DE PORTADA

Y colorín colorado: un mensaje de los que escriben para el Día del Niño

En un año tan particular, Roy Berocay, Helen Velando, Cecilia Curbelo, Matías Castro y Virginia Mórtola, tienen un mensaje para sus lectores más pequeños en esta celebración.

Una niña juega en la plaza Liber Seregni
Una niña juega en la plaza Liber Seregni. Foto: Fernando Ponzetto

Hay historias que nos atraviesan y nos quedan guardadas para siempre en algún lugar del cuerpo, del corazón. Son historias que se vienen a la cabeza cada tanto y que nos acompañan durante toda la vida, como si fuese el recuerdo de un viaje que disfrutamos mucho. Hay otras que nos regalan nuevos mundos, nuevos sueños, nuevas emociones, nuevas experiencias, otra forma de conocer. Hay algunas historias que son como canciones y otras que son como una caricia en la cabeza.

Hay historias que nos hacen reír hasta llorar, que nos regalan un ratito de tranquilidad, otras que nos ponen nerviosos, que nos asustan, que nos aceleran el corazón. Hay historias que nos enseñan a jugar y mirar el mundo con otros ojos, con otras formas. Hay historias con personajes que se convierten en nuestros amigos, en nuestros compañeros, en nuestros amores. Hay historias que nos transforman, que nos dejan una huella, una pista de lo que somos, de lo que vamos a ser.

Son esas historias que nos contaron nuestros padres, madres, abuelos y abuelas, hermanos, cuando éramos niños y dormíamos escuchando un cuento como si fuese un ritual precioso y delicado. Son las que nos animamos a leer solos por primera vez, las que pasamos a otras generaciones, las que aún siguen leyendo los niños y las niñas.

Este año, que viene siendo diferente y extraño para todos por la pandemia del coronavirus, los libros fueron un lugar especial, un lugar de refugio, un lugar de cobijo. A todos los niños y las niñas que pasaron tantos meses sin ver a sus amigos, sin ver a los abuelos, sin ver a los primos ni a los tíos, a todos los que todavía siguen sin poder ver a alguien que quieren, a los que no pudieron salir a jugar a la vereda ni ir a la plaza, a los que se portaron bien y a los que lloraron, a los que hicieron los deberes, a los que miraron las clases por videollamada, a los que extrañaron el recreo y la escuela y los juegos, a todos ellos los escritores y las escritoras creadores de las historias que los han acompañado siempre, tienen algo para decirles. A todos ellos, que tengan un muy feliz Día del Niño.

Helen Velando 

Helen Velando
Helen Velando, escritora de libros que marcaron generaciones. Foto: Darwin Borrelli

Les escribo estas líneas porque se celebra un nuevo Día del Niño y es una ocasión muy especial.

Yo no recuerdo que antes, cuando yo era niña, hace miles de años, hubiera un día así. Lo que sí creo es que ser niño es algo especial y que está bueno no olvidarse de eso nunca. Alguien muy sabio dijo una vez, creo que un señor llamado Einstein, que “el mundo puede ser un lugar hostil o un lugar amable”, pero que eso depende solamente de cómo uno quiera verlo.

Yo elegí ver al mundo como un lugar amable. Eso no quiere decir que no pasen cosas tristes, o que te den miedo, o que te enojen, quiere decir que vos sos el que va a elegir cómo vivir todo lo que te suceda. Y comprobé que era cierto, ahora que ya no soy una niña, me han pasado muchas cosas en la vida, algunas hermosas otras no tanto, he sentido tristeza, ganas de llorar, y otras me sentí muy feliz, pero siempre seguí creyendo que el mundo en el que quería vivir era un lugar amable.

Eso hizo volar mi imaginación. Y cuando tenía como nueve años encontré un libro, y lo leí todo, y aclaro que en mi casa no había libros, solo revistas de historietas. Cuando terminé de leerlo descubrí que había muchos mundos mágicos a los que podía ir solo con leer unas páginas y eso me hizo sentir feliz. En un momento podía ser arqueóloga, o astronauta o viajar a lugares desconocidos. Imaginaba que cruzaba un río lleno de cocodrilos, o que trepaba a una montaña, o me subía a mi higuera a esperar las tormentas y me sentía una superheroína que podía luchar contra todos los peligros. Ese mundo que descubrí en los libros y el humor, el aprender a reírme de las cosas que me pasaban me ayudó a ser adulta y, sin embargo, no olvidarme de ser niña. Por eso un día empecé a escribir, a ver si lo que yo había descubierto hacía que otros pudieran sentirse poderosos o protegidos como yo me había sentido leyendo y jugando. ¿Y saben qué? Todavía sigo creyendo que lo importante es cómo quiero vivir mi vida; no importan las cosas que sucedan alrededor, a veces pueden ser geniales otras me pueden provocar miedo o incertidumbre, pero lo importante es cómo las quiero vivir yo, y sigo eligiendo ver el mundo como un lugar amable. No me olvidé de ser niña, por suerte, y eso me ha salvado y me ha sanado de muchos momentos difíciles, a lo mejor como este que estamos pasando. Y por eso quiero desearles a todos, a los grandes y a los chicos un feliz día.

Y ahora los dejo porque me voy a jugar a la escondida, tengo que buscar mi guitarra para cantarle una canción al viento y subir a mi higuera a esperar alguna tormenta. Feliz día a todos. Miles de besos y abrazos que contagien esperanza.

Roy Berocay (o el Sapo Ruperto)

Sapo Ruperto
Sapo Ruperto, un personaje icónico de la literatura infantil. 

¡Hola niñas y niñoooooos! Perdón, me caí encima de la O. No es fácil para un sapo escribir en un teclado. Ni siquiera siendo el más capo, el batracio más genial de todos. Lo hago porque Roy me pidió (¡es re vago!) y porque quería saludar por el Día del Niño. Pero ¿de cuál niño? ¿Es de las niñas también? Yo conozco a algunas niñas y niños. Son igual que los humanos, pero más chicos y mucho más rápidos. Corren, saltan, trepan, juegan, se caen, se lastiman, lloran, les chorrean los mocos, discuten. Sí, los humanos pequeños son muy discutidores. Que ese juguete es mío, que yo llegué primera, que yo agarré los dientes de la abuela del vaso de la mesita de luz. ¡Son re divertidos los humanos pequeños!

Bueno, en realidad se parecen a nosotros, los sapos y las ranas ¿no? ¡No! No es que sean verdes y panzones. Me refiero a que son de divertirse y reír y pelear y llorar y enojarse y hacer amistades muy rápido cuando van a una plaza y todo eso. ¡Son re geniales!

Me dijeron que están teniendo problemas con un bicho que usa corona o algo así. ¿Qué, es el rey de los bichos, acaso? ¿Por qué no me avisaron? Si nosotros comemos toda clase de bichos. ¡Podíamos comernos a este también y listo! Si me avisaban que un bicho con corona no les dejaba salir, yo juntaba miles de sapos y ranas y nos aparecíamos en tu casa y zás, nos comíamos a los bichos malvados. Podríamos invitar a las arañas, pero son medio malhumoradas y te miran raro. Y capaz ustedes se asustaban un poco.

Sé que el señor Siniestro y Vladimiro están trabajando para inventar una vacuna que no sé bien qué es, pero dicen que eso los va a curar a todos. Mientras tanto, ustedes niñas y niños que saben ser geniales y re molestos cuando quieren, tienen que ponerse bien pero bien pesados y obligar a mamá, papá, la abuela, el abuelo, tíos y tías, el vecino ese que es medio insoportable, a todas y todos, a usar tapabocas y cuidarse mucho. Les cuento un secreto: a los adultos con tapabocas les cuesta rezongar. ¡Es genial!

Bueno, me estoy cansando de saltar en las teclas, por eso lo último que les digo es que les mando un gran regalo, que es nada más ni menos que un abrazo enorme y verde y el deseo de que tengan no solo un día feliz, sino también todos los demás 364 días del año y los otros miles de días de sus vidas. Eso y todo mi cariño, es mi gran regalo. (Perdón, pero no me alcanzaban las moscas para una play).

Ruperto Sapo Sapo.

Cecilia Curbelo

Cecilia Curbelo
Cecilia Curbelo, la escritora favorita de los adolescentes. Foto: Leonardo Mainé.

Seguro no se imaginan. Seguro no tengan idea. Seguro no saben cuánto hacen ustedes por mí.

Dedico muchas horas a escribir cada día, y en el proceso de contar una historia, de conocer a los personajes, el espacio en el que se mueven y su propio universo, escucho diálogos, contesto, me enojo, sonrío, empatizo, peleo, perdono, hablo… conmigo misma.

Es que el oficio del escritor es solitario. Yo creo, imagino, escribo e intento expresar con palabras ese torrente de sentimientos que atraviesan a los personajes, pero lo cierto es que nunca estoy del todo segura de haberlo logrado.

Por eso escucharlos es vital.

Antes de las redes sociales era complicado que el autor tuviese una devolución de sus textos. Se presentaban oportunidades, sí: ferias de libros, visitas, encuentros, firmas… pero eran y son eventos puntuales.

Las redes sociales unieron al que escribe con el que lee, al autor con el lector de forma inmediata y cotidiana, y es maravilloso. Incluso, porque a veces forman parte del propio proceso creativo.

Les aseguro que son una fuente de inspiración, pero por sobre todo, de cariño, de contención, de apoyo y de empuje, porque cuando a diario me envían fotos, textos, cartas, audios, me cuentan algún secreto, me dicen que un personaje los empujó a elegir la carrera que estudiarán o que estudian, que tomaron una determinación crucial luego de leer alguna de mis historias, yo vuelo.
Vuelo y agradezco.
Les agradezco.
Entonces respiro, sonrío, me caliento un café y vuelvo al teclado.

Porque quiero que sigan. Que sigan soñando, creciendo, explorando y cuestionando. Gracias por motivarme. Gracias por la ansiedad con la que esperan cada nueva historia. Gracias por creer y apostar a la magia que nos une.

Matías Castro

Matías Castro
Matías Castro, periodista y escritor: Foto: Laura Santos

En el fondo de mi casa hay un galpón que encierra un secreto. Me gustaría decir que se trata de un fantasma o arañas carnívoras, pero en realidad es un ropero viejo. Era de mi madre, fue mío cuando era niño y adolescente, y ahora guarda casi todas las revistas de historietas, libros sobre vikingos, egipcios o el mundo del futuro que leía cuando estaba en la escuela.

En ese tiempo no había Netflix, pero la tele empezó a pasar dibujos animados todos los días desde las 5 de la tarde. Aunque no había PlayStation ni tabletas, en los kioskos aparecieron las maquinitas. Así que muchos de nuestros padres se asustaban y aseguraban que nadie iba a leer nunca más y que íbamos a ser robots. ¿Adivinen qué? No sucedió, del mismo modo que no le va a ocurrir a los niños de hoy.

Este año nos encontramos con algo insólito que da mucho miedo, que nos lleva a encerrarnos, a separarnos, a saber que mucha gente pierde su trabajo o queda en la calle y o que los lugares a los que antes íbamos, como el cine, cerraron las puertas por un tiempo. La causa es el virus invisible que todos conocemos y no podemos controlar.

Cuando estaba en la escuela, mis padres perdieron sus trabajos. De golpe, pasé de tener una buena vida a comer moñitas con ketchup casi todos los días. Vi a mi padre ansioso y a mi madre sin esperanzas. Era el bicho raro en la escuela, el niño becado en uno de los colegios más caros del país. Entendía la causa de los problemas pero no podía arreglarlos. Y el mundo de los adultos parecía indicar que el futuro iba a ser una porquería.

Y si, era un poco raro en la escuela y el liceo. Nunca solté esas historietas ni los libros sobre vikingos ni los videojuegos o los dibujos animados. Porque la mezcla de todo eso me permitía soñar y me despertaba la imaginación. Gracias a eso, pude imaginar que el futuro no tenía porqué ser una porquería. Claro que lo que uno imagina no se consigue en dos minutos ni se logra exactamente como uno lo soñó. El camino de la imaginación me llegó a querer escribir, así que me hice periodista (trabajé, por ejemplo, en este mismo diario). Eso, a su vez, me permitió hablar con actores de Marvel, con presidentes y, lo mejor de todo, conocer a un astronauta real. Viajé muchas veces al otro lado del mundo, estuve en la Antártida, hice el festival Montevideo Cómics y escribí varios libros sobre hechos reales y otros de fantasía.

Aquí cada uno puede hacer el camino que quiera y a su manera. Lo importante es que no sueltes todo lo que alimente tu imaginación para soñar con ese camino y darle forma. Es por eso que conservo ese pequeño secreto en el galpón, bien cuidado y muy cerca.

Virginia Mórtola

Virginia Mórtola
Virginia Mórtola, psicoanalista y escritora. Foto: Francisco Flores

Las palabras pueden ser regalos. ¿Sabían? Hoy quisiera regalarles muchas. Dibujé dos e cursivas para que tiren de la punta de una de sus patas, las desarmen como si fueran una moña, y entren en este texto.

Cuando era niña miraba algunas cosas con ojos de susto y otras con ojos de asombro. Y me salían pocas palabras: permiso, gracias, yo no fui, por favor, perdón. ¡Y existen tantas que pueden crearse universos infinitos! Me emocioné cuando descubrí que la palabra palabra las nombra a todas. Incluye a las palabras regalo, feliz, día, niño, niña, alegría, entusiasmo, y más. La palabra breve es breve y la palabra largo, también. Hay palabras con música, como ananá y chascarrillo. Abracadabra y Sim sala bim son palabras mágicas. Secreto es muy misteriosa. Otras, dichas juntas, forman trabalenguas: canica, caniche caníbal, candil ¿Les salió?

Hay quienes dicen que existen malas palabras, yo creo que viven de las intenciones, los tonos y las maneras de combinarlas. Algunas, cuando se encuentran, provocan terremotos y otras caricias. Los rezongos y los halagos están hechos de palabras. Las canciones y los cuentos, también. Con ellas se pueden crear historias apenas más largas que un suspiro o eternas como algunos recuerdos. Es con palabras que preguntamos: ¿Qué hace una peca en un mar de lunares?

Antes, mi palabra favorita era socotroco, porque pronunciarla era escalar una montaña, después preferí pizpireta porque su sonido me alegra; pero hoy mi elegida es regalo, y estas son mis palabras para ustedes. A través de ellas, quiero llevarlos a un jardín de origami y correr por sábados donde vuelan cometas. Ofrecerles un carrusel para pasear ilusiones, un reloj que se olvida del tiempo, bostezos con burbujas, una llave que abre ventanas. Podemos reírnos de una pesadilla que cae en un pozo y patalea en lo profundo mientras grita auxilio y de pulgas acosadas por mini pulgas.

Soplo un panadero y deseo que no encierren sus palabras, que jueguen con ellas, que se vuelvan pájaros y construyan galaxias. Elegí seis para despedirme:

Un abrazo con olor a jazmín.

Una nueva historia de Cecilia Curbelo

Cecilia Curbelo es, quizás, la autora preferida de los niños más grandes y de los adolescentes en Uruguay.

Sus novelas -Lucas (e Inés) sin etiquetas, A la manera de Agustina, Aunque ella esté, Aunque él no esté, La búsqueda de Lucía, La decisión de Camila, solo por nombrar algunas- siempre cuentan historias con las que es fácil identificarse y generan adhesión en un público que la sigue de manera fiel con cada uno de sus libros.

Ahora Cecilia acaba de publicar Lo que Natalia no sabe.

La novela cuenta la historia de una adolescente a la que su madre manda a pasar unos días a Empedrada, un balneario en el que Natalia se siente vigilada y observada y que esconde muchos secretos; la mayoría de ellos tienen que ver con ella misma. El libro ya está en ventas en todas las librerías del país.

Autores que marcaron generaciones
Roy Berocay

Roy Berocay y Helen Velando son dos de los escritores que vienen acompañando a más generaciones de niñas y niños de todo el país. Libros como Pateando lunas, Las aventuras del sapo Ruperto o Pequeña ala, de Roy, o Detectives en el Cementerio Central, Misterio en el Cabo Polonio, de Helen, fueron algunos de los que marcaron a los niños que crecieron en los 90 y principios de los 2000 y que siguen siendo leídos en la actualidad. Además, los dos siguen escribiendo y creando historias para los más pequeños. En 2019 Helen publicó Esta escuela está embrujada y otros cuentos que dan miedo. Por su parte Roy acaba de publicar Superniña, un spin-off de Pateando lunas. En este caso el personaje principal es Alicia, hija de Mayte, la protagonista de la historia anterior.

Diferentes formas

Matías Castro es un escritor y periodista que ha experimentado en varios géneros. Además de ser el director del festival Montevideo Comics, ha escrito libros de investigación - Las dos muertes de Dionisio Díaz, por ejemplo- algunas historietas, como Bernardina hacia la tormenta, y algunos libros para los más chicos. Ese es el caso de Chucho. La leyenda del perro que nunca se rascó, El secreto de una chica fuerte o Chucho, una historia con pocas pulgas. También ha escrito en varios medios, como El País, Brecha o la revista El estante.

En el caso de Virginia Mórtola, que es escritora, psicoanalista, docente de Literatura Infantil en la Universidad Católica, además de tener un máster en Libros y Literatura infantil y juvenil por la Universidad Autónoma de Barcelona, ha publicado cuentos en diferentes antologías, además de su libro Cuentos de disparate y terror. En 2018 publicó su primera novela, La ventana de papel.

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