VIAJES

Los Feippe: ¿Por qué uno se siente libre en Brasil?

Sofi Solari Adot nos cuenta sobre la primera noche en Florianópolis y cómo ese destino los llenó de alegría y los liberó de tensiones.

Los Feippe en Brasil
Los Feippe en Brasil

Siempre me pegunto cuál es el ingrediente secreto de Brasil para generar una atracción inmediata. Cuál será ese no sé qué de ese país que eleva la alegría, libera las tensiones y suelta el qué dirán.

¿Será ese modo de hablar que se asemeja al canto de sus aves exóticas? ¿Será la cercanía a la naturaleza virgen aquello que oxigena las malas vibras? ¿O será la liberación de endorfinas que se produce al saborear las frutas grandes y jugosas de ese país?

Quizás, es la caipirihna en la praia, las caminatas en las trilhas entre hojas de más de un metro de largo, la música acompasada, los morros, las sonrisas congeladas, las prensas livianas, la buena onda generalizada.

Los Feippe en Brasil
Los Feippe en Brasil

Ese no sé qué de Brasil fue el anzuelo que nosotros picamos.

Llegamos a la Isla de Florianópolis en abril. Nos sorprende la extensión del territorio de la ínsula. La habíamos imaginado pequeña y con calles de tierra. Recorremos avenidas y más avenidas, nos pasamos de la bajada y retomamos. Siguiendo las recomendaciones de otros viajeros, vamos directo hacia Armacao, uno de los pueblitos más pintorescos y famosos del sur de la isla.

Contra todo pronóstico, llegamos al anochecer. Nunca viajamos de noche. Bajo la tutela de la luna, nunca buscamos un lugar seguro para estacionar y dormir con el motorhome. Es una regla que acabábamos de romper. Si bien estoy muy nerviosa, intento disimular mi ansiedad. No lo logro. Por suerte, Mauri suele manejar estas situaciones con calma y templanza.

Los Feippe en Brasil
Los Feippe en Brasil

Estacionamos sobre una callecita a 2O mts del mar. Nos vamos a dormir con ansias de que amanezca para ver con otros ojos dónde estamos y vivir ese no sé qué de Brasil que nos tiene capturados.

Antes de las seis de la mañana, un radiante día de sol nos despierta colándose por las ventanas. Saltamos de la cama. Pispeamos para afuera. Se ve el mar, gente correr por la rambla, barquitos a lo lejos, los morros más allá, autos estacionados delante del motorhome y surfers por todos lados.

Desayunamos y vamos de compras. Trajes de baño. Pequeños porque estamos en Brasil. Simón elige una sunga con estampa selvática. Es increíble que tantos animales, plantas y flores quepan en una prenda tan diminuta. Oli se enamora de un pareo de pelícanos. Sofi habla en portuñol. Mauri toma mate. Me gusta pensar que cada lugar tiene su propio metabolismo y que sólo es cuestión de mimetizarse para encontrar la manera de experimentar cómo funciona. Eso hicimos.

Los Feippe en Brasil
Los Feippe en Brasil

Armacao es un pueblo entre los morros. Vemos casas de colores, bares con techos de paja y pescadores sobre la playa. Por las calles angostas circula gente descalza, suelta de ropa, bronceada y de cuerpos fibrosos. Así como en Uruguay ves personas con el termo bajo el brazo, aquí las ves con la tabla de surf. Niños, jóvenes y no tan jóvenes van vestidos con trajes de neopreno entreabiertos y cabellos desteñidos.

Cruzamos un río que desemboca en el mar, subimos tres escalones de piedra que nos conducen a una trilhia (o camino) salpicada de frutos anaranjados y redondeados. Algunas aves se acercan a comer, lo que andan descalzos las esquivaban y nosotros queremos absorber todo lo que está pasando.

Llegamos a la playa. Los peques y Mauri van directo al mar. Como en toda playa de surfistas, la vida sucede en el agua. Pero yo, sin tabla, ni traje, ni abdominales, ni bronceado, ni aptitudes para ese deporte, me echo a tomar sol. Me llama la atención una casita sobre la playa de color verde marino. ¡Es tan pintoresca!

Salgo de mi letargo de lagarto y camino dos pasos hasta allí. No logro leer el cartel y supongo que en temporada alta debe ser un bar sobre la playa. Pero me llevo una grata sorpresa. Es una casita de libros usados. Una casa del árbol de libros usados. Me parece divertido imaginar que alguien, al igual que yo, disfruta la vida de playa fuera del mar.

En nuestro primer día, encontramos un columpio, comemos acaí, -el típico postre helado brasileño- dejamos ofrendas a Iemanja -la diosa del mar-, nos metemos al mar, y nos sacamos fotos en la hamaca. Nos sentimos libres y nos gusta.

CONOCÉ A NUESTRA COLUMNISTA
Sofi Solari Adot
Sofi Solari Adot
Sofi es escritora y mamá de Olivia y Simón. Tiene una vida sobre ruedas junto a su familia @losfeippe. Es autora de la novela autobiográfica “No siempre fuimos nómades” y dicta el taller on line “Las palabras también importan”.

Podés seguirla en Instagram como @sofisolariadot y @losfeippe

Reportar error
Enviado
Error
Reportar error