Álvaro Ahunchain
Álvaro Ahunchain

Leones y corderos

El éxito de Javier Milei en las PASO argentinas se veía venir.

El hombre optó desde el principio por un estilo agresivo, muy coherente con dos factores confluyentes: la idiosincrasia extrovertida y peleadora de los porteños y el creciente nivel de indignación, ante gobiernos incapaces de resolver sus problemas más acuciantes.

El camino elegido fue también el más eficiente: la sobreexposición en los medios de comunicación masiva, complementada por una no menos ambiciosa estrategia de presencia en redes sociales.

Pero hubo algo verdaderamente disruptivo en su campañón: a diferencia de todos los demás políticos conscientes del dirigismo económico que tanto daño le ha hecho a nuestros países, y más allá de la agresividad insolente de su discurso, Milei fue el único que encaró de verdad la ya imprescindible batalla ideológica.

Porque si bien sus insultos a los "zurdos" (y a los políticos en general) son casi siempre de una grosería inexcusable, hay que reconocerle que elude el discurso vacío, tan afecto a quienes quieren caer simpáticos a los sectores menos educados de la población. Sorprendentemente, se solaza en profundizar en teoría económica, prácticamente en todas sus intervenciones. Le divierte destrozar tanto a Marx como a Keynes, blandiendo a von Hayek como una espada.

Ni aquí ni en un país tan dominado por la combustión espontánea como Argentina, es usual que un político que quiere llegar a las masas fundamente su discurso en la academia. Algunos dirán que lo hace de modo caricaturesco: creo que no es tan así. Tamizando un poco sus guarradas, los aportes conceptuales que realiza son muy pertinentes, en contra de un Estado clientelar sostenido por una descarga abusiva de impuestos sobre el sector productivo.

Puede reprochársele ese tremendismo que lo hace acusar a "los políticos" de una especie de conspiración destinada a expoliar a empresarios y trabajadores, para mantener sus prebendas. Hay mucho en ese prejuicio del viejo poujadismo, término despectivo que se aplica a ciertos outsiders, acuñado en recuerdo de Pierre Poujade, un francés que postulaba con igual virulencia la llamada "resistencia fiscal" y en cuyas filas se criaría nada menos que Jean-Marie Le Pen.

Habría que recordarle a Milei que todo extremismo es, inevitablemente, simplificador y que, sea del signo que sea, conspira contra la democra- cia republicana. Pero admito que me entusiasma que cite a autores liberales en defensa de sus ideas, mientras una adversaria kirchnerista le espeta estupideces tales como que él quiere favorecer a los ricos y matar de hambre a los pobres. Cuando la izquierda fanática se ve acorralada en su falta de argumentos, apela siempre a esos cucos, exactamente iguales a los que se agitaban en el siglo pasado contra "los comunistas" que, se decía, "te iban a llevar a tus hijos a Rusia".

El gran aporte de Javier Milei, más allá de los deméritos de su comunicación personal, radica en haber logrado traducir en lenguaje sencillo verdades económicas irrefutables, que no por serlo habían logrado imponerse en sociedades como las nuestras, adormecidas en el canto plañidero de un marxismo de manual.

La verdad es que no lo quiero gobernando un país con su retórica de leones y corderos (me quedo con López Murphy). Pero haber logrado limpiar un poco de telarañas gramscianas los cerebros de la gente, no es poca cosa.

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