Fotógrafa y Premio Pulitzer

Lynsey Addario: "La resiliencia de los ucranianos no se ve a menudo en una guerra"

Mientras cubre la guerra de Ucrania le confiesa a El País: "ya no me interesa sacar tanques disparando, y sí los efectos de esos disparos en los civiles".

Lynsey Addario
Lynsey Addario en el frente, valle de Korengal, Afganistán, 2007 (foto Balazs Gardi)

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Su voz sonó nítida, cálida y con una sonoridad profunda, revelando una clara empatía. Tras varios desencuentros en otras ciudades, ella en Ucrania cubriendo la guerra, este cronista en Nueva York visitando su recién inaugurada retrospectiva de fotos “The Masters Series: Lynsey Addario”, el Face Time al final nos puso al habla una vez que ella llegó a Londres. Addario (Connecticut, 1973) se queja que han sido días intensos. Volvió de la guerra que cubría para el diario The New York Times a recibir el premio que le otorgó la School of Visual Arts de Chelsea, en cuya galería del piso 15 del edificio Starrett-Lehigh se realizaba la exposición. No es el primer premio, ya obtuvo el Pulitzer (2009), entre otros, y fue best seller con sus memorias en la lista de los más vendidos del New York Times, libro que Roca Editorial tradujo al castellano con el título En el instante preciso. Vida de una fotógrafa en el amor y en la guerra, aunque el título original en inglés, It’s what I do, diga literalmente “Es lo que hago”. Que suena a justificación, sí, porque tras recorrer durante más de dos décadas campos de refugiados y frentes de guerra y territorios talibanes, y ser secuestrada un par de veces (en Fallujah, 2004, y en Siria, 2011), y verse expuesta a balas, esquirlas de bomba, privaciones, manoseos y malentendidos, es común que el interlocutor desprevenido le pregunte alarmado “¿Por qué?”, y ella responda con un lacónico “Es lo que hago”, lo que la atrapa. “Como corresponsal de guerra y como madre, aprendí a vivir en dos realidades diferentes. No siempre es fácil hacer la transición de un hermoso parque de Londres lleno de niños a una zona de guerra, pero es mi elección. Elegí vivir en paz y también ser testigo de la guerra —experimentando lo peor de la gente sin olvidar la belleza” relata en el libro. Es una mujer de carácter que siempre expresa sus dudas, y que decidió estar junto a las víctimas, los que sufren. Porque en esencia Lynsey Addario es eso, una empatía, una forma de escuchar y entender al ser humano, de respetar a cada uno como seres únicos, para que aparezcan así en sus fotografías.

Recorrer la muestra de la galería en Nueva York es una experiencia extrema. No se sale indemne. Hay sangre y belleza, color y dolor, terror y miradas de esperanza en reproducciones de gran tamaño, impresas en color a la perfección. En el eje, casi siempre ellas, las mujeres, las víctimas ignoradas de toda guerra.

—¿Te considerás una autodidacta?
—Sí, soy autodidacta. Siempre traté de buscar la conexión con mis sujetos fotografiados, de conectar con ellos a un nivel muy visceral.

—Has reconocido la influencia de fotógrafos como Mapplethorpe y Sebastiao Salgado.
—En especial Salgado, pues logra revelar la condición humana en sus fotografías. Me encontré con su obra en 1995, 1996, y su trabajo, por la escala y las emociones que evoca, fue muy poderoso para mí. La serie “Trabajadores” fue la que más me impactó, la de los garimpeiros en las minas de Brasil. Me sentí totalmente abrumada, estaba muy emocionada, y mientras miraba sus fotos se me caían las lágrimas. Recuerdo haberme dicho en ese momento, “si yo alguna vez pudiera sacar una foto tan poderosa...”. No creía que semejantes fotos fueran posibles.

—Hiciste tus primeras armas en el oficio en los años 80 en Buenos Aires. ¿Qué recuerdas de tu primer aprendizaje?
—Allá estaba tratando de comprender la cuestión de la distancia social, hasta dónde me puedo acercar a una persona para tomarle una fotografía antes de que se enoje. Cómo obtener un permiso, cómo lograr una escena auténtica. Es algo con lo que siempre estoy luchando. Esos días fueron instrumentales para entender qué tópicos me interesaban, qué historias me estaban hablando, y descubrí que, en general, esas historias estaban centradas en mujeres. Me sucedió con las Madres de Plaza de Mayo.

—¿Al acercarte, buscas los ojos en las personas?
—Sí, es posible, ya que pueden decir mucho. Pero no solo los ojos, hay mucho más, el lenguaje corporal, por ejemplo. Al principio uno conecta con los ojos, pero luego están los demás elementos. A veces la luz, o la composición dentro del encuadre. Pero sí, los ojos siempre están.

—Te pregunto esto por la foto de Mamma Sesay, la chica de 18 años que no paraba de sangrar tras dar a luz su segundo gemelo en un hospital de Sierra Leona. Su mirada es devastadora.
—Es que en los ojos de Mamma Sesay vemos la desesperación, tiene miedo, la foto es en el justo momento en que ella se sienta en la camilla y hay mucha sangre debajo suyo. Ahí ves que está totalmente aterrorizada. Recuerdo que ella decía, “tengo miedo, tengo miedo, no quiero morir, estoy perdiendo sangre”. Ves el miedo, pero también está el resto de la fotografía, te da información, el por qué.

Mamma Sesay
Mamma Sesay, 18, sigue perdiendo sangre tras dar a luz al segundo gemelo, en un país con altísima mortalidad de madres en parto. Sierra Leona, 2010 (foto Lynsey Addario).

—Es muy dolorosa esa serie de cuatro fotos, con la última en el velorio de Mamma Sesay.
—Sí, es muy frustrante, son imágenes que deberían enojarte, o dejarte llorando, hacerte sentir todo lo que estuve sintiendo en el preciso momento en que tomaba esas fotos.

—Mi esposa Gabriela venía mirando la serie también, y conmovida, al ver el desenlace, pegó un pequeño grito de angustia que resonó en la sala.
—Es que tomamos el parto como algo dado, pensamos “por supuesto que es seguro”, porque es algo que la mujer ha estado haciendo desde el principio de los tiempos. Y eso se derrumba cuando te enfrentas a algo tan básico, al hecho de que en 2010, cuando fue tomada esta foto, medio millón de mujeres morían por año en el parto en el mundo. El 60% de esas muertes se podían haber evitado. Eso no debería suceder. Sentí que era algo que debía cubrir, y de forma muy íntima.

—Junto a estas fotos, de gran tamaño, hay otras que refieren a las víctimas de violación en zonas de guerra, de la violación como arma barata y devastadora.
—Esas fotos fueron tomadas en Darfur, Sudán. Fue la primera vez que una mujer me admitió haber sido atacada sexualmente en zona de guerra. También fue golpeada, se le veía en el rostro, y mientras ella me hablaba pensé, “esto es muy valiente, hablar así frente a una periodista y de manera abierta, ante un extraño”. Lo que hallé a lo largo de los años en Darfur, en el Congo, en el sur de Sudán, y en tantos otros lugares, es que ellas saben que eso sucede a menudo, que es común que tanto tropas gubernamentales como las guerrillas lleven a cabo esas violaciones masivas para destruir y separar a familias y comunidades.

Eyerus Hagos
Eyerus Hagos, 40, fue violada por 15 soldados de Eritrea en Etiopía, y se recupera en el refugio para mujeres del Hospital Ayder (foto Lynsey Addario)

——Pero son fotos pequeñas, y están soslayadas. La de la etíope Eyerus Hagos, por ejemplo. Ese perfil bajo, ¿tiene que ver con los procesos de resiliencia que ellas están viviendo?
—Es que es muy, muy difícil. En la mayoría de las imágenes sobre el tema de la violación, las mujeres tienen el rostro tapado. Si se cubren o no, es decisión de ellas. Pero también, y eso es muy importante, las entrevistas ocurren en presencia de un consejero de trauma que ha estado trabajando con ella o con la familia. Lo habitual es que haya otras personas.

El burka como problema

—¿Cuándo trabajaste en Afganistán?
—Mi primer viaje fue en el 2000, bajo los talibanes, hace 22 años y antes del 11/S, y volví de manera consistente a lo largo de las siguientes dos décadas.

—¿Has vuelto ahora que los talibanes retornaron al poder?
—No, y no es fácil de explicar. La respuesta más simple y directa es que es devastador encontrar la misma situación en la que estaban 22 años atrás. Todo el progreso que se logró quedó en la nada.

—Hay quejas de que Occidente, con sus estereotipos, le ha hecho daño a las mujeres afganas. Para los indignados de las redes sociales, por ejemplo, todo el problema parece estar en el burka.
—El problema no es el burka. Esa es una forma superficial de ver las cosas. Lo más importante es que las mujeres quieren libertad, educarse, trabajar, tomar decisiones, y disfrutar de todo el progreso que habían logrado. De poder ser abogadas, periodistas, cirujanas, doctoras, decidir con quién se casan. Eso es lo importante, y no si deben usar o no burka.

—En una de tus fotos más icónicas aparecen dos mujeres en un lugar desértico, a la buena de Dios. No se ve que una de ellas está con contracciones, en trabajo de parto. La soledad es abrumadora y, aún así, la belleza de esos burkas azules, que se funden con el cielo, trasmiten una profunda calma y dignidad.
—Sí, claro, exacto. El hecho real es que muchas mujeres en Afganistán son muy conservadoras, muy religiosas. No todas quieren usar burka, pero en general Afganistán es un lugar muy conservador donde es normal estar cubierto.

La afgana Noor Nisa
La afgana Noor Nisa está con contracciones y en trabajo de parto en un camino al borde de la montaña, Afganistán, 2009 (foto Lynsey Addario)

—¿Esta mirada no te ha traído problemas con editores y medios occidentales?
—El público de los medios con los que trabajo aprecia lo que les estoy mostrando. Soy muy específica a la hora de decidir con qué publicaciones trabajo.

—Puedes elegir.
—Ahora sí... 22 años más tarde (risas). Pero aun debo pelear para obtener trabajos. Todavía no sé si podré ir a determinado lugar y retratar las historias que quiero cubrir.

Ucrania y después

—Días atrás, mientras caminaba por la Avenida Lexington de Nueva York, vi la edición papel del New York Times (22 de agosto) con una foto tuya en portada. Era de la guerra de Ucrania. Me sorprendió porque no parecía una foto de guerra. Los soldados chateaban en calma por teléfono. Sin armas. Había paz, y sin embargo era una foto de guerra. ¿Cómo te acercaste a ese grupo de hombres?
—Es difícil de describir. Primero trato que la historia me hable, de escuchar lo que la situación me puede decir. Luego camino alrededor del o los sujetos mientras observo la luz, tratando de encontrar una situación de luz bella. Entonces tomo fotos desde una posición, y luego me voy al otro lado, al opuesto, ¡a contraluz! (pone énfasis porque lo dice en castellano). Siempre estoy tratando de conseguir diferentes perspectivas. Porque puedo creer que tomé la mejor versión y, al cambiarme de lugar, decir “oh no, esta es mucho más poderosa”. Con esos soldados al borde de la ruta, al amanecer, fue difícil. La luz era muy bella, pero no era una situación dinámica, todo era muy estático. Trabajé duro en esa foto con diferentes ángulos y momentos.

—Hay otra foto tuya de Ucrania que está definida por su inmediatez. La de la madre y sus dos hijos en el pueblo de Irpen que murieron en el acto por el estallido de un obús. ¿Cómo llegaste a ella?
—Las cosas pasaron muy rápido esa mañana. Era un sitio de evacuación de civiles, una zona relativamente segura. Estaba preparada para fotografiar mujeres, niños, ancianos, simples civiles tratando de cruzar un puente. Al llegar, sin embargo, noté que el ambiente estaba más tenso que lo normal. Me di cuenta que no era muy seguro. Entonces ocurrió, cayeron tres rondas casi seguidas de proyectiles de artillería, con diferencia de minutos, y no tuve mucho para pensar. Luego del primer estallido me tiré a tierra, me levanté y tomé fotos, y al segundo volví a tirarme, luego a levantarme y a seguir. Cuando cayó la última todo fue muy caótico. Estaba tan cerca de un obús que vi el flash, el fogonazo del estallido. Entré en shock y quedé rociada de tierra, piedras, mugre, sin saber si alguna esquirla me había dado y si estaba o no sangrando. Cuando el asesor de seguridad me dijo que estaba a salvo para cruzar la calle, me imaginé que vería a algún soldado caído, todo era caos, no pensaba claro, entonces me encontré con esos cuatro cuerpos, y de inmediato descubrí que uno era un niño, y dije por Dios, no lo puedo creer, una familia entera. Pensé que el hombre era el esposo de la señora, pero no, era un voluntario de la iglesia. Entonces supimos que eran una madre y sus dos hijos.

La madre y sus dos hijos
Una madre y sus dos hijos mueren en el acto tras la caída de un obús ruso en una zona de evacuación de civiles cerca de Kiev, marzo de 2022 (Lynsey Addario). 

—¿La guerra de Ucrania cambió en algo tu forma de fotografiar?
—No. Pero sí soy una persona diferente. Soy mayor, madre, y he tenido muchas advertencias por situaciones peligrosas, y ya no me interesa fotografiar tanques disparando y sí ocuparme del impacto de esos disparos en los civiles. Para mí es mucho más importante cubrir el costo de una guerra, sus injusticias, los civiles asesinados, las mujeres, los niños, los refugiados. Los desplazados, a quienes les destruyeron sus hogares.

—¿Qué te impactó más de Ucrania?
—La gente. De forma increíble son muy resilientes. Están muy unidos, el sacrificio que hacen, sin quejarse. Son duros, no expresan emoción. Están muy resueltos a seguir juntos y a luchar contra los rusos a cualquier costo. Esa fuerza y esa resiliencia es algo que no he visto a menudo en una guerra.

Vecinos de Kiev
Vecinos de Kiev buscan sus pertenencias entre los escombros tras un bombardeo ruso, febrero de 2022. (foto Lynsey Addario/The New York Times)
Marinos italianos
La marina italiana rescata a 109 inmigrantes africanos en el Mar Mediterráneo, 2014 (foto Lynsey Addario)
Soldados
Soldados norteamericanos llevan el cuerpo del sargento Larry Rougle muerto tras una emboscada talibán, valle de Korengal, Afganistán, 2007 (foto Lynsey Addario)
La parlamentaria afgana
La parlamentaria afgana Fawzia Koofi participa de una ceremonia de graduación junto a sus dos hijas, Universidad de Kabul, 2010 (foto Lynsey Addario)
La bombero
La bombero Madalyn Schiffel, 26, lucha contra el fuego en California (foto Lynsey Addario)
Afgana
Afgana viviendo en un campo de refugiados cerca de Peshawar, Pakistán, 2000 (foto Lynsey Addario) 
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