Otra tradición oficial británica

Cómo escribir un poema para la reina y sobrevivir: la tarea de Simon Armitage

El gran poeta dio a conocer un poema en honor a la monarca fallecida. Una tarea oficial que no está exenta de riesgos, ni de burlas.

Simon Armitage
Simon Armitage en el cargo oficial de Poeta Laureado (foto Peter James Millson)

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Hace cinco días que ha muerto la reina Isabel II. Innumerables personas trabajan sin descanso en la organización de sus exequias y en la gran actividad administrativa que demanda el fallecimiento de un monarca, y la llegada de su sucesor. Otro trabajo, no menos apremiante, es el que ha ocupado a Simon Armitage, Poeta Laureado del Reino Unido, que ese día debe dar a conocer el poema “Tributo floral”, en homenaje a la difunta soberana.

Su poema, un doble acróstico estructurado en torno al nombre ELIZABETH, es parte de una tradición inglesa en la que los Poetas Laureados escriben poesía para marcar ocasiones importantes. Armitage ya ha escrito, en ejercicio de su cargo, una elegía al príncipe Felipe, esposo de la reina, muerto en abril de 2021, y un poema por el Jubileo de Platino de la soberana este mismo año, como también poemas sobre el quincuagésimo aniversario del aterrizaje en la luna y la pandemia de Covid-19.

Su predecesora en el cargo, Carol Ann Duffy (entre 2009 y 2019), escribió en 2011 un poema para la boda del príncipe William y otro en 2013 sobre el sexagésimo aniversario de la coronación de Isabel. Pero también lo hizo sobre las irregularidades en los gastos de los parlamentarios y sobre una lesión del futbolista David Beckham.

Puesto oficial

El cargo de Poeta Laureado —que no conlleva obligaciones específicas, aunque sí la expectativa de que su titular escribirá poemas relativos a los hitos más relevantes de la nación— encuentra sus orígenes en la designación de John Dryden, en 1668, por el rey Carlos II. Algunos van todavía más atrás y lo retrotraen a la concesión de una pensión real al poeta y dramaturgo Ben Jonson en 1616, aunque recién con Dryden el cargo se convierte en un puesto oficial cuya vacancia debe ser llenada.

Desde 1668 hasta hoy el cargo sólo estuvo vacante durante cuatro años, entre 1892 y 1896, luego de la muerte del muy querido Alfred, Lord Tennyson (1850-92). Es que sus zapatos eran difíciles de llenar.

Dryden, el primer Poeta Laureado, fue removido del cargo en 1689 por negarse, en su condición de católico, a jurar lealtad a los monarcas protestantes Guillermo y María; es el único caso de un Laureado destituido. A partir de allí el cargo se adjudicó en forma vitalicia hasta 1999, cuando se designó a Andrew Motion por diez años.

El primer Laureado vitalicio, Thomas Shadwell (1689-92), introdujo la tradición de escribir poemas para Año Nuevo y para el cumpleaños del monarca. En 1843, luego de la designación de William Wordsworth (1843-50), lo que se había tornado una obligación atinente al puesto migró hacia una expectativa no vinculante de que el Laureado afilaría la pluma para los grandes eventos nacionales, expectativa que permanece hasta hoy.

Un barril de vino canario

Ben Jonson, beneficiario de una pensión por su obra literaria, recibió a partir de 1630 el agregado de un “barril de vino canario” por decisión del rey Carlos I (la expresión en inglés, “butt of Canary wine”, refiere a un barril con la capacidad específica de 126 galones, unos 572 litros). Este regalo fue discontinuado a partir de 1790 cuando el ocupante del cargo prefirió que se le cambiara por dinero, pero volvió a instituirse en 1984 con Ted Hughes. Hoy se entregan 720 botellas de jerez a lo largo de los diez años de permanencia de cada persona en el puesto, lo cual resulta en un promedio de 72 botellas por año. El jerez es enviado desde España, y los Poetas Laureados son invitados por los productores españoles a seleccionarlo dentro de una amplia variedad de ofertas, y autografiar los toneles.

No sólo el Poeta Laureado se puso a trabajar tras la noticia de la muerte de Isabel. Muchos ciudadanos, comunes y no tanto, tomaron papel y pluma para lamentar el fin de una época (el reinado más largo en la historia de la isla), o la desaparición de una figura que parecía haber existido siempre; o, en ocasiones, para contar el impacto de este evento sobre sus experiencias personales.

La escritora e historiadora Antonia Fraser leyó para la BBC su poema “El lamento del corgi”, donde una de las mascotas de la reina llora:

Cuando una suave palmada
Me disuadía de ladrar
Sabía que era ella

(una usuaria de Facebook opinó que Fraser “estaba, claro, casada con Harold Pinter, que también creía equivocadamente ser poeta”).

Para la escritora estadounidense GeneAnn Newcomer, en el poema “(Quizás) la última palabra de Isabel II”, la muerte de la reina es ocasión para reflexionar sobre la de sus propios seres queridos:

Y mi hermano muerto,
¿Acaso no fue pronto su última
/palabra, como en
Te veré muy pronto? La de mi ex
Fue luego, con su promesa rota,
Nos mantendremos en contacto. Y
te veré luego.

Mientras, la predecesora de Armitage como Poeta Laureada, Carol Ann Duffy, dio a conocer hace algunos días un poema titulado “Hija”, que analiza la muerte de Isabel mirando el momento en que la propia soberana perdió a su madre, la Reina Madre de Gran Bretaña:

Hija de tu madre, volviste el rostro
al camino
que corría junto al río; detrás de ti, el castillo,
su callado salón de baile,
bandera a media asta

y culmina refiriéndose al funeral actual:

Esta noche, el palacio de la infancia;
las antorchas de los iPhones devolviéndonos el pasado,
las llamas medievales.

Por encargo

Pero escribir un poema en forma espontánea acerca de un suceso público o personal que conmueve es distinto a la obligación —real o percibida como tal— de producir una obra poética para esa misma ocasión, bajo la mirada de los medios de comunicación y la sociedad en general. Quizá fue por este motivo que en 1984 el gran Philip Larkin rechazó el cargo. Le fue entonces ofrecido a Ted Hughes (1984-98). En la década del 70 otro Laureado, Sir John Betjeman (1972-84), escribía: “Lo he estado pasando muy mal con los diarios: me malinterpretan y mienten sobre mí, a veces con las mejores intenciones, y me ponen tan nervioso que casi no me atrevo a llevar la lapicera al papel. Quizá sería una buena cosa que el papel se terminara”.

Si bien la escritura de poemas para los hitos nacionales no es un imperativo para el Laureado, lo cierto es que se espera que los escriba. Por eso Sir Andrew Motion (1999-2009) reflexionaba: “No es que nadie vino con una bandeja de plata y me haya mandado escribir un poema sobre tal o cual tema, pero lo cierto es que tenía un sentimiento de obligación de hacer algunas cosas que resultaron muy difíciles. (...) Ojalá hubiera podido resistir mejor ese sentimiento de obligación de escribir algunos de los poemas que escribí. (...) Casi el mismo día que dejé de ser Laureado, los poemas que habían sido muy esporádicos regresaron a mí, como pájaros anidando en un árbol al anochecer”. Todavía en el cargo Motion había dicho: “Este trabajo ha sido increíblemente difícil y enteramente ingrato. Ha sido muy, muy perjudicial para mi escritura; de hecho, me sequé por completo hace unos cinco años y no puedo escribir nada salvo por encargo. Pensé que toda la poesía se había marchado, pero siento que aún queda algo que podría volver”.

Y agregó: “La reina nunca me da una opinión sobre mi trabajo para ella. (...) No tengo ni idea de si realmente le gustó (mi poema para sus bodas de diamante). Escribí lo que pude para ellos, hice lo que tenía que hacer, y no incluiré nada de ese trabajo en mis futuros libros”.

Quizá Adam Newey, autor de un reciente artículo en The Guardian, tuviera en mente estas declaraciones cuando definió a la tarea del Poeta Laureado como un “trabajo imposible”: “Para ser una mujer que no destacaba por su profundo interés en la literatura, la Reina tuvo a su servicio algunos Poetas Laureados muy talentosos. Sin embargo, casi todos sintieron el puesto como una carga, y ninguno escribió sus mejores obras con los laureles puestos”.

Riesgo de ridículo

La desazón de Motion y de sus predecesores se vincula también con la exposición al ridículo y al escarnio que tienen sus esfuerzos, y más con lo picantes que están las redes sociales. El poema en forma de rap que escribió Motion para la mayoría de edad del príncipe William:

Den un paso atrás
Esto es un ataque de edad
Pero el segundo en línea para el trono
Lo está llevando genial

Fue objeto de burlas de todo tipo, un poco injustas, por cierto, dado el valor acumulado de su obra.

Ni siquiera el admirado Tennyson se salvó de las befas en su época. Por su parte, Robert Southey (entre 1813 y 1843), blanco habitual de burlas por actitudes que eran vistas como serviles hacia la monarquía, recibió el sarcasmo de nada menos que Lord Byron, quien, en la irreverente dedicatoria del poema narrativo “Don Juan”, le dice:

Tú, Bob, eres bastante insolente (...)
Y te esfuerzas de más,
Y caes de lo alto como los peces voladores
Que boquean sobre la cubierta, porque vuelas muy alto, Bob,
¡Y caes, seco por falta de humedad, Bob!

Pero no todo es negativo. Además de una ocasión para escribir poemas con relevancia para la nación, muchos Laureados han tomado la visibilidad que depara el cargo como una oportunidad para promover causas importantes.

Si bien la forma más obvia de hacerlo es a través de sus poemas, no es en absoluto la única. Carol Ann Duffy participó en una campaña para llevar libros a las cárceles, desafiando una decisión oficial que limitaba el acceso de los presos a la lectura; Andrew Motion creó el Archivo de Poesía, un acervo digital de poemas leídos por sus autores; Simon Armitage lee poesía en bibliotecas de todo tipo, en las grandes ciudades o las pequeñas comunidades rurales, “celebrando a la biblioteca como una de las grandes y necesarias instituciones”.

En definitiva, los Poetas Laureados tienen libertad para forjar el cargo a la medida de sus preocupaciones e intereses, pero deben ser, ante todo, promotores y paladines de la poesía, de un modo relevante para la sociedad moderna.

Laurel griego

Ya en la antigua Grecia se honraba a los poetas adornando sus cabezas con coronas de laurel (origen de la palabra “laureado”). En 1341 Francisco Petrarca se convirtió en el segundo Poeta Laureado desde la Antigüedad (el primero fue el paduano Albertino Musato), coronado en Roma con las hojas de la planta que atraviesa toda su poesía como símbolo de su amada, Laura de Noves. Hoy existen Laureados en Estados Unidos, Escocia, Irlanda, Canadá y Nueva Zelanda, entre otros países. La poesía tiene algo para decir en estos tumultuosos tiempos.

Va un fragmento de “Tributo floral” de Simon Armitage (en el original en inglés, las primeras letras de cada verso forman la palabra ELIZABETH):

Caerá la noche, por firme que sea la tarde,
Lima y roble en su verdor final, en niebla perlada de setiembre.
He conjurado un lirio para iluminar estos días, símbolo de gracias,
Zonas y auras de suave relumbre que enmarcan brillantes globos.
Una promesa hecha y cumplida de por vida – he ahí tu don –
Por el cual te doy uno a mi vez, ranúnculo para algunos,
Cada bonete reluciente custodiado por severas hojas como lanzas.
El país se puso entero en tus delgadas manos,
Que pueden descansar, ahora, liberadas del peso de un siglo.

NOTA: La poesía de este artículo fue traducida por Laura Chalar.

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