Claudio Fantini
Claudio Fantini

La más oscura de las “anibaladas”

“La libertad de opinión es siempre la libertad de aquel que no piensa como nosotros”, escribió Rosa Luxemburgo señalando la esencia de la cultura democrática: la tolerancia y la aceptación de la crítica.

Aníbal Fernández siempre expresó lo contrario. Él no debate; dispara artillería pesada para amedrentar al oponente. Apunta a destruir la imagen pública de quien lo cuestiona o contradice. Es el método autoritario de disuadir a los críticos.

Fidel Castro disparaba frases destructivas contra quienes osaban cuestionarlo o denunciar las arbitrariedades de su régimen. “Abyecto Judas” y “Lamebotas de los yanquis” fueron algunos de los proyectiles lanzados contra gobernantes, para que los demás tomaran nota del riesgo que corrían al confrontarlo.

Hugo Chávez fue un eficaz aprendiz en ese arte de la guerra sucia contra la crítica y la denuncia.

Es una modalidad de censura. Su objetivo no es debatir, sino silenciar. Argentina tiene varios ejemplos. Javier Milei cobró notoriedad gatillando a mansalva insultos y descalificaciones contra panelistas o quien sea que lo contradiga en la televisión. Y el ejemplo más brutal en el kirchnerismo es Aníbal Fernández.

Ametrallar descalificaciones de grueso calibre lo convirtió en un arma letal de silenciamiento. Inspirado en la retórica de Arturo Jauretche, el intelectual revisionista que escribió “Manual de zonceras argentinas”, el dirigente que ha ocupado diversos ministerios en los gobiernos kirchneristas sería un vigoroso polemistas, sino fuera porque su afán principal es silenciar adversarios, en lugar de debatir.

Su virulencia retórica es habitual, pero no su negligencia. Y lo que acaba de mostrar en su enfrentamiento con Nick, es su lado más oscuro y negligente.
No hay otra manera de interpretar el extraño mensaje que disparó contra el humorista gráfico. Un mensaje señalando la escuela donde estudian los hijos del receptor, es una amenaza. Una típica amenaza mafiosa. Señalarle a alguien que sabe donde están sus hijos u otro ser querido, es la forma característica de amenazar que usan los mafiosos en todos los tiempos y latitudes.

El poderoso Ministro de Seguridad, que tiene a su disposición fuerzas policiales y aparatos de inteligencia, le dice a la persona con la que simula debatir que sabe cuál es la escuela a la que van sus hijas.

A renglón seguido, obligado por el estupor de la sociedad, se disculpa. Y pretende que la persona amenazada acepte esa disculpa y dé por terminada la cuestión.

Una disculpa puede ser aceptada cuando se trata de una ofensa o algún otro daño. Pero lo que hizo Aníbal Fernández fue otra cosa. Amenazó a un crítico con un mensaje hecho en código mafioso. La cuestión no era disculparse, sino explicar por qué respondió de ese modo los cuestionamientos de un humorista gráfico. Pretender que una disculpa dé por terminado el asunto es no entender su gravedad.

Cuando Aníbal Fernández compitió por la gobernación de la Provincia de Buenos Aires, la iglesia católica, con la bendición del Papa, hizo campaña en su contra por considerarlo vinculado con mafias narcotraficantes. Esa campaña, entre otras cosas, le permitió a María Eugenia Vidal ganar la elección y gobernar el principal distrito argentino.

A nadie le sorprende que Aníbal Fernández use violencia verbal, porque esa ha sido su señal de identidad. A gran parte del país tampoco le sorprende que emita señales mafiosas. Lo que sorprende es que actúe con negligencia. Siempre ha sido verbalmente violento, pero pocas veces se ha mostrado negligente.

Cuando calibró el estropicio ocasionado, ensayó una forma extraña de disculpas. Afirmó que no quiso amenazar al dibujante y explicó que jamás se metería con los hijos de nadie. El problema es que esas palabras no tienen nada que ver con el suceso que las motivó. Lo que hizo vuelve absurdas sus palabras y su disculpa.

Recién ingresado al gobierno a pesar de su mala imagen pública, Aníbal Fernández le genera un grave problema a un presidente abrumado y débil.
Desde que ganó poder a la sombra de Néstor Kirchner, en Argentina se habla de las “anibaladas de Aníbal” por la agresividad con que ejerce su intolerancia. Pero esta vez fue más lejos. Por negligencia, no supo disfrazar de polemista su instinto censurador y se mostró como un ejemplo minúsculo, pero peligroso, de lo que advertía Goethe al escribir sobre “los impulsos oscuros de la historia”.

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