Narrativa mexicana

Gonzalo Celorio maldice su propia novela

Es la tercera que escribe sobre su propia familia, y está enojado.

Gonzalo Celorio
Gonzalo Celorio

Las dos anteriores novelas de Gonzalo Celorio (Ciudad de México, 1948), Tres lindas cubanas y El metal y la escoria, eran versiones de las historias de la familia de su madre, la primera, y de su padre, la segunda. El mismo Celorio detalla con agudeza: “liberado de las exigencias de la veracidad histórica, le di cabida a la imaginación novelística: modifiqué nombres, fechas, parentescos; suprimí de un plumazo personajes anodinos para la literatura por más que hubieran sido relevantes para la vida familiar, de igual manera que engendré otros que se desplazaron por mis páginas con la misma naturalidad que si hubieran transitado por la historia. Mi escritura se pobló de hipérboles, falacias, invenciones, lo que, paradójicamente, me permitió hacer calas más profundas en aquella historia original. Porque la ficción puede llegar adonde la veracidad histórica se detiene como delante de un precipicio. Y es que la novela tiene la potencia de ampliar las escalas y las categorías de la realidad”. Y precisa: “Justamente por haber alterado, con la imaginación, la historia referencial, considero que mis dos obras anteriores son novelas y no libros historiográficos”.

Con estos antecedentes, parecía lógico que Celorio emprendiera después la novela de su propia familia. Así se lo cuenta a una de las interlocutoras de Los apóstatas: “qué quieres que te diga, aquí me tienes lidiando con esta tercera novela sobre mi familia. He de confesarte que no estoy nada contento ni satisfecho con ella. Me está costando mucho trabajo escribirla. Más que trabajo, mucho dolor, mucha pena, mucho sufrimiento. Nada me gustaría más que mandarla al carajo, con tu perdón. Pero no he podido. La necesidad de escribirla me cayó encima como una alimaña de la que quisiera sacudirme de inmediato. Así dice Julio Cortázar que tiene que deshacerse del cuento que de pronto se le mete en el cuerpo como una cosquilla insidiosa: ¡ya, lo antes posible! Pero el caso es que yo llevo años escribiéndola y no tengo ni para cuándo terminarla, si es que la termino. Me he alejado de ella en varias ocasiones, algunas por largos meses, pero tampoco he podido abandonarla. Así que ni para atrás ni para adelante”.

Con todo y que Los apóstatas parece ser la tercera parte de una saga, desde el punto de vista del lector es una novela completamente autónoma, pues su única relación con las dos anteriores de tema familiar es que, de seguro, el lector que no las conozca querrá leerlas después de terminar Los apóstatas.

La novela y el conflicto

Lo que no sabía Celorio eran los hallazgos que haría y que casi lo obligan a renunciar a terminarla. Tales son, que Los apóstatas acaba siendo dos cosas: primero, sí, la historia de su familia, papá, mamá y doce hijos, siguiendo la huella de dos de esos hijos y del propio Gonzalo, el hijo número once, por lo que, en cierto modo, la novela tiene ribetes de autobiografía. Y lo segundo es la historia misma de la escritura, de los hechos que encontró y que llegaron a inhibirlo, de sus propios temores, inquietudes, desconciertos y compensaciones, durante los siete años en que estuvo trabajando en ella: “Cuando empecé a pergeñar esta novela, no sabía en lo que me estaba metiendo. Tuve la ocurrencia de escribirla sin prever que ese primer impulso (si no del todo inocente, tampoco perverso, ni siquiera malicioso) terminaría por convertirse en una maldición”.
En principio Celorio se proponía “contar la historia de mi hermano Miguel, que es también mi propia historia, porque no puedo hablar de él sin reflejarme en el espejo de su vocabulario. No sólo fue mi hermano mayor, sino mi padre. Un padre intelectual que suplió a mi padre biológico. Papá era un hombre mayor cuando me engendró, y murió cuando yo aún era niño. O más bien, dejé de ser niño justo el día que murió”.

Miguel era veintidós años mayor que nuestro novelista, Gonzalo, quien cuenta que “cuando ya había escrito una primera versión de la historia de Miguel, me percaté de que su vida presentaba muchos paralelismos con la de otro hermano mío, Eduardo, que es dos años mayor que yo. Distanciados por veinte años, ambos habían seguido una pretendida vocación religiosa y habían recibido una formación clerical equivalente, ambos habían vivido la clausura del convento y ambos habían acabado por abandonar las congregaciones religiosas en las que habían profesado. Los dos eran apóstatas, pues. Una vez fuera de sus respectivos conventos, sus destinos, empero, fueron opuestos. Uno persistió en su fe hasta el paroxismo y otro la permutó por la lucha revolucionaria a favor de los desposeídos de este mundo”.

Los apóstatas, pues, reinventa la fórmula de Plutarco: vidas paralelas, más allá aún de la fórmula clásica, pues aquí se añade la vida del narrador que, a su modo, él mismo lo dice, también es un apóstata. Y, de los tres, “dar cuenta, sí, de lo grandioso, lo memorable, lo público, pero también de lo miserable, lo vergonzante, lo privado”. Para aclarar, también para averiguar algunos hechos, además de sus cartas y conversaciones con Eduardo y con Miguel, Gonzalo habló con muchas personas: “Nunca imaginé lo que la escritura me habría de revelar. Y mucho menos, las dificultades morales, familiares y hasta políticas que tendría que enfrentar para terminar esta novela y, dado el caso, para publicarla. Si es que al fin me decido a publicarla. Maldita la hora, sí, en que se me ocurrió escribir esta novela”.

Más adelante añade: “la historia de la escritura y de la publicación de la novela era tan conflictiva, o más, que la novela misma. Después de darle muchas vueltas al tema, decidí relatar no sólo lo que había sucedido en la historia, sino contar también la historia de la escritura de la novela, a fin de que Gonzalo, y de paso mis posibles lectores, comprendieran mi conflicto, porque toda novela, en mi opinión, nace de un conflicto. Un conflicto que no se resuelve en el transcurso de una sobremesa, sino que requiere que se navegue durante muchas páginas para exponerlo. Y la novela no resuelve el conflicto que motiva su escritura, pero sí lo saca del pecho del autor para ponerlo en el pecho del lector. Es decir que la escritura de la novela no tiene otra finalidad que liberar al escritor de la necesidad de escribirla, de permitirle abandonarla. Y eso, precisamente, era lo único que yo quería hacer desde la maldita hora en que se me ocurrió escribirla: abandonarla, quitarme de encima la alimaña que me cayó en el cuerpo”.

Todo lo que es conflicto interno, dudas y desconciertos de un escritor, acaso sea la materia prima más apropiada de la buena literatura cuando ese escritor tiene la sabiduría para encontrar las palabras precisas y el talento para darle un ritmo y arte combinatorio a todo lo que cuenta. De modo que aquello que era problema para Gonzalo Celorio, se convierte en la materia de una especie de encantamiento que secuestra al lector, obligado a seguir el curso de estas aventuras vitales tan intensas y tan profundamente humanas.

LOS APÓSTATAS, de Gonzalo Celorio. Tusquets, 2020. Barcelona, 416 págs. Disponible en ebook.

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