un año en las rutas. Por suerte, pudimos y nos arriesgamos”.

—¿Cómo que se arriesgaron?

—Es que mucha gente nos decía que un viaje tan largo iba a hacerle mal a la pareja. Gente que había hecho el viaje de Arquitectura o Facultad de Economía. Pero pudimos hacerlo, y seguimos juntos.

—¿A qué atribuís que pudieron hacerlo?

-Creo que combinamos ambos gustos, los fusionamos. A mí me encanta la montaña y a ella la playa. Entonces, íbamos a la montaña, pero también a la playa. Nos pusimos de acuerdo antes, cuando armamos el itinerario, pero sobre la marcha también hablábamos para ponernos de acuerdo.

Daniel y Lucía supieron, tal vez sin proponérselo conscienteme, que una de las claves de viajar juntos es comunicarse, negociar y contemplar al otro.

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