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Charrúas y nipones: ¿qué tanto hay que de la cultura de Japón en Uruguay?

Este mes se cumplen cien años de los primeros vínculos diplomáticos entre el país del sol naciente y nuestro país.

Joaquín Osimani
Joaquín Osimani. Foto: 

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En un momento, Joaquín Osimani dice en charla con Domingo que no debe haber país más lejano de Uruguay que Japón. Pero para él, y para otros en esta nota, Japón siempre estuvo cerca. El cálculo de Osimani pega en el palo. Si se toma como referencia a Montevideo, la antípoda de la capital uruguaya es Sinan, en Corea del Sur: hay casi 20.000 kilómetros de distancia entre ambas ciudades.

Este mes se cumple un siglo del establecimiento de relaciones formales entre Uruguay y Japón. El 6 de septiembre de 1921, el presidente uruguayo Baltasar Brum recibía las credenciales del enviado ministro plenipotenciario japonés Takashi Nakamura. En el transcurso de los cien años desde ese primer vínculo diplomático, las huellas de la cultura japonesa en Uruguay se ven en muchas partes: de comer sushi a aprender karate, de jugar horas en Nintendo (sobre todo, a Super Mario) a practicar (también muchas horas) para dominar el shamisen, instrumento tradicional elegido por Osimani para cultivar su relación con la historia y las tradiciones artísticas niponas.

Tres cuerdas

Como para muchos, la fascinación de Osimani por Japón empezó con las artes marciales. Pero esa práctica lo llevó a indagar en otras expresiones culturales y sociales. “Primero fueron las artes marciales, pero luego conocí los tambores taiko (tradicionales instrumentos de percusión) y empecé a practicar en 2013. A través de los tambores me introduje en el mundo de la música tradicional japonesa y ahí conocí al shamisen y me enamoré del instrumento. Pude hacer un viaje en 2015 a Japón y ahí compré mi primer shamisen. Ahora tengo dos, el primero que es más para principiantes y otro más profesional que suena increíble”.

—¿Qué es el shamisen?

—Si vamos a compararlo con algo occidental, sería como una especie de banjo. El instrumento se originó en Japón hace como 500 años, derivado de otro instrumento de Okinawa (el shansin) que a su vez había derivado de un instrumento chino (llamado sanxian). Eso es una de las cosas que también me gustan: ver cómo no hay nada puramente japonés, puramente uruguayo, puramente chino. La historia de la humanidad es mucho más compleja que esa simplificación de 'esto es de acá y aquello de allá'. En realidad todos somos un poco de todo”.

Hay varias corrientes o estilos dentro de la música que se hace con ese instrumento, explica, y el instrumento mismo se ha adaptado a los diferentes estilos interpretativos. “El estilo que yo cultivo se llama ‘tsugaru shamisen’ y es del norte de Japón. Todos los shamisen tienen tres cuerdas pero, por ejemplo, el mío es un poco más grueso y pesado”.

De acuerdo a su relato, el tsugaru shamisen surgió como una necesidad de músicos callejeros (muchos de los cuales eran ciegos) que buscaban un sonido más fuerte, que atrajera a más oyentes. Por eso, crearon una variante del instrumento más robusta y con un sonido potente. “Hay gente que piensa que por cómo suena es algo moderno. Por la potencia y la distorsión hay quienes lo asocian a algo muy rockero (ríe). Pero se trata de piezas bastante tradicionales”.

En el camino que lo llevó a aprender sobre las costumbres y la cultura japonesa, el músico llegó a verse a sí mismo en el espejo y a aprender más sobre su propia historia y cultura. Cuando viajó a Japón, le dio la impresión que eso que a él le fascinaba, no era del todo apreciado por gente de su edad en ese país. “Como que me cayó un poco mal ver que tienen tremenda tradición cultural y no demasiado interés en mantenerla. Y entonces me di cuenta que, en realidad, me estaba mirando al espejo: yo como uruguayo tampoco me había preocupado mucho por pensar en mi cultura y en la tradición de mi país. Estaba haciendo lo mismo que yo le criticaba a jóvenes japoneses”.

Cuando se dio cuenta, Osimani comenzó a aprender más sobre tango y candombe, músicas que siempre había tenido cerca, sin prestarle atención. “Ese fue un buen aprendizaje, nacido de ese contraste de culturas”.

Ida y vuelta

Pedro Koki Kunizawa
Foto: Francisco Flores.

Pedro Koki Kunizawa (64) es presidente de la Asociación Japonesa Uruguaya (AJU). Su padre era japonés y su mamá, uruguaya. En otras palabras, Kuzinawa es nikkei (emigrantes de origen japonés y su descendencia).

“Mi padre nació en Brasil, pero era ciudadano japonés. Se vino a Uruguay y conoció a mi madre”, cuenta. Según él, la colectividad japonesa abarca aproximadamente a unas 300 personas. “Es una comunidad chica, nos conocemos todos. La función de AJU es mantener el legado de los fundadores, las costumbres de la cultura japonesa y el intercambio con la sociedad uruguaya”, explica.

Él siempre tuvo muy presente su condición de nikkei y un momento de su vida, emprendió el “regreso” a la tierra de su ascendencia paterna. Cuando tenía 31 años, renunció a su trabajo en el Poder Judicial y se radicó en Japón con su familia. En total, vivió 15 años en distintas ciudades de ese país, trabajando primero en una fábrica de autopartes y luego en una empresa del rubro alimenticio.

—¿Cómo fue el primer contacto?

—Cuando llegué, me di cuenta de que lo que sabía de Japón era muy poco. Hablaba un poco, pero era insuficiente. Las costumbres eran otras y de repente uno va caminando por una calle que es muy tradicional para luego pasar a otra que parece que fuera del siglo XXIII. Fue un choque, sin lugar a dudas. Es una sociedad que tiene muchas cosas buenas, como también de las otras. Igual que Uruguay.

A pesar del choque inicial, fue adaptándose e integrándose. Pero había algo de lo que no podía desprenderse. “Usted, que trabaja en un diario nacionalista, me va a entender: uno es uruguayo y siempre extraña a su país. Se puede integrar, como todos nos hemos integrado. Pero uno sigue siendo uruguayo. Allá éramos sudamericanos, extranjeros. Y acá somos japoneses. Entonces, uno se va quedando con lo mejor de los dos lados. Cuando uno está fuera de Uruguay rescata los mejores recuerdos. Y cuando uno vuelve de Japón, trata de quedarse con los mejores hábitos y costumbres de allá. No hay mucho misterio y secreto en esto”, acota.

La AJU, añade, sigue cerrada luego de la llegada de la pandemia, pero ya hay planes para retomar las actividades, que entre otras cosas abarcan cursos de idioma japonés, coordinar ensayos y presentaciones del grupo Montevideo Taiko y más. “Estamos organizando un grupo de ceremonia del té”, cuenta y también hay planes para introducir en Uruguay el último arte marcial nipón que falta en el país: el shorinji kempo. Para eso, la AJU contará con el apoyo de la Embajada de Japón y la Agencia Japonesa de Cooperación Internacional, dado que ambas instituciones consideran de interés cultural dicho arte marcial.

Karate Kid

Germán Carballo
Germán Carballo.

Germán Carballo era un adolescente en la década de 1980. Esos años estuvieron llenos de influencias culturales japonesas, en parte como resultado de los importantes avances económicos de ese país. Entre otras cosas, a principios de los años 80 Japón era la segunda economía más importante del mundo tras la estadounidense. En esa época se instalaron definitivamente fenómenos como Nintendo y Sony Walkman, además de que temáticas japonesas inspiraron series de televisión (Shogun, por ejemplo, con Richard Chamberlain) y películas. Una de las más exitosas fue, claro, Karate Kid, que sigue viva como franquicia televisiva.

“Tenía 13 años cuando la vi y me puse a entrenar karate”, recuerda Carballo. Eso fue en 1988. Ocho años después, Carballo había obtenido el cinturón negro. Siguió entrenando, al tiempo que empezó a enseñarle a otros.

Por distintas razones, su relación con el karate era inconstante. Entrenaba, pero no podía consolidarse como profesor de la disciplina. Recién en 2009 pudo comenzar a dedicarse en serio a enseñar y, también, a seguir mejorando como karateka (actualmente, ostenta el cuarto —de 10— “dan” de su cinturón negro).

Con esa dedicación, Carballo profundizó su vínculo con la cultura japonesa. El karate, dice, te abre puertas. Por ejemplo, él está estudiando japonés actualmente a instancias de uno de sus exalumnos. “Él empezó a estudiarlo y llegó a dar varias pruebas en Buenos Aires. Ahora, él me está enseñando a mí”.

A veces es fácil perderse entre tanta terminología y detallados raccontos de la historia del arte marcial, pero un dato interesante que Carballo aporta es que el karate no es tan antiguo como mucha gente piensa. “Hay gente que piensa que se trata de algo ‘milenario’, pero es bastante más reciente. No tiene tanta historia como el kung fu, por ejemplo”, explica.

Milenario o no, el karate le dio a Carballo un sustento -vive de ser profesor de esta disciplina- y la chance de viajar. Competir y formar a otros lo llevó primero a la región (Argentina, Brasil y Chile) y después a lugares como Rumania, Bulgaria, Holanda e Inglaterra.

Allí a donde ha llegado, se ha encontrado con un pedacito de Japón. “El karate, si bien se occidentalizó, siempre tuvo muy presente la tradición y la cultura japonesa y se mantiene la terminología del idioma original”. En otras palabras: no importa de dónde provenga el luchador. Una vez que entra al cuadrilátero (tatami), está simbólicamente en Japón.

Los tambores

Noboru Haruta
Nobi con tambores taiko. Foto: Sandra Pías.

Noboru Haruta o Nobi, nació hace 46 años en Uruguay, de padres japoneses. En otras palabras es, como Pedro Kunizawa, nikkei. “Me siento muy identificada con ser nikkei. No sos japonés pero tampoco sos del país en el que naciste. Tenés una mezcla de las dos dos culturas y lo tratás de aprovechar”.

Desde 2012, Nobi forma parte del grupo Montevideo Taiko. Empezó a tocar tambores taiko cuando vio una exhibición de un grupo que vino desde Argentina. El ritual, las coreografías, el sonido y la vibración de los tambores la cautivaron tanto que cuando un exembajador japonés en Uruguay donó varios tambores así a la AJU, ella se anotó. “Hay que ver esto en vivo, para sentir las vibraciones de los tambores”, afirma Nobi y complementa que hay una intención didáctica e identitaria en la práctica y la actuación del estilo percusivo: Nobi mantiene los lazos con el país de sus padres a través de lecturas, consumo de noticias e información en japonés y, por supuesto, la comida. “Hoy es mucho mayor la oferta de sushi en Montevideo. Hay muchos lugares que te lo ofrecen”.

—¿Y cómo es el sushi ‘uruguayo’?

—Me gusta más el que hace mi mamá (se ríe).

Nobi sigue entusiasmada con los tambores. “A lo largo de los años aprendí mucho sobre el wadaiko, que es un estilo de percusión tradicional de Japón) y me gustaría seguir estudiando y aprender más. ¡Hay mucho por conocer!”

En esto último coinciden todos: hay mucho por conocer y aprender sobre un país y una cultura que, estando tan distante geográficamente, está tan cerca culturalmente.

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