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La educación terciaria todavía tiene barreras en la inclusión de personas con discapacidad

Una publicación en Instagram de Romina Fasulo se volvió viral en julio y evidenció las carencias del sistema educativo terciario. 

Romina Fasulo. Foto: Darwin Borrelli
Romina Fasulo. Foto: Darwin Borrelli

"No puede ser que yo tenga que acudir a las redes sociales para que me escuchen”. La voz de Romina Fasulo es muy baja. La traqueotomía que le hicieron para salvarle la vida luego de un intento de suicidio en 2013 le quita volumen. Pero la bronca, la frustración por una educación universitaria que le ha puesto tantas barreras, hace que cada palabra que pronuncia tenga una fuerza penetrante. Entonces sí, Romina habla bajo, muy bajo, pero lo que dice, se escucha.

El jueves 8 de julio de 2021 Romina Fasulo, estudiante de Derecho en la Universidad de la República (UdelaR), escribía en Instagram: “Urgente. Utilizo este recurso ya que me he quedado SIN HERRAMIENTAS, debido a la falta de empatía, humanidad e inclusión en el sistema educativo (...) El próximo miércoles 14 tendría el parcial práctico final de la materia Derecho Tributario! Exacto, TENDRÍA!”

Para realizar los parciales Romina debe utilizar su celular táctil en lugar de lápiz y papel. El celular ha sido, en los cuatro años que lleva de carrera, su herramienta más valiosa para poder estudiar. No le era permitido usar el celular ni dar el parcial de forma oral. “Todo el decanato conoce esto y nadie me brinda una solución. Llevo 4 años luchando por un sistema educativo inclusivo y poco he logrado, la sociedad parece no estar preparada para crecer aún, ¿no? (...) Ojalá esto llegue a MUCHA GENTE Y SE SEPA”.

Instagram fue su último recurso. “Yo estuve diez días llamando a la División Universitaria de la Salud (DUS) y me cortaban y de decanato no me daban respuesta. Y la decana estaba enterada, porque yo tengo teléfono directo con el asesor de ella. El doctor Gustavo Gauthier me dijo: mandá un email a decanato explicando tu situación. Mandé el email, nunca me respondieron, hasta que el jueves me cansé y lo hice público”, dice a Revista Domingo.

El posteo en Instagram se hizo viral. Lleva contabilizados 17.472 me gusta al momento de escribir esta nota. Romina pudo dar su parcial por Zoom.

“De mi profesor no tengo quejas. Era el Consejo que no le daba la autorización para que me tomara el parcial de la forma que yo puedo darlo. Yo también me di cuenta de que corté el hilo por lo más fino, porque el tema no es él. De parte de mis compañeros tengo apoyo. A nivel docente, también. Hasta ahora, hasta cuarto, he dado todo oral y los profesores de todas las cátedras se han acostumbrado a mí. Acá la empatía tiene que venir de arriba, porque hay que tomar decisiones y hay veces que los docentes no tienen la potestad para tomarlas”.

Del dicho al hecho

En Uruguay hay dos leyes que contemplan la inclusión de las personas con discapacidad en el sistema educativo. El artículo 8 de la Ley General de Educación dicta que “para el efectivo cumplimiento del derecho a la educación, las propuestas educativas respetarán las capacidades diferentes y las características individuales de los educandos, de forma de alcanzar el pleno desarrollo de sus potencialidades”.

La Ley de Protección Integral de Personas con Discapacidad alude en varios de sus artículos a la protección del derecho al acceso a la educación, al ámbito educativo como un espacio donde se practique y no solo se predique la diversidad. En el artículo 40, se lee: “Se garantizará el acceso a la educación en todos los niveles del sistema educativo nacional con los apoyos necesarios”.

Sin embargo, de aproximadamente 500 mil personas con discapacidad, solo el 1% accede al sistema educativo terciario, según datos del último censo en 2011.

En Universidad Inclusiva: ¿realidad o utopía?, María Noel Miguez, grado cinco en Ciencias Sociales, explicó que la variable de discapacidad en el censo universitario no se incluyó hasta el año 2007.

“A partir de los datos censales universitarios, tanto del año 2007 como del 2012, se puede cuantificar al alumnado que se considera ‘en situación de discapacidad’, para el Censo del 2007 había un 3,5% de estudiantes en situación de discapacidad, y para el Censo del 2012 había un 1,3%. Estos datos se entienden contradictorios a lo que ha significado la apertura a la diversidad de la UdelaR en la última década, más aún si se compara con el 15,8% de población en situación de discapacidad en el país surgida del Censo 2011”, escribió.

Lía Fernández es docente en UdelaR, dirige la cátedra de Salud del niño, niña y adolescente en la Facultad de Enfermería y trabaja con infancias y jóvenes en situación de discapacidad. Desde ese lugar, se pregunta por el futuro de estos chicos, sobre todo en lo que tiene que ver con el ingreso y la permanencia en la educación terciaria. “Porque es una puerta de acceso a una mejor calidad de vida y un mejor futuro”, dice a Revista Domingo.

En 2020 presentó su tesis para el Doctorado en Educación de la Universidad ORT, La educación superior inclusiva en la Universidad de la República, e investigó y analizó el tema desde tres perspectivas: estudiantes, docentes y gestores. Quería comprender la distancia entre las políticas y los hechos.

Según su indagación en las estadísticas básicas de la Universidad, concluyó que la UdelaR “no sabe cuál es la relación ingreso y egreso de las personas con discapacidad, no sabe cuáles son las tendencias de la matriculación en los distintos servicios, no sabe cuál es el rendimiento, dónde están. No se hace un seguimiento de sus trayectorias educativas. El que entró y pudo salir, bárbaro. El que entró y quedó, nadie lo sabe. No están sistematizadas las barreras para ningún estudiante en general, menos las barreras de la educación superior relacionada con la discapacidad. Ese es el primer gran punto: no hay información”.

Al no haber información, dice Lía, la educación inclusiva en la UdelaR “existe desde el discurso, no desde las prácticas”.

Otro punto que demuestra fallas en el sistema, dice la especialista, es que no hay instancias para escuchar y entender desde la perspectiva de los estudiantes con discapacidad. Que en su lugar se habla por ellos. Las luchas que ha llevado adelante Romina Fasulo, por ejemplo, son aisladas e individuales, aunque busca un cambio para todos los estudiantes. A veces lo logra.

En 2019 logró que el Consejo de la Facultad de Derecho resolviera que los estudiantes con discapacidad y sus acompañantes tuvieran un lugar preferente en el salón de clases.

Otras etapas de la formación

“Yo soy abuela de un niño con una discapacidad, tiene una enfermedad rara que se llama leucoencefalopatía, y tuvo una inserción en lo educativo bastante tardía porque la escuela común decía que no estaba en condiciones de recibirlo y la especial lo mismo”, cuenta Mariela Fiorito. “Llegué al punto de hablar en Primaria y decir que los papás tienen una audiencia de divorcio la semana que viene, ¿cómo le explicamos al juez que el niño no está escolarizado porque ni la escuela común ni la escuela especial está en condiciones de recibirlo?” Recién en 2020, con 9 años, su nieto pudo comenzar en una escuela especial.

Explica Lía Fernández que “otro gran tema de nuestra sociedad es que todavía sigue bajo un paradigma biologicista absoluto. Son muy pocos aquellos escenarios que están trabajando con personas con discapacidad bajo un paradigma de derecho, social. De la discapacidad como un hecho que forma parte de la diversidad humana. En nuestras cabezas ser un discapacitado significa no poder”.

Lo que quiere ahora es que los cambios que se logren en su facultad, se extiendan a otros servicios. Y, también, que no tenga que dar año a año las mismas luchas: que sus materias estén en salones a los que pueda acceder con sillas de rueda, poder grabar las clases, que no le pongan una materia en el edificio central y otra en el anexo en el mismo día.

“A mí me respondió una madre, después de la publicación, porque la hija con hipoacusia iba a la Facultad de Ciencias Económicas y no pudo ir más porque no consiguió un intérprete. ¿De qué estamos hablando? La educación es un derecho que todos tenemos. Yo no estoy peleando contra nada que no me corresponda. Y más teniendo una ley que se promulgó en el 2010 para las personas con discapacidad”, cuenta Romina.

Las preguntas incómodas que debe plantearse la sociedad

“Hay muchas preguntas que como sociedad deberíamos estar haciéndonos y ni siquiera se nos pasa por la mente. ¿Qué hacemos nosotros con los estudiantes que tienen cualquier tipo de discapacidad para identificar aquellos mecanismos que facilitan u obstaculizan la implementación de las políticas de inclusión en la universidad?”, se pregunta Lía Fernández. Y cuenta el caso de la alumna que fue a inscribirse a una carrera universitaria, pero quienes la atendieron le dijeron que no era para ella, que mejor se anotara en otra dentro de la misma área. Luego, le dijeron que tenía que esperar a que hubiese cupos libres. Las barreras edilicias no son las únicas que deben zanjar los estudiantes. “Tampoco estamos cumpliendo lo que el Mercosur Educativo estipula, lo que la ONU estipula de la flexibilización curricular. Porque los estudiantes con discapacidad están en las mismas condiciones que cualquier otro estudiante, lo que sí necesitan son otros mecanismos facilitadores para acceder a sus derechos por parte de la institución. Eso no se cumple. Los que ponemos las trabas somos nosotros como sociedad”.

Bienestar Universitario de UdelaR financia intérpretes de lengua de señas uruguaya (ILSU) para estudiantes de grado; sin embargo, sucede que las personas contratadas comienzan a trabajar un mes o más después del comienzo de clases y los alumnos terminan perdiendo el contenido de gran parte de las materias y frustrándose.

La empatía

Darío Fernández es estudiante de la Licenciatura en Diseño de Interiores de la Universidad ORT. Está revalidando el título de la tecnicatura que cursó allí en el año 2000. Es sordo. Antes de ir a la universidad privada, en 1998, se anotó en la Facultad de Arquitectura de la UdelaR. Pero entonces tenía que pagarse un intérprete de señas. “Era demasiado costoso. Además era el único sordo en la facultad, no podía comunicarme con mis compañeros ni con mis docentes, por lo que terminé abandonando”, cuenta a Domingo.

En las instituciones privadas hay menos alumnos, mayor trato personalizado. En su caso notó la diferencia. Se adaptaban los materiales a su necesidad y la cercanía con los docentes y los compañeros era otra. “La verdad antes de anotarme en la facultad no pensé que fuera tan diferente al liceo, creo que en ese momento me ganó la ansiedad por poder cursar una carrera universitaria, pero cuando llegué a la primera clase la realidad me golpeó fuerte y me desilusionó, incluso cuando abandoné, pensé que tal vez el problema era yo, que no tenía la capacidad suficiente para poder lograr un título, luego me di cuenta que el sistema educativo no estaba preparado para recibir a una persona con discapacidad”.

Dice que en la ORT tomaron las recomendaciones o propuestas que él les sugería. Ahora, para cursar la licenciatura, tiene una beca que cubre el intérprete. “Esto me permite expresarme en mi propia lengua, la Lengua de Señas, tanto en clase como en las instancias de evaluación, algo que para mí es fundamental ya que el español escrito es mi segunda lengua y no lo domino como un oyente”.

Guillermo Lyford-Pike jugaba al fútbol y estudiaba marketing. Pero cuando volcó el ómnibus en el que regresaba de un viaje a Porto Alegre en 2014, su vida entera cambió. Y sus planes. Fueron seis meses internado y luego las secuelas.

Guillermo Lyford-Pike con su grupo de facultad. Foto: cortesía UM
Guillermo Lyford-Pike con su grupo de facultad. Foto: cortesía UM

“Me planteé el desafío de cómo iba a hacer para estudiar. Durante todo el 2015 hice terapia pensando si me podía insertar en la vida estudiantil. Porque con visión nula, que me complica para la lectura y ver videos, y a su vez con el tema de la hemiplejía derecha, pensaba cómo iba a hacer para escribir; yo era diestro. Pero en 2016 voy a una entrevista en la Universidad de Montevideo (UM) y desde el primer momento noté que ellos estaban interesados, y eso me pegó fuerte y me impulsó”.

Para las barreras que surgían, buscaban la manera de encontrar una solución. “Ellos también lo tomaron como un desafío de ver qué podía lograr. Lo que más me gustó fue el interés y la voluntad que pusieron en que nada sea una traba para mí”. Además, se apoyó mucho en sus compañeros. Y cree que eso es fundamental, que el trabajo en grupo permite acceder al otro para zanjar dudas e incluso para sacar a relucir potencialidades.

En la UM están implementando a partir de este semestre la formación en inclusión y discapacidad como parte del núcleo de las humanidades que buscan generar profesionales más conscientes y abiertos a la comunidad. Francisco O’Reilly, decano de la Facultad de Humanidades y Educación de UM, explica a Domingo que buscan que los alumnos comprendan que “nadie llega a donde está sin que lo ayuden. Todos hemos tenido y tenemos ayuda, todos tenemos de alguna manera un agradecimiento con alguien. Un vínculo comunitario. De esa misma manera es que queremos que visualicen que la persona con discapacidad necesita una ayuda para lo que sea. Queremos achicar un poco la distancia: si uno no ha pensado en eso, si uno no tiene experiencia cercana le cuesta más después adaptarse. Al final a veces es más el miedo al desconocimiento, la falta de consciencia social, de compromiso social”.

Guillermo está recibido de la licenciatura, además participó en una certificación de la Escuela de Negocios de la UM y tiene el título de corredor de seguros. El problema que se plantea ahora es cómo insertarse laboralmente. “No encuentro cómo me puedo adaptar. Porque, claro, la computadora no te la manejo directamente porque el teclado con la mano derecha no lo tecleo. No lo siento por la insensibilidad y eso me complica. Y al no poder verlo, me mata. Yo me siento recontra fuerte, mis profesores me decían que tengo un potencial enorme, que tengo cualidades de líder. Y sí, todo perfecto, pero la realidad es que no estoy trabajando. Yo ahora cobro una jubilación de $ 17 mil por el contrato de fútbol profesional que tenía. Yo tengo que ser consciente de que no voy a vivir con esa plata. Tengo 26 años y obviamente ojalá pueda trabajar, que eso es lo que quiero. Para cualquier problema que se me presenta yo le busco la solución”.

Un plan piloto especializado

Desde Asuntos Estudiantiles de la Universidad Católica del Uruguay cuentan a Domingo que, cuando amerita, realizan recomendación de adecuación curricular. “El director de carrera recibe información y va articulando con los docentes. Es un ejercicio que hacemos cada semestre conforme el estudiante se matricule a las materias”.

Además trabajan con un plan piloto que por ahora vienen aplicando caso a caso. Se trata de una programación educativa individual. “Esto sería para un estudiante que quizá se ve o se evalúa que no está en condiciones de poder completar una carrera universitaria completa y llegar a los objetivos de aprendizaje y cumplir con todos los requerimientos para la obtención de un título. Pero que se entiende que puede ser beneficioso que estudie, que adquiera ciertas competencias que le puedan servir para la vida profesional. Con ese estudiante se arma un programa según sus intereses y nuestras posibilidades de cursos, para que pueda también tener una experiencia de vida universitaria”.

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