Rodrigo Caballero
Rodrigo Caballero

La izquierda papelonera

Al igual que el Patito Aguilera en la final de la Copa América de 1983, Luis recibió el centro preciso en el área chica. Hizo el doble ritmo, se elevó entre los gigantes del continente y, con notable golpe de cabeza, la mandó guardar.

Aunque parezca mentira, lo hicieron de nuevo. Sí, una vez más volvieron a subestimar al Presidente Lacalle Pou. Y este los volvió a revolcar. Esta vez adelante del mundo entero, en la cumbre de la Celac.

A Díaz-Canel, el funcionario que el régimen cubano colocó para suplantar a Castro en el poder, lo mandaron a la guerra con un tenedor. Le pasaron data flechada y escasa acerca de la LUC, y el pobre títere de la familia Castro, con ese escarbadientes, se creyó en condiciones de pelearle a Lacalle. Difícil saber quién le suministró el recurso. Sea quien sea le calza como un guante el mote de traidor a la Patria que tanto les gusta usar a algunos. Pero el que mejor le cabe -parafraseando a Tabaré Etcheverry- es el de cipayos meritorios.

Díaz-Canel, confiado en la información que le pasaron los camaradas del sur, se la jugó a atacar al uruguayo. Al decir de la popular bloguera cubana Yoani Sánchez, el tirano “fue por lana y salió esquilado”. Lacalle Pou, con palabras claras y precisas, le enrostró lo que piensa de su régimen cada persona libre que habita en este continente. Y Díaz-Canel quedó en la lona, desde donde apenas logró esgrimir una respuesta balbuceante y leída.

Los tiempos han cambiado. Hasta no hace mucho, el líder de la revolución cubana era Fidel Castro, quien pronunciaba discursos de hasta siete horas sin vichar un apunte. Hoy lo reemplaza alguien que lee y tartamudea, inseguro. Eso significa dos cosas: 1) que de la Revolución Cubana solo quedan tristes escombros. 2) Lo que se decía al principio sobre cuán perjudicial resulta para los intereses de los opositores a la Libertad, seguir subestimando a Lacalle Pou.

A pesar del paseo que les dio respecto al tratamiento de la pandemia y de la amplia aceptación que la población le viene prodigando, la izquierda sigue negando a Lacalle Pou. Lo cual no debería sorprender. Es la misma izquierda que también niega que Cuba sea un régimen totalitario, el gobierno de Venezuela una dictadura que mandó a la pobreza a 9,6 de cada 10 venezolanos.

Mientras sigan en esa línea, no podrán evitar ser un papelón. Como el que le ayudaron a hacer al pobre Díaz-Canel, quien no conforme con su lamentable actuación en la Celac, acaba de protagonizar una nueva desbarrancada al prohibir una manifestación, planeada por el pueblo cubano para el 15 de noviembre.

El argumento para la prohibición es el de siempre: que se trata de una provocación impulsada por los demoníacos Estados Unidos. Aunque parece más creíble lo que le dijo a este columnista el analista cubano Frank Zimmerman: “cualquier gobierno legítimo permitiría una marcha que podría incluso redundar en su propio beneficio al dar pruebas de tolerancia, y apertura. Lo que prevalece en Cuba es el miedo -justificado- de que quitar un solo ladrillo de la podrida estructura totalitaria podría significar el inevitable derrumbe”.

Las señales del faro de La Habana, ese que guía con su luz a las izquierdas del continente, indica caminos cada vez más alejados la libertad. Sin embargo, los pobres marinos encandilados siguen con las velas izadas, sin advertir que navegan viento en popa rumbo al naufragio.

Reportar error
Enviado
Error
Reportar error
Temas relacionados