Leonardo Guzmán
Leonardo Guzmán

El Derecho en caquexia

En un fin de semana, ocho asesinatos. El número impacta. De a uno, cada caso estremece mucho más.

Que un adolescente de 17 años mate a puñaladas a un chico de 15 o que una madre sea asesinada por su pareja ante sus hijas, son infamias, inscritas en contextos devastados por ruina moral. No deben resbalar en la distracción ante el televisor ni volatilizarse en tuits. No basta mirarlas e indignarse. Hay que reflexionar y hacer algo.

Estas vergüenzas no llegan solas. Integran un cortejo de debilidades que, desde hace años, vienen anestesiándonos la sensibilidad, amputándonos la cultura y reduciéndonos el horizonte como personas.

El Estado de Derecho del Uruguay es jurídicamente más fuerte y políticamente más estable que los del vecindario. Sí: todavía tenemos raíces y vitalidad, pero acumulamos inocultables desgracias jurídicas y políticas. Patentizan el fracaso de los esfuerzos que se han hecho por proteger derechos sectoriales, dividiendo al Derecho en presas o postas. Nos llaman a restablecer conceptos y principios generales. Nos han caído los sentimientos normativos espontáneos, de la vida diaria y, además, hemos perdido el modo nacional de dialogar -por encima de dogmatismos y fanatismos.

No es tema solo para abogados, escribanos y contadores. Es asunto que a todos los ciudadanos nos interpela: ¿cómo llegamos a que el Derecho se nos agriete cada vez más y nos rija cada vez menos? Se hizo humo el mal sueño de regular la Violencia Doméstica por la asistencia social de Juzgados con poco imperio. Flechar las interpretaciones legales por acosos ha desembocado en atropellos. El proceso penal clama a gritos por un nuevo Código que devuelva a los Jueces las facultades que se les arrebataron.

Entretanto, las cárceles no reeducan y las instituciones de garantía fracasan en la cortita: la Jutep no puede con la esposa de un senador ruso-resistente; la integración de la Institución de Derechos Humanos resulta observada por la ONU, integrada por Estados que respetan la libertad y por tiranías obscenas.

Y hay más aun: nos han caído la conciencia jurídica y la cultura cívica, por haber abandonado la formación anímicamente estable que dan, juntas, la lógica matemática, la filosofía, la literatura, la música y las artes, formadoras del alma pre-jurídica. Atrapados por la superstición de educar para el mercado de trabajo, dejamos en el limbo las bases afectivas y racionales del Derecho usual.

Al quebrarse la cultura general, y al poner distancia entre los alumnos VIP de colegios caros y los alumnos non-VIP de aulas públicas con temática empobrecida, se rebanaron juntos los sentimientos y el sentido común que cimentan en cada conciencia los imperativos de la convivencia: respetar al prójimo y vivir la justicia en régimen de yo-soy-tú.

Hasta en medios universitarios se abrió paso una actitud descriptiva, relativista y descomprometida con la norma jurídica, tenida por reguladora de procedimiento y no como fuente de respuestas concretas, urgidas por el ideal universal de justicia.

Caquexia es la expresión médica, de origen griego, que define la desnutrición extenuante a que lleva el agravamiento de ciertas dolencias.

Es la situación que vive hoy nuestro Derecho. Y en la que seguirá, si no obedecemos a la Constitución que, además de organizarnos por fuera, nos manda constituirnos por dentro, como nación y como personas irrepetibles que somos.

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