Nuevo libro de la escritora mexicana

Brenda Lozano: “El lenguaje inclusivo resiste al patriarcado”

Mientras la literatura patriarcal dicta las cosas, dice cómo debe ser el relato, la literatura escrita por las mujeres es la de la escucha.

Brenda Lozano
Brenda Lozano

Desde su primera novela, Todo nada (2009), la mexicana Brenda Lozano (Ciudad de México, 1981) ha transitado con su obra el camino de la memoria, los vínculos familiares, el rol de la mujer en el contexto de un país con una desigualdad y una violencia crecientes. Su novela Cuaderno ideal (2014) y el libro de relatos Cómo piensan las piedras (2017) consolidaron ese camino y el lugar de importancia de su voz en la nueva narrativa latinoamericana, lo que la llevó por ejemplo a ser una de las seleccionadas por el Bogotá 39, la lista que elige los 39 escritores latinoamericanos más interesantes menores de 40 años. Su última novela, Brujas (2020), indaga en la historia personal, pero también en lo que implica ser mujer en México más allá de clases sociales, tanto en el presente como a lo largo de la historia, a través del encuentro de dos universos, el de una periodista joven y una chamana legendaria.

—Históricamente las brujas han sido mujeres que se han mantenido por fuera del sistema de valores y creencias, tanto en lo económico como político, y lo han cuestionado. ¿De alguna forma retomas eso de las brujas para dialogar con el presente y tirar sobre la mesa el tema de salirse del sistema, cuestionarlo o derrumbarlo?
—Uno de los puntos que me hizo volcarme a escribir esta novela fue justamente un ensayo de Silvia Federici sobre la persecución de brujas en el medioevo en Europa. Pero eso tiene un montón de connotaciones que son distintas para nosotras en Latinoamérica, hay otros cuestionamientos pues nos cruzan otras violencias. Por ejemplo el racismo, el Estado, y por supuesto el presente, porque una cosa es la persecución de brujas en el medioevo y una muy distinta es hoy. Un estado femicida donde hay once femicidios por día en promedio en México. Creo que la idea de las brujas, y eso es lo increíble, tiene que ver con mujeres que están fuera del sistema, que no participan del capitalismo. Son mujeres poderosas pero no desde el capital. Por supuesto, también están por fuera de la medicina tradicional que históricamente ha sido masculina, por ejemplo, toda la nomenclatura del cuerpo femenino viene de una medicina hecha y pensada por hombres. Ellas no participan de esta medicina tradicional alópata, tampoco del amor romántico, en su caricatura, pensemos en la más pop de las caricaturas, no son mujeres que tienen un hombre al lado, mujeres solas, que no tienen una pareja, y es importante notar que no están en una edad sexualizable, deseable desde el punto de vista patriarcal.

—¿Y de qué forma eso lo mixturaste con tu presente?
—Varios de estos factores me parecían importantísimos en términos de esta salida del sistema, de esta resistencia, que sumado a contar mi historia desde nuestro idioma, desde México, desde este presente, por una mujer de un pueblo originario que no hablara español, que no entrara en estos estándares desde tantos flancos. La protagonista es una curandera de un pueblo en México que no habla ni le interesa hablar español y que sin embargo vienen de todo el mundo a hablar con ella. Con todas estas resistencias que hay, resulta que es una mujer que tiene un poder, y es de hacer estas ceremonias del lenguaje con los cuales se ha hecho famosa en todas partes, desde lingüistas roqueros, músicos, cineastas. Me imaginaba que en una búsqueda en google de esta mujer salieran muchísimas imágenes con toda esta gente y que al mismo tiempo ella no se enterase de eso y tampoco le resultaba relevante. Es el tema del lenguaje como resistencia en un mundo donde opera otro poder, y me parecía importante que fuera desde este lenguaje que se resistiera y se cambiara también la narrativa.

Una idea de poder

—En Brujas esa idea del lenguaje como el mayor poder está presente. ¿Pensás que al tratar de derrumbar el poder histórico del patriarcado, el lenguaje es el arma fundamental, o la forma de materializar un nuevo poder?
—Creo que una de las cosas que tiene el lenguaje es la capacidad de espejear el poder primero y luego de cuestionarlo. Cuál es nuestra idea de poder. Hoy en día está muy claro cómo nos relacionamos con el mundo, esa jerarquía a la que obliga el capitalismo, de dominantes y dominados. El poder es claramente el poder económico y quizás cuando Andy Warhol dijo una de sus famosas frases, la de los quince minutos de fama, la velocidad del mundo era otra. Hoy bastan unos pocos segundos, y eso tiene que ver con el consumo, las redes sociales. En la relación entre poder y lenguaje, sí creo que cuestiona el poder, pero sobre todo permite preguntarnos de dónde es el poder, donde está depositado ese valor. Por otro lado creo que es un debate grande. El poder del lenguaje es un tipo de poder mucho más complejo, es inmenso, y es mucho más interesante.

—Lo del lenguaje inclusivo, por ejemplo.
—Claro. Cambia la realidad que alguien hable de forma inclusiva, por ejemplo en México, en un estado de violencia brutal en contra de las mujeres en muchísimos niveles. De la misma forma que la literatura no cambia una realidad de forma directa, tampoco lo puede hacer el uso del lenguaje inclusivo. Sin embargo hasta qué punto la narrativa cambia la realidad en un panorama mucho más amplio que los libros, que el idioma mismo y el lenguaje. Hasta qué punto nos puede cambiar el mapa. Yo de hecho pienso que sí, hay un punto en que se va cambiando esa narrativa. El que una persona hable en lenguaje inclusivo no va a cambiar la realidad, la emergencia, o el estado de violencia pero habrá un cambio en ello, pues hay ahí una forma de ver y participar en el mundo de manera distinta. Si los idiomas son como decía Walter Benjamin, formas de ver el mundo, no veo por qué el hecho de que una persona vea el mundo de otra manera no es ya un mundo distinto dentro de otros mundos. Es una de las frases zapatistas que más me gustan y que más resuenan, un mundo en el que quepan otros mundos y creo que de eso se trata el lenguaje inclusivo y esta narrativa que tensa la realidad, que la cuestiona desde un montón de maneras de resistir el patriarcado, el racismo, y el clasismo.

—¿De qué modo ese patriarcado también da forma a la propia creación, a la literatura?
—Ese es uno de los temas, el patriarcado no se divide como los baños, no es de hombres o mujeres sino que está introyectado de muchísimas maneras en todos. Cómo se refleja eso en la literatura es muy interesante, por ejemplo, la construcción de la tercera persona guarda en su ADN mucho de ese patriarcado, es una construcción súper interesante. Cómo se ha cuestionado y abordado a lo largo del tiempo este narrador que sabe todo y lo controla todo, que dirige a los personajes, que les dicta el momento cuando pueden hablar, cómo construye las historias, qué decide contar. Me fascina, porque a lo largo de la historia, los primeros avistamientos queer de la tercera persona, la poesía medieval, el cantar de Roldan, por ejemplo, este tipo de poemas eran transcritos por monjes que querían inclinar el relato hacia un lado, no necesariamente el patriarcado, pero hay una persona metiendo su cuchara en esa tercera persona. Cómo se va alterando eso es muy queer, aunque estén hablando de catolicismo hay un filtro que va cuestionando lo que hacen los personajes. O en Orlando de Virginia Woolf, que se va torciendo y llegando a lugares muy psicodélicos. Hay muchos ejemplos de cómo cuestionar la escritura patriarcal. Fíjate, una escritora que quiero, que se llama Vivian Abenshushan, una vez en una charla que nos tocó juntas, hablaba de que si ella veía algo en común en la literatura escrita por mujeres, es que era más bien la literatura de la escucha. Hay algo en la literatura patriarcal que dicta las cosas, que dice cómo debe ser el relato. Tiene la última palabra. Montaigne, por más que tenga muchas cosas interesantes y haya sido parte de mi formación, tiene algo en ese decir desde la torre, del blanco europeo, dictando cuáles son los grandes temas. Cómo leerlos todos desde hoy, cómo se actualizan esas lecturas y nos podemos relacionar con ellas cuestionándolas, es interesante. Hay una cosa muy pasiva en pensar que todo está escrito, pero quien está leyendo lo reescribe. Y en esa medida hoy en día cuestionamos muchísimo de esa forma. El tema es cómo llega eso a nuestro presente, no tanto en términos de vigencia o caducidad.

Desde la ficción

—Hay muchas reflexiones en la novela sobre la escritura. ¿Qué preguntas te pudiste hacer y a dónde te llevaron?
—Me recuerda a una frase de Pessoa que me gusta mucho, “llegué a Lisboa pero no a una conclusión”. Sí tenía varias preguntas que responderme de manera muy personal y desde la ficción. Estar en este contexto, el caso de Floyd en Estados Unidos, de brutalidad policíaca, y aquí cuatro policías matando a una mujer de origen centroamericano en Tulum, y fue una escena muy parecida, de abuso de poder. Por otro lado algunos femicidios aquí y una imagen terrible de un grupo de niñas menores que cargaban el ataúd blanco de una de sus compañeras llamada Wendy, víctima de femicidio. Así varias imágenes muy fuertes circulando y en medio de todo esto, desde la ficción yo me preguntaba cómo carajos hago para hacerme estas preguntas, no quería responderlas desde el ensayo o desde la investigación. Es un país profundamente racista y poco se habla de eso. Todas estas problemáticas me afectan. Los peinados que traen, las miradas, los cubrebocas, el ataúd blanco, me parte el corazón y me encabrona mucho. Digamos que de esa rabia y de ese desconcierto y de ser mujer aquí, por ahí me fui respondiendo como pude y de una forma muy modesta. La única vía posible era desde la ficción. Es una gran ventaja porque es hacia dentro y son preguntas que puedes responderte de una forma muy personal, no hay una historia única, no hay un relato único, es uno de tantos. Lo que me interesaba explorar era mi cuerpo, cómo me cruzan estas problemáticas y agresiones. Te diría que el libro es una respuesta en sí, y al mismo tiempo no llegué a ninguna conclusión ni a Lisboa, ¡qué ganas! No creo que haya una respuesta única. Es el gran problema del totalitarismo, el de imponer un relato único.

—A Leandra le da mucha curiosidad la ciudad en la que sus padres fueron jóvenes, como una intención de reconstruir uno mismo el relato de otros. ¿Buscas construir el relato de nuestro pasado?
—Mis padres crecieron en los 70, eran jóvenes en los 80, pero sobre todo esa década de los 70 que he escuchado por ellos y por la música que todavía escuchan, ambos estudiaron en la UNAM. Cuando leí Los detectives salvajes se me abrió una puerta a la dimensión desconocida. Se me abrió un imaginario increíble, esa otra ciudad que no me tocó ver, pero sí vivir en forma de relatos y fotos. A mí me tocó un DF más neoliberal, con algunas cosas que de a poco iban entrando de Estados Unidos, pero ese otro DF setentero tiene algo que me fascina y tenía ganas de que Leandra tuviera algo de esa fascinación. Hay algo de presente en el pasado, a la hora de escribirlo lo vuelves a contar, al imaginarlo lo vuelves a ordenar y eso es lo increíble de la memoria. El futuro es tan incierto como el pasado, en ese sentido. Uno pensaría que la certeza la tiene en el pasado, pero no. La literatura demuestra que el pasado es tan móvil y tan cambiante como el futuro. Como no conocemos el futuro depositamos allí la incertidumbre. Pero es tan desconocido el pasado, y las palabras están ahí para ordenarlo en tantas figuras como sea posible, y eso me parece maravilloso porque las posibilidades del lenguaje son cambiantes y el pasado todo el tiempo se te vuelve a recontar. De formas dolorosas a veces, cuando te cae un veinte y te desacomoda el pasado. O de formas más luminosas. Al final todo es un claroscuro y lo que parecía oscuro al final era más luminoso y viceversa. Hay una idea en El talmud que me parece bellísima para apoyar esto, que es que una persona muere para los judíos ortodoxos solo cuando ya ha dicho todas las palabras que le fueron destinadas por Dios. Hay algo en esa cantidad de palabras y en cómo se combinan que deja muy claro esto. Cómo las palabras que decimos y que pensamos a lo largo de una vida, pero sobre todo las que decimos y escribimos, configuran algo así como una huella digital, como una constelación única que es nuestra vida, nuestro paso por este mundo, y en este mundo somos esas palabras que habitaron un cuerpo. El pasado es como ver el cielo de noche, y las palabras son nuestro cosmos.

BRUJAS, de Brenda Lozano. Alfaguara, 2021. Buenos Aires, 264 págs.

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