Leonardo Guzmán
Leonardo Guzmán

Añorando el futuro

Carlos Steneri escribió en El País: “Somos una sociedad que mira al futuro como algo distante y ajeno. Creemos que éste nos llega por inercia. Por tanto, no lo buscamos activamente y menos tratamos de acercarlo.”

Economista, denuncia una carencia que nos paraliza y que no es económica, sino filosófica: nos frena la mirada que echamos sobre nosotros mismos, nos detiene las ideas desde las cuales vivimos, no sentimos al porvenir como una esperanza sino como un miedo.

Tiene razón el prominente servidor público, que toreó la adversidad en Washington en la crisis de 2002, acompañando con su gestión al presidente Jorge Batlle, que por dignidad nacional y por el futuro inmediato se negó a declarar el default que le reclamaban a la vez el FMI y el Frente Amplio.

Tiene razón cuando señala que le dimos estatura legal a la Noche de la Nostalgia con todo lo que tiene de mirada hacia atrás mezclada con pachanga, pero no logramos construir apuestas al futuro. Es que, como bien subraya, no logramos “sustituir nuestro chip cultural refractario al cambio, recreando la actitud que nuestra sociedad, todavía en formación, tuvo a principios del siglo pasado”.

Agrega Steneri que hay que buscar que se complementen “la academia y el sector privado para revitalizar la investigación y la formación de empresas innovadoras a financiarse con capital de riesgo”. También eso lo compartimos, pero no solo referido a la iniciativa económica: todo el Uruguay necesita dejar el aislacionismo de las especialidades y recuperar la capacidad de comprender y construir más allá de los límites de una profesión o un oficio.

Encerrar a cada uno en su coto de caza, convocar sectores para que griten y acallar las esperanzas y las frustraciones que tenemos en común, han sido fuentes de retroceso para la calidad del encuentro entre las personas y para la capacidad colectiva de soñar, imaginar, proyectar, movernos y realizar.

Es cierto que “sí pudimos legislar para celebrar la nostalgia, también debemos hacerlo para adentrarnos plenamente en el futuro” y es visible que eso nos hace mucha falta, tanto para crecer en la lucha práctica de cada día como para reconstruir un clima esperanzador.

Eso sí: no es una cuestión que se resuelva legislando, sino infundiendo sentimientos, resucitando el pensamiento crítico y restableciendo la capacidad para reflexionar con el otro.

El relativismo, la falta de convicciones profundas, el miedo a perder son todos elementos que han venido debilitando al modelo humano que supimos proponernos en el Uruguay. Las consecuencias del achicamiento del horizonte se proyectan lo mismo en la economía en sentido estricto que en la calidad de los servicios públicos y privados y en el nivel de comprensión de una parte demasiado grande de las nuevas generaciones. La cuantofrenia que denunciaba Sorokin nos hace medir en números lo que es cualitativo y pertenece a lo que Dilthey llamó muy bien “ciencias del espíritu”.

Por tomar ese camino, hemos achicado el horizonte de la ciudadanía y de la persona, cada vez más invitada a rebanarse para parecerse al promedio de las miradas que recibe de los demás.

Y eso es todo lo contrario de la idealidad con que supimos juntar economía, cultura y Derecho en un Uruguay ejemplar cuyo éxito está al alcance de las generaciones actuales, a condición de que sepamos construir puentes entre las disciplinas y volvamos a vibrar con el interés filosófico por lo universal.

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