Crónica latinoamericana

Una crónica de dolor y muerte en Guatemala

El reconocido fotógrafo Esteban Biba habla en su libro de la pobreza, el hambre, la delincuencia, las bandas juveniles (maras) y el Estado ausente.

Esteban Biba
Migrantes hondureños buscan llegar en masa a Estados Unidos a través de Guatemala, 2021. Foto Esteban Biba.

El fotógrafo y periodista guatemalteco Esteban Biba (1988, Ciudad de Guatemala) acaba de publicar un libro de crónica. Se titula Dispara y después sonríe y trata de su profesión y de los problemas reales de la gente, de la pobreza, el hambre, la delincuencia, las bandas juveniles (maras), del Estado ausente. Lo hace con un relato que se desmarca de las telenovelas ideológicas que pululan por el continente.

Biba empezó muy joven en periodismo como periodista y fotógrafo, en la más pura y dura crónica roja de Ciudad de Guatemala, para llegar a ser hoy un reconocido profesional de la agencia EFE española. Sus fotos se publican en The New York Times, The Washington Post, Reforma o La Jornada de México, entre otros. El relato se inicia con la catarata de muertos con que tropezaba cada mañana cuando empezó, hasta llegar a los efectos de la pandemia en las caravanas de migrantes hondureños que atraviesan su país hacia Estados Unidos. Es una crónica sobre el dolor, sobre las miradas con dolor.

Un paisaje

Dispara y después sonríe es, por sobre todo, un relato de iniciación. Cuando empezó en esa doble función de periodista-fotógrafo, con esa mirada voraz y curiosa, fantaseaba con grandes reportajes y conocer lugares lejanos, pero en realidad “no conocía mi propio país, desconocía la política, la historia reciente de la guerra civil (que dejó 45.000 desaparecidos, N. de R.), la desnutrición, la violencia, el racismo, todos esos eran términos que escuchaba pero no entendía, no lograba conectarlos a algo real”. Pero sobre todo debía enfrentar algo invisible, “la idiosincrasia guatemalteca, y el asco al conocimiento y la eficiencia, al orden y las explicaciones cesadas, a la mediocridad que es casi un estandarte nacional, a burlarse de quien sabe, no estudiar, alardear de lo poco que se estudia y que te vaya medianamente bien es un éxito mayor y más digno de seguidores que estudiar de manera correcta y obtener notas decentes”.

En los años de crónica roja “me acostumbré al lenguaje policial que los periodistas adoptan en la nota roja, a los códigos y lenguaje fonético, era como un juego de niños jugado por adultos. Me acostumbré a los rituales de la muerte, entre estos que no importa quién eras o quién fuiste, un marero, un extorsionista, un trabajador bancario, un piloto de autobús, un estudiante dedicado o el hijo de puta más grande del planeta, porque siempre a la par del cadáver, una mujer usualmente o un hombre, llegarán con una veladora, la colocarán lo más cerca de la cabeza que se pueda, me imagino porque nunca pregunté, que es una forma de guiar el alma hacia al cielo, o un recordatorio de oración. No conocí a policía alguno en Guatemala que se opusiera a ese ritual si aparecía el hombre o la mujer con la veladora”. Así, “a los 23 años ya llevaba cuatro años tomando fotografías de nota roja, mi percepción del mundo estaba distorsionada, la muerte violenta me parecía algo natural (...) y cada mañana había a donde ir a tomar fotografías de una persona tendida en el suelo, en un charco de sangre, usualmente sin un zapato”.

Pero no solo eran crímenes, también la naturaleza azotaba, sean volcanes activos estallando como el que mató a su colega Aníbal y casi lo mata a él, o las depresiones tropicales como el huracán Agatha, con tres días de lluvia y deslizamientos de tierra que sepultaban poblados enteros. Llegar a esos lugares donde el suelo hervía y derretía las suelas de los zapatos, o el barro había enterrado a cientos a la hora de la cena, los dejaba al borde de la desesperación. “El país siempre ha sido vulnerable a los desastres naturales, pero la mayoría de las personas son más afectadas por el abandono del Estado que por la naturaleza en sí”. Recuerda un viaje a Taiwán, y la fascinación de los chinos por las imágenes de su país. Por los paisajes. “‘¡Qué bonito es su país!’, nos decían los diplomáticos y taiwaneses, sonreímos y asentimos, qué ganas de contarles la verdad, qué ganas de decirles que Guatemala no es un país, que Guatemala sólo es paisaje, que ojalá no tuviéramos lagos, volcanes y cosas bonitas, pero que la gente fuera feliz, que no nos mataran a balazos, de hambre, de corrupción, pero no lo dijimos, no lo entenderían, pensarían que tan solo era un amargado”.

Corrupción y cleptomanía

Luego están los niños. “La primera vez que vi a una niña con desnutrición se me desnutrió el corazón, de tres años pero con la estatura y peso de una bebé de un año, el pelo delgado, cayendo de la cabeza y la mirada perdida, ‘no llora mucho’, dice la mamá de unos 17 años, no llora porque no tiene energía, la mamá también es pequeña, también fue una niña desnutrida, así como su mamá y la mamá de su mamá. La única herencia en algunos lugares de Guatemala es la desnutrición, es una enfermedad incurable, después de sufrir desnutrición el cerebro no se recupera más en la etapa de formación de los 0 a los 5 años”.

Hay cruzadas políticas contra este flagelo, anunciadas con bombos y platillos. Pero no. “Todo guatemalteco, después de cierto tiempo de sobrevivir en este territorio, acepta la corrupción y la cleptomanía política como algo natural, como la lluvia de mayo”. La falta de cambios, insiste Biba, los volvió cínicos, comodones, aunque a veces aparezcan destellos de esperanza, donde “Guatemala podría ser otra, menos corrupta, menos machista, menos racista, menos Guatemala”.
Y en la raíz está la pobreza, de la que se nutren las maras. “En las ciudades también abandonamos a los niños y jóvenes, muchos crecen con miedo, con miedo al hambre y la pobreza, miedo a la violencia intrafamiliar. Las pandillas son organismos oscuros, ávidos de absorber el miedo de la juventud y convertirla en una mara”.

Su tarea lo ha llevado también a Nicaragua, no al peor momento de la represión del régimen de Ortega, sino a sus consecuencias, con “estudiantes e intelectuales nicaragüenses huyendo hacia la frontera de Costa Rica por miedo a represalias, jóvenes torturados en el Chipote, un centro de detención de opositores conocido por las torturas, y mujeres violadas por policías y la guerrilla urbana del partido oficial”. Eso y su cobertura in situ de las caravanas de migrantes desesperados tratando de llegar a Estados Unidos por rutas plagadas de contrabandistas y todo tipo de delincuentes, y que Trump intentó frenar a puro Twitter por miedo a que alcanzaran Estados Unidos. Caravanas de una magnitud asombrosa, con hombres, madres, bebés en brazos, niños, “una marea humana, una migración masiva, una caravana de desesperación. (...) La primera vez que intenté ver hacia el final de la caravana me mareé, no esperaba tantas personas, todas huían de algo, pero sobre todo huían de Centroamérica, no querían quedarse en Guatemala, ni en México, querían ir al norte y dispersarse, trabajar, hacer dinero, estar seguros, mandar a los niños a las escuelas públicas y soñar con que todo iba a mejorar”.

Dispara y después sonríe es un libro cuya mirada de iniciación, curiosa y azorada, impregna todo el relato. Biba parte del dolor, ese que disuelve todo discurso, y desde allí explora una nueva forma de contar.

DISPARA Y DESPUÉS SONRÍE, Crónicas sobre una Guatemala áspera, de Esteban Biba. Magna Terra, 2021. Guatemala, 160 págs. La versión ebook estará disponible en Amazon a partir del 1ro. de marzo.

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