Materiales sensibles y sutiles

Cuatro poetas uruguayos en el jardín donde sucede lo innombrable

Claudia Campos, Cecilia Lage, Jairo Rojas Rojas y Laura Bianchi transitan los territorios de la intimidad.

poetas
Laura Bianchi (foto Angélica Sánchez) y Jairo Rojas Rojas (foto Virginia Mesías)

Si de jardines poéticos se habla, en la tradición literaria uruguaya resulta inevitable toparse con Marosa di Giorgio. Se puede transitar ese territorio de la memoria acompañados por ella, como si fuese una versión pelirroja, sin dudas más inquietante y encendida que la de Virgilio. Se trata de un universo que simula ser materia viva, latente, pero que no es sino huella rota, cuerpo desaparecido; una voz lejana que la poesía logra reelaborar ante nosotros en forma de recuerdo, sea como ritual o mito, como escritura o imagen, Marosa logra todo a la vez. Dos libros de su juventud sirven para asomarse a ese devenir, Historial de las violetas (1965) y Magnolia (1968).

En las rutas señaladas por la poeta salteña, dentro de la literatura uruguaya reciente (y no tan reciente), escrita por mujeres (aunque no de manera exclusiva), han aparecido trabajos que se sumergen en las aguas de lo desconocido para elaborar herbarios personales de diverso alcance, compuestos por materiales sensibles de fabricación sutil.

Algo que sucedía en Árboles (1985) de Juan Cunha. Los sonetos instalan al lector en el centro de un bosque virgen donde la fauna autóctona (17 árboles caros a nuestro suelo) es descripta como si fuera vista por primera vez. En Liquen (2003) de Luis Bravo, se produce un zoom, se pasa del bosque a la corteza, de la hoja al viscoso mucílago, para llegar a sitios húmedos donde la palabra poética es apenas un polvillo que recubre la inalterabilidad de las cosas, provocando asombros al borde del estanque. En Poeta en el edén (2012) Alfredo Fressia se propone una relectura de la fe poética vinculada con el paraíso, al que subvierte. No existe como lugar, sino como entelequia, no se trata de un paraíso divino sino artificial. El poeta lucha con sus contradicciones y busca cómo atesorar el lenguaje puro de lo inmediato, cómo hacerse cargo de la infancia recuperada, cómo elevarse sobre la muerte y la oscuridad.

El jardín actual

Los herbarios evolucionan, se resguardan bajo techo y toman la casa propia. En forma de diario de anotaciones, Llueve adentro (2020) de Laura Bianchi propone un recorrido de la vivencia, íntima, residual. La poeta constata que el poder evocativo se escabulle, no alcanza con pensar para que algo no sea olvidado: hay que consignar el mundo para confirmarlo, apropiarse de lo dicho para que exista. Hay que contar las gotas de la lluvia para entender que es afuera donde caen, no alcanza con escucharlas.

A través de un poema largo que transcurre en movimiento sobre la deriva de un río, la metáfora más utilizada sobre el fluir inconsciente en relación con lo identitario, Jairo Rojas Rojas en Parte del relámpago (2021) deja también colar lo autobiográfico. La autosuficiencia del yo se ve bombardeada y disminuida por la necesidad desmedida de confirmar la existencia de ese yo. El presente se fagocita al pasado, del que apenas siente pulsaciones débiles que llegan desde un paraíso remoto y virtual (solo quedan ruinas, cadáveres de sueños, fantasías malogradas), como síntoma de un abandono nostálgico, de un letargo offline carente de conexión a Internet. Parte del relámpago desafía los mandatos para recuperar el orden de su propio discurso fundacional migrante y toma la palabra por las riendas, o mejor, por los remos,

voy tras mi cuerpo, alguien me nombró
creo
sin patria ya cubierto de vocales
que se me caen del cuerpo
camino
voy muerto dos veces naciendo siempre
viajo para visitarme

Poetas
Claudia Campos y Cecilia Lage (foto Mayra Drescher)

En Llevame al agua (2022) Cecilia Lage establece una cercanía entre el lugar (ele)mental, húmedo y vibrante, plasmado a través ritos-poemas. También el lugar real, sitio donde se completa la liturgia de la propia voz que purga por reinventarse,

yo me muevo
como la lluvia
que quiero ser
una gota en la arena
un grano en el mar
yo me entrego
como las alas
que quiero ser

Al final del recorrido se encuentra Jardín interior (2022) de Claudia Campos, donde imagen y palabra van juntas. Ser llevado es entregarse a un recorrido optativo donde se pierde el control de las acciones y al que solo uno sabe cómo llegar. Perderse también propicia formas de búsqueda: el jardín, sus laberintos lúdicos. Así lo advierte una inscripción en el portón de entrada,

las imágenes son jardín interior
antes que ninguna palabra
nacieron de un retroproyector
como especies azarosas
como autopaisajes

Jardín interior, con fotografías de Cecilia Vidal, funciona como una “colección de estampas de la infancia”. Para este caso, la palabra infancia tiene una carga potente: no solo encabeza el comienzo de los trece textos, sino que funciona como anáfora rítmica y estribillo, como gatillo disparador y botón de reinicio de diversas quietudes e inquietudes de la voz poética, que explora tanto el territorio de lo erótico como el de la fantasía, “La cresta roja de los claveles y la idea de la víbora debajo de los caballos en la calesita”, al tiempo que revisa la infancia desde un costado desromantizado, donde se da “el disfrute por mirar a otros. Querer la vida de otros”, o donde las palabras se van colando como parte de un aprendizaje: “Algo que a la mañana siguiente nadie que no lo hubiera visto creería. Hay cosas que no debe ser contadas”. El jardín, ese lugar de lo innombrable.

LLUEVE ADENTRO, de Laura Bianchi. Índigo, 2020, Montevideo, 78 págs.
PARTE DEL RELÁMPAGO, de Jairo Rojas. Astromulo, 2021. Montevideo, 86 págs.
LLEVAME AL AGUA, de Cecilia Lage. Astromulo, 2022. Montevideo, 29 págs.
JARDÍN INTERIOR, de Claudia Campos. Pez en el hielo, 2022. Montevideo, 52 págs.

Reportar error
Enviado
Error
Reportar error
Temas relacionados