Rock uruguayo con proyección internacional

Cuando los uruguayos invadieron Argentina

Las bandas uruguayas cruzaron el charco en los años 60. Entre ellas destacaron Los Mockers.

Los Mockers
Los Mockers en Canal 13, Buenos Aires. De izq. a der. Jorge Fernández, Beto Freigedo, Esteban Hirschfeld, Julio Montero y Polo Pereira.

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Con la llegada de la década del sesenta la música moderna se agitaba en la Argentina. Desde Estados Unidos arribaba el rock and roll, liderado por Elvis Presley, lo que provocó en la segunda mitad de los cincuenta algunos tímidos intentos de emularlo con músicos como Eddie Pequenino o Los Mac Ke Mac’s. Al llegar los sesenta creció la idea, por parte de algunos empresarios, de conformar un movimiento musical propio. Ricardo Mejía, ecuatoriano de nacimiento y directivo del sello R.C.A. generó una ola de grabaciones y espectáculos con nuevos artistas de varios estilos, para tentar a los jóvenes. El primer gran éxito de ventas lo tuvo en 1960 con el trío uruguayo los TNT y la canción “Eso”. Violeta Rivas, el chileno Antonio Prieto, Marty Cosens o Mariquita Gallego, comenzaron a destacarse en canciones melódicas. A ese movimiento se lo bautizó como la Nueva Ola y fue promocionado a través de algo que comenzaba a ser popular en las casas de los argentinos: la televisión. En 1962 nace el Club del Clan que comenzó a emitirse los sábados por Canal 13. Un año después llega a Uruguay a través de Canal 4. El éxito fue inmediato. Jolly Land, Violeta Rivas, Palito Ortega, Nicky Jones, Johny (sic) Tedesco, Lalo Fransen, Chico Novarro y Raúl Lavié entre otros, cada uno con un personaje acorde con la música que interpretaban. Se transformaron en modelos para los jóvenes que solían retrasar sus salidas para ver el programa. Así las madres tejían pullovers con rombos, como los que usaba Tedesco, imitaban el peinado de Violeta Rivas, la prestancia de Lalo Fransen o la “sonrisa de Jolly Land”, al decir de Charly García. Esos personajes eran jóvenes amables, revoltosos, que realizaban travesuras y cantaban canciones melódicas, cumbia o tango. Apenas algo de rock y rockabilly a través de Johny Tedesco. Aún la beatlemanía no había explotado.

En 1964 los hermanos Hugo y Osvaldo Fattoruso en guitarras, junto a Roberto “Pelín” Capobianco en bajo y Carlos “Caio” Vila en batería, formaron una banda que intentaba imitar, en vestimenta, peinados y sonido, a The Beatles. Hugo recuerda que la aparición de los “fab four” fue un cambio enorme tanto desde lo musical como con respecto a “conducta nueva, ropa, estética”. Los Fattoruso venían del mundo del jazz y eran solventes instrumentistas por lo que les fue relativamente fácil tocar las primeras canciones del cuarteto de Liverpool. En el verano de 1965 tuvieron un buen suceso en el boliche I’Marangatú de Punta del Este. Pronto la voz comenzó a correrse y desde Buenos Aires enviaron a un representante de la discográfica Odeón para escucharlos. Viajan a Buenos Aires y a las apuradas tienen que empezar a componer temas. Entre ellos estaba su primer gran éxito, “Break it all”. Los Shakers tuvieron un enorme suceso. Tocaban en incontables bailes, aparecían en la televisión en el programa Escala Musical, hacían giras por el interior, daban reportajes y la posibilidad de grabar nuevas canciones. Todo bajo contratos abusivos que no les permitían obtener una mínima ganancia económica de toda esa popularidad. Pero se abrían oportunidades para que otras bandas quisieran cruzar el charco en busca de la fama.

Piedras rodando

En el comienzo se llamaron los Hot Clowns, luego los Teddy Boys para, finalmente, pasar a llamarse Los Encadenados. Los cambios de nombre también respondían al deseo de nuevas oportunidades y a que la gente olvidara algunas actuaciones poco profesionales que habían tenido. Los Encadenados colgaban sus instrumentos con cadenas, haciendo honor al nombre, hasta que el metal arruinó las chaquetas claras que se habían confeccionado para estar a tono con los uniformes que solían utilizar las primeras bandas roqueras. Lo cierto es que ese grupo de adolescentes, integrado por estudiantes del Liceo Zorrilla, luego de un comienzo agitado con una expulsión de una fiesta donde habían sido contratados, comenzaron a afianzarse. El origen fue la amistad de Julio Montero con Esteban Hirschfeld, apoyada en su amor por la música y la timidez que hacía que les costara relacionarse con otros chicos o chicas. También iba a ese liceo el futuro guitarrista del grupo Jorge Fernández. Fue Hirschfeld el que lo invitó a Montero a concurrir a los ensayos de una banda que habían formado: los Hot Clowns. La forma en que Montero cuenta esos primeros encuentros, las dificultades para conseguir instrumentos y las limitaciones musicales que tenían, son partes sabrosas del relato. A un joven de hoy le parecerá increíble que hicieran música con esos primitivos instrumentos. Pasa el tiempo, se vuelven más profesionales y se transforman en Los Encadenados. Hacen una temporada en Punta del Este, que pasó con más pena que gloria, y logran grabar un simple en Radio Ariel. Hasta que un día la casualidad, o escasez de instrumentos, les abre una gran puerta.

Los Shakers, ya famosos, volvían a tocar en Montevideo en el Palacio Peñarol. Era diciembre de 1965 y Hirschfeld recibió una llamada del representante de la banda. Precisaba un teclado para la actuación y sabía que él tenía uno. El tecladista aceptó prestarlo con la condición de que Los Encadenados pudieran tocar como teloneros. Un órgano eléctrico se cotizaba alto y la contrapropuesta fue aceptada. Era el último de los grupos que tocaría antes del número principal. Desde que conocieron a The Rolling Stones, su pasión por esa música les ganó. Se sentían más identificados con el Rhythm & Blues que con el pop de The Beatles. No fue extraño que la canción elegida para esa ocasión fuera “I just wanna make love to you”, tema de Willie Dixon versionado por los Stones en su álbum debut de 1964. Iba a ser la única que tocarían, pero ante la reacción del público interpretaron “Time is on my side” y algunos temas más. La energía que imprimía la banda, en especial su cantante Polo, cautivó al público. Al terminar la actuación el argentino José Ángel Rota, productor de Los Shakers relacionado con el sello Emi–Odeón, le preguntó a Jorge Schaffner, representante honorario del grupo (y creador de una marca de amplificadores famosos), si tenían firmado algún contrato para grabar. Cuando se lo contó a los músicos, éstos pensaron que era una broma. La desilusión les ganó cuando los días pasaban y no había noticias del empresario. Al final de ese año los contratan para tocar en Cantegril de Punta del Este y deciden olvidar el incidente. Una noche, luego de un show, Schaffner vuelve a aparecer con el empresario. Ante la cara de desconfianza de los músicos, Rota dijo unas palabras que sonaron a magia. Les prometió que en febrero estarían grabando en Buenos Aires. Recuerda Hirschfeld en el libro De las Cuevas al Solís de Fernando Peláez (El País Cultural 1139) “A Jorge (Fernández) se le cayó la guitarra. Parecía un sueño”.

Los burlones

Polo Pereira (voz principal y guitarra), Esteban Hirschfeld (teclados), Julio Montero (bajo), Jorge Fernández (guitarra) y Beto Freigedo (batería) viajaron a Buenos Aires tal como les prometieron. La aduana argentina no les dejó pasar el teclado, el mismo que les había abierto la puerta para esa aventura, y Hirschfeld comenzó a practicar con una armónica introduciendo un sonido característico de algunas de las grabaciones del grupo, así como el piano acústico disponible en el estudio de grabación. La discográfica les recomendó que cambiaran de nombre. Recordaron una escena de la película A Hard Day’s Night de The Beatles, cuando le preguntan a Ringo si ellos eran “Mods o Rockers”, dos tribus rivales juveniles inglesas que generaron batallas campales en 1964. La respuesta de Ringo fue que eran Mockers (Burlones o Burladores). Graban su primer simple con dos temas propios cantados en inglés, “My Baby” y “I wanna go”. Consiguen actuar por un mes y medio en una discoteca que quedaba cerca de la pensión donde vivían llamada Whisky a Go Go. Allí aprovechan para ensayar, variar el repertorio y probar canciones nuevas. Las grabaciones se hacían en forma irregular en las horas que el estudio quedaba libre y, al igual que a Los Shakers, les llegaba muy poco dinero. La cuenta en el bar al que iban a comer se incrementaba. Mientras tanto afianzaban su estilo musical roquero, directo, sin estribillos fáciles, marcando distancia con el pop.

Julio Montero, que falleciera en febrero de 2021 poco después de terminar este libro, relata con humor y buena memoria, los pormenores de ese período. Algunas anécdotas parecen algo previsibles o irrelevantes, pero mientras se avanza en la historia se entiende que son necesarias para lograr el tono adecuado y describir cómo vivían y sentían aquellos jóvenes de los sesenta embarcados en una aventura de sueño en la capital porteña. Un lugar donde se podía ir preso por usar pelo largo o abrazar a una muchacha en la calle. No hay reproches por la forma en que fueron explotados. Se mantuvieron en la cresta de la ola gracias a incontables actuaciones y se ingeniaron para sobrevivir con magros ingresos. Replicaron el ficticio enfrentamiento Beatles vs. Stones tocando en espectáculos llamados “Los Shakers vs Los Mockers”, cuando en realidad eran amigos y compinches. Por ejemplo, Hugo Fattoruso tocó el solo de piano en el tema “All the time” mientras Hirschfeld colaboró en la letra de “Never, never”. La discográfica quería promocionar el LP y comenzaron a actuar en el programa Escala Musical. El álbum salió en octubre de 1966. Cuenta Montero que “el LP se publicó con un apoyo promocional limitado, esperando quizás que despegara por sí mismo”. Algo que no sucedió para desilusión de los músicos y de la compañía. Luego de un descanso a fin de año, donde la mayoría de los miembros de la banda viajaron a Montevideo, volvieron a la Argentina e hicieron una buena temporada de verano y carnaval. En nuestro país el álbum de Los Mockers había salido al mismo tiempo que en Buenos Aires. Acaso porque los consideraban hijos pródigos que habían triunfado en el exterior, en Uruguay vendió más copias que en la vecina orilla.

Reflejos del pasado

Luego del éxito de Los Shakers hubo una especie de fiebre en las discográficas argentinas por buscar bandas uruguayas que pudieran emularlos. Además de Los Mockers otros grupos llegaron a Buenos Aires en una especie de invasión oriental. Los Shades ganaron un concurso organizado por Discodromo Show donde el premio consistía en cruzar el Río de la Plata, actuar en Escala Musical y grabar un simple en los estudios CBS. No tuvieron éxito. The Epsilons, grupo formado en 1964 donde figuraba Roberto Alonso (Kano), grabaron un simple en Montevideo, cambiaron su nombre a Los Bulldogs y viajaron a Buenos Aires donde se dedicaron a hacer covers con buen suceso, entre ellos “Black is Black” de Los Bravos. Cambiaron su nombre a Kano y los Bulldogs y pasaron a cantar en castellano teniendo un gran éxito en 1969 con el tema “Sobre un vidrio mojado”. Los Blue Kings, una banda proveniente de Paysandú, llegan de esa ciudad y hacen su debut en Discodromo Show. Luego, en una actuación en Piriápolis llaman la atención de Palito Ortega que los invita a viajar a Buenos Aires. Son contratados por RCA que les sugiere cambiar la vestimenta. Empiezan a usar lentes y gorros los que les da una apariencia de estudiantes aplicados. Eligen llamarse Los Iracundos, sacan su primer álbum Stop en 1964 y comienzan una larga carrera en Latinoamérica y Europa. Canciones como “La lluvia terminó” o “Puerto Montt” y un repertorio profesionalmente ejecutado dentro del género melódico internacional los consolidó por décadas.

A partir de 1967 en la vecina orilla el rock cantado en español comienza a reclamar su lugar. Con una formación diferente Los Mockers graban un segundo LP donde la compañía los obliga a que un lado tenga canciones en nuestro idioma. Luego de la separación definitiva, sus integrantes se mudan a diversas partes del mundo. El baterista Beto Freigedo fallece en un accidente de tránsito. En la película 25 Watts (2001) de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella, el “Leche” (Daniel Hendler) pone el primer álbum de Los Mockers en un tocadiscos. Algunas de sus canciones forman parte de la banda de sonido. Grupos como Astroboy versionan sus temas. En 2006, luego de encuentros inesperados, se da la reunión de Los Mockers con actuaciones y un nuevo álbum, Do it again (2008). Esa parte es contada por Hirschfeld completando un libro imprescindible para conocer la historia de una banda que sobrevivió en el recuerdo durante más de cincuenta años gracias a la autenticidad de sus canciones.

LA HISTORIA DE LOS MOCKERS, de Julio Montero y Esteban Hirschfeld. Ediciones B, 2021 Montevideo, 261 págs.

Calamaro

El libro “Los Mockers” de Julio Montero y Esteban Hirschfeld cuenta la historia de una de las bandas fundacionales y más influyentes del rock uruguayo con proyección internacional. Para Andrés Calamaro, fueron parte de “el primer eslabón del ADN rockero del Río de la Plata y Sudamérica”.

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