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El País estuvo con André Rieu en Maastricht y cuenta cómo será su show en el Antel Arena

En julio el violinista y director convoca a unas 180.000 personas en su ciudad natal para un espectáculo que recibe seguidores de todo el mundo y que el 8 y el 9 de octubre presentará en Montevideo

André Rieu

Es una ceremonia al ritmo de un repertorio que pasa de arias famosas a “Live is Life”, y que pone así de contentas a 12.000 personas que han llegado de todo el mundo a disfrutar de la fiesta que André Rieu le organiza todos los años a su ciudad natal, Maastricht.

Es una ocasión concurrida: los 15 shows que realiza cada julio (una actividad suspendida por dos años por acontecimientos conocidos por todos) convocaron este año 180.000 espectadores. Dicen, oficialmente, que entre ellos hay más de 100 nacionalidades, aunque el 50% son de los Países Bajos. Un tercio del público llega a la plaza Vrijthof, el lugar oficial del show, a través de la propia agencia de viajes de André Rieu.

Show de André Rieu en Maastricht
Show de André Rieu en Maastricht. Foto: Faustina Bartaburu

El músico, uno de los más populares del circuito mundial de conciertos, es un anfitrión comprometido con la causa, a veces olvidada, del goce de la música, del baile. Durante las dos horas y poco que dura el show, Rieu y los 250 músicos que pueblan un escenario que, dicen, tiene las dimensiones de una cancha de fútbol, no bajan las defensas, ni la simpatía, ni la buena onda.

El show que se vio en Maastricht -al que El País fue invitado por los propios organizadores- es el mismo que ofrecerá el 8 y el 9 de octubre en el Antel Arena. Había una presentación prometida antes de la pandemia pero la expectativa ha ido tan en aumento que se tuvo que agregar una segunda función. Las entradas están en Tickantel y quedan pocas.

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Quedan algunas entradas para el Antel Arena

Aún quedan entradas para los shows de Andre Rieu y su Johann Strauss Orchestra, el 8 y el 9 de octubre en el Antel Arena. De acuerdo a Tickantel, para el sábado 8 quedan las más caras (las que van de 7.400 a 9.200 pesos) y para el domingo 9 aún hay disponibles en el rango de 5.800 a 9.200. No quedan muchas, por las dudas porque una función ya estaba casi agotada antes de la pandemia. El show está anunciado para las 20:00 y es puntual.

En el show de Maastricht, el músico agradeció la paciencia global y, según pudo saber El País, Uruguay fue el país con menos tasa de devolución de entradas cuando se anunció la postergación del show.

Su vínculo con Uruguay se afianzó con sus clásicos conciertos navideños que se exhibieron con entradas agotadas en pantalla gigante en los complejos Movie. Verlo en vivo es una experiencia totalmente diferente porque esas dos horas con un breve intermedio (del que se regresa con la música de El puente sobre el río Kwai, queda avisado) se hacen cortas para el público.

André Rieu en Maastricht
André Rieu en Maastricht. Foto: Faustina Bartaburu

El show empieza con sus propios “tres tenores” y un cuarteto de sopranos con una selección de clásicos ligeros. La segunda parte, que es más larga, incluye “Carmina Burana” de Carl Orff y el clásico “Danubio Azul” al que el público espontáneamente le aporta su coreografía. Lentamente va desembocando hacia territorios más pop con versiones orquestales de “Tutti Frutti” de Little Richard y “I Will Survive”. También se incluyen lecturas de “Qué viva España” y “Hava Nagila” que dejan claro la amplitud del repertorio.

El show se cierra a todo ritmo y deja a Rieu, los músicos, los coristas, el personal -y hasta algún periodista uruguayo algo displicente- a los saltos de felicidad.

Rieu -quien tiene 72 años y ha vendido más de 50 millones de discos, DVDs- toca el violín; conduce con gesto serio y hace algunos comentarios simpáticos con la audiencia. Es un motivador y una suerte de hechicero musical y es difícil juzgar con severidad cierta liviandad de la propuesta dada la alegría que parece repartir en cada show.

Lo que ofrece Rieu, y que ha replicado en conciertos y en espectáculos que son exhibidos en cines en todo el mundo, es una celebración del poder de la música. Cuando uno ve, en una templada tardecita holandesa, a 12.000 personas con esa cara de disfrute o cientos de parejas bailando el “Danubio Azul”, sabe que tanta alegría es más que necesaria. Y que puede hasta con el más escéptico.

“La gente necesitaba la música”, le dijo Rieu a El País, lleno de la energía que le dejó el show que terminó hace menos de un minuto. El público aún lo aclama y está claro que es una figura de gran carisma. Tiene el porte y el pelo que le van de medida a un director de orquesta así de importante.

Maastricht -una ciudad cuyos orígenes se remontan en el siglo VI, tiene unos 120.000 habitantes y un casco antiguo hermoso y lleno de callecitas y tiendas- es parte de la fiesta. Los camareros de los restaurantes que rodean la plaza desde los cuales se ve el show en pantalla gigante, están felices. Muchos, nos dicen, integran algunos de los equipos deportivos locales que patrocina Rieu. Pero su alegría parece sincera, nada forzada.

Maastricht, Países Bajos
Maastricht, Países Bajos. Foto: Faustina Bartaburu

Toda la ciudad está en modo Rieu. Su foto está en todos los negocios y los restaurantes tienen menús con su nombre e inevitablemente una foto del staff con el músico. Todas las columnas del alumbrado público tienen pendones dando la bienvenida con su retrato.

Las pequeñas calles, que son y se ven medievales, están repletas de comercios de marcas transnacionales. Hay una librería, Boekhandel Dominicanen, instalada dentro de una iglesia del siglo XIII sobre la plaza -qué casualidad- que se llama André Rieu. Aunque tiene una pequeña sección en inglés y nada en español, es una visita obligada; figura entre las tiendas de libros más lindas del mundo. Los restoranes en plazas rodeadas de edificios antiquísimos son otro gran plan y durante la temporada de conciertos de Rieu, están repletos como casi todo en la ciudad.

Es sabido que en Maastricht se firmó, en 1992, el tratado que estableció la Unión Europea y trazó el camino para el euro. Eso le dio a la ciudad una trascendencia histórica aunque no era la primera vez que le pasaba.

Maastricht. Foto: Captura

Pero nada parece más importante que su ciudadano ilustre, André Rieu quien aún vive (Marjorie, su esposa) en la zona en una mansión de 27 habitaciones (a la que se refieren con castillo, pero técnicamente no lo es) en la que estudió música siendo niño y a la que se mudó, dicen, porque se parece a la casa del capitán Haddock, el personaje de Tintin.

De hecho, le cuentan a El País, el dueño de casa es tan fanático de la historieta del belga Hergé, que se compró toda la colección en español, para ejercitar el idioma. Algo de lo aprendido lo va a aplicar en el Antel Arena.

El castillo, durante julio, es parte de alguno de los paquetes turísticos con los que se puede acceder al show. Los interesados tienen una visita incluida y también una cena en las instalaciones. Rieu ya no participa de esas actividades lo que explicaría su realista figura de cera que está en uno de los salones y es lo más cerca que se va a estar del anfitrión. El País, claro, se sacó una foto para alardear de la visita.

Rieu está excusado por no estar para meet and greets ya que el show que hace de jueves a domingo, y que llega así de ensayado a Montevideo, es un rato largo de energía. Rieu y sus músicos (la Johann Strauss Orchestra) están siempre con la mejor disposición y las enormes pantallas de altísima definición (las mismas que se traen para el Antel Arena) reproducen gestos, pasos de comedia y escenas de divertida camaradería. Todo parece cronometrado (“¿te parece que se puede hacer algo como esto sin ser un perfeccionista?”, le dice a El Pais, con sarcasmo, el hijo y productor, Pierre Rieu, sobre su padre) y sin embargo se ve tan espontáneo. Se lo tiene bien montado y el público se lo agradece.

Rieu es, además, de violinista y director de la orquesta -que incluye una marching band, un pequeño coro al que se suma otro de casi 200 voces masculinas- un gran showman. Está, conviene estar advertido, más cerca de André Kostelanetz que de Zubin Mehta pero tampoco se presenta como algo que no es.

En esa montaña rusa de ritmos, sensaciones y espectáculo, es capaz de ponerse serio. Por ejemplo hablando sobre cómo se extrañaban esos momentos o para presentar una cantante ucraniana que integra su orquesta para que cante una canción típica de su país. Pero lo que prima es la felicidad y el amor a la música y al ritual que convoca.

Porque lo que hace Rieu, con ese despliegue tan imponente y de tan buen ver, y lo que el público le agradece con vítores y bailes espontáneos, es lo más sencillo y antiguo del mundo: celebrar el goce de la música. Y desde que empieza hasta que termina está cien por ciento entregado a esa consigna. Y no sólo el maestro de ceremonias sino todo su staff.

Show de André Rieu en Maastricht
Show de André Rieu en Maastricht. Foto: Faustina Bartaburu

Esa celebración empieza con Rieu posando frente al público en la explanada del teatro donde Pierre, su hijo, anuncia para noviembre una puesta en escena de Los miserables. La gente se acerca a mirarlo mientras él camina de un lado a otro, charla con sus músicos pero básicamente está parado ahí, cercano y algo distante.

Como si fuera un rey (y en cierto sentido lo es), una banda pasa frente a él (interpretando “Setenta y seis trombones” abriendo el camino a un desfile que luego él mismo encabeza y que lo lleva directamente al escenario. La gente lo saluda a los gritos y él devuelve el cariño con un gesto de cortesía. Esa ceremonia, adelantan, se repetirá en el Antel Arena y la producción estaba detrás de una banda sinfónica o militar para sumarla.

Rieu aparece literalmente de entre la gente. Es que ahí ya empieza la fiesta. El público escapa al estereotipo. Hay parejas de retirados haciendo un paseo inolvidable y suelen ser los más entusiastas de la parcialidad. Hay madres con hijas, padres con hijos, familias enteras y parejas en escapadas románticas. Es como una procesión de vida para muchos: ver a André Rieu en la mismísima Maastricht. Es de los pocos artistas que recibe en su casa, para el caso, su ciudad. Hay gente que va en camilla por el poder terapéutico de su música.

Esa audiencia multinacional (Rieu pasa lista de países y hay un montón de nacionalidades que aplauden cuando se sienten aludidos; no mencionó a Uruguay) se replica en la orquesta que, como dice un par de veces su director incluye 14 nacionalidades.

Rieu se mantiene todo el show con una elegancia que es su marca registrada y que incluye un jacket, un prendedor que se ve caro y una cadena de oro a la altura del estómago. No pierde el porte ni siquiera cuando después de dos horas de un concierto que debe ser agotador, viene corriendo y alegre hacia este periodista nervioso.

Esa disposición y esa elegancia son algunos de los atributos que hace de Rieu una figura mundial así de grande. Su repertorio y su estilo recuerdan a los viejos bailes de salón, una modalidad que, por lo visto, muchos extrañaban. Así, su arte nos presenta un orden posible, menos moderno, más confortable, más elegante.

“Será mi primera vez en Uruguay”, le dijo Rieu a El País. “Estoy deseando ir y prometo que será una noche que jamás olvidarán”.

Y tiene todo para honrar esa promesa.

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