Narrativa del Japón

Hiromi Kawakami sobre el incesto y el erotismo en clave japonesa

Una novela que va revelando las pulsiones paso a paso.

Hiromi Kawakami
Hiromi Kawakami

En los últimos años la narrativa japonesa más visible estuvo dominada por grandes novelistas hombres, con Haruki Murakami a la cabeza. Pero claro, ellas también escriben, y es así que debería prestarse atención a la última novela de Hiromi Kawakami, De pronto oigo la voz del agua. Una historia de vida con detalles hermosos, por momentos inocente y hasta pueril, y por otros cargada de un lenguaje más para adultos.

Kawakami se pone el traje de Miyako, una mujer de Tokio para quien la vida ya pasó, y decide contar. En 1996 vuelve a la casa de la infancia y la adolescencia, que abandonó diez años atrás cuando murió la mamá. Miyako no se muda sola, sino que lo hace con el hermano Ryo, el otro gran protagonista de la novela. Ambos hermanos, Miyako y Ryo, andan desilusionados, en especial por los amores contrariados; y en el caso de Ryo, incluso, el haber sido testigo del ataque de gas sarín en el metro de Tokio (marzo de 1995) perpetrado por una secta. Pero también está la pulsión de reencontrarse con el pasado, con la casa, además de vincularse otra vez con el papá. Y claro, no pasará mucho tiempo para que suceda una extraña fascinación entre los hermanos: “El Ryo al que tanto quise en el pasado está ahora a mi lado, aunque mi interés por él es distinto. Solo pienso que hay un hombre de edad mediana y cansado junto a mí, un cuerpo, pero un cuerpo que resulta ser el suyo, y cuando pronuncio su nombre renace en mi interior ese amor de antaño en el que también se mezclaban la fascinación, la angustia, la entrega y la devoción”.

Fusión de tiempos

En De pronto oigo la voz del agua, es como si no hubiera ni pasado, presente o futuro. Todo se mezcla en una fusión de tiempos, se diluye la línea temporal. Hay una especie de caos literario, no solo temporal sino de acontecimientos, pues podría pasar que en un mismo párrafo se salten varios años hacia adelante o atrás, o se pase de un recuerdo a otro, completamente distinto.

Pero, en todo caso, se trata de una miscelánea fresca, pura, que invita a ser devorada de principio a fin. Los capítulos (o partes del libro) están acordes a la narración, titulados por episodios independientes del paso del tiempo.

Uno de estos episodios son los sueños, y dentro de ellos la figura de la madre es recurrente. Es en aquel mundo onírico que se la describe, una y otra vez, pero siempre distinto. Es ahí donde Miyako más la extraña: “Primero veo sus manos, y poco a poco se dibuja su silueta. Escucho apenas su voz y de entre una bruma lechosa surgen despacio sus brazos, su cuello, su pelo”.

También tendrán su parte las mujeres, las criadas, papá y mamá, el momento en que muere la madre. Así, el puzle de vida de Miyako se va completando, el círculo cierra de a poco; las piezas engarzan y la trama se completa. No solo desde el año 69 comienza el relato, con los hermanos de diez y once años, sino mucho antes, con los recuerdos de los abuelos, las bombas cayendo en Tokio en plena Segunda Guerra Mundial. Es una evolución en todo sentido, en la vida íntima, en los sentimientos más hondos; en la casa y hasta en las calles de la ciudad.

La novela está llena de sabores, colores, aromas de géneros imprevisibles que van regando primero los barrios de Tokio como si el lector se estuviera paseando por allí. Y más adelante, y por encima de eso, está la casa de siempre, con sus cuartos, sus tatamis, y todos los enigmas y fantasmas que andan acechando por allí.

Las pulsiones

“Sentí el calor de Ryo muy cerca de mí. Dejé caer la mano sin fuerza y acabó junto a la suya. Los movimientos del taxi las acercaron aún más. Otra sacudida, pensé, y terminarán por tocarse. Mis dedos tocarán los suyos. Noté el pulso en mi dedo índice. Miré hacia adelante para no pensar en ello. El coche volvió a moverse, pero las manos se separaron. Me sentí aliviada, y al mismo tiempo mi corazón se encogió. Podía escuchar los latidos. Me ardían las orejas”.

Las pulsiones se revelan paso a paso, desde lo más nimio a lo más trascendente, como una especie de cámara lenta con un final esperado. La vuelta a la casa, el recuerdo abrasante, la desilusión del amor, todo mortifica. Pero hay otro detalle más, y son las revelaciones de un secreto de los padres. Entonces eso que suena tan raro —el incesto— se vuelve una cosa de lo más normal.

No solo está el hermano Ryo, sino también la amiga Nahoko. Es otra de las protagonistas de la historia, aparecida desde las primeras páginas, y con quien Miyako compartirá una vida en común, a pesar de todos los huecos y las diferencias sociales, y a pesar de que es otra mujer y no Nahoko la de la voz del agua: “Y entonces acercó sus labios a los míos. Cerré los ojos y oí el agua cayendo del grifo medio abierto. Por primera vez saboreé la suavidad y la dulzura de unos labios”.

El tiempo parece estar siempre fuera de control, como un tren avasallante, indomable, atravesando y rompiendo los tabúes mejor guardados, como aquellas revelaciones de incestos y erotismo. Ni siquiera se detiene en el momento más álgido, pues entonces “el tiempo no se detuvo. No hubo ningún vacío. Nada explotó. No ocurrió nada”.

Algo parecido sucede en todo el libro, en el que el tiempo sigue fluyendo hasta el final y un poco más también, y nada explota a pesar del daño y la tristeza por lo que ya no volverá, a pesar de las bombas de la guerra, el gas sarín o el terremoto devastador reciente. Es que siempre va a haber alguien como Miyako, con esa inmensa pasión de vivir.

DE PRONTO OIGO LA VOZ DEL AGUA, de Hiromi Kawakami. Penguin Random House, 2021. Madrid, 187 págs. Traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés.

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