Mujeres

Historias de mujeres refugiadas: Hasna, Trípoli, Líbano

En el marco del Día del Refugiado, Médicos sin Fronteras acerca las historias de valientes mujeres que han tenido que huir de sus hogares y que aún enfrentan obstáculos en una vida en tránsito.

Hasna, MSF

En este momento hay más de 79 millones de personas que se han visto forzosamente desplazadas de sus hogares en todo el mundo. Durante su tránsito en búsqueda de seguridad, deben enfrentar grandes peligros para escapar de la violencia y la persecución.

Médicos Sin Fronteras (MSF) trabaja con poblaciones en movimiento a lo largo de todo el planeta: en los lugares de origen, en las principales rutas migratorias, y en los campos de desplazados y refugiados. Los equipos de MSF proporcionan atención médica y de salud mental, acceso a agua potable y suministros de primera necesidad.

En el marco del Día del Refugiado, MSF acerca las historias de tres valientes mujeres que han tenido que huir de sus hogares, arriesgando todo para poder encontrar seguridad para sus familias, y que aún hoy, deben enfrentar constantes obstáculos mientras se adaptan a una vida en tránsito.

Hasna, Trípoli, Líbano

Hasna, de 57 años, junto a su esposo Hassan, de 65, llegó a Líbano en 2012. Esta pareja de refugiados sirios vive en un edificio en construcción en un barrio de Trípoli con su hijo, su esposa y sus tres hijos. Su hijo trabaja en una peluquería y es el único sostén de la familia.

Tanto Hasna como Hassan sufren de hipertensión. Hasna también tiene que lidiar con la diabetes y problemas cardíacos. Entre ambos, deben tomar 13 medicamentos diferentes cada mes, incluyendo la insulina. Durante ocho años, MSF les proporcionó sus medicamentos de forma gratuita, antes de traspasar sus actividades médicas en Trípoli al Ministerio de Salud. Recientemente, la pareja ha tenido que pedir prestado dinero a sus vecinos y vecinas para comprar sus medicamentos en la farmacia, pues algunos de los medicamentos que necesitan no están disponibles actualmente en las instalaciones de salud pública.

"No podemos dejar de tomar nuestros medicamentos, pero tampoco podemos comprarlos", dice Hassan. Mientras describe la situación que viven, Hasna se pone de pie para ir al baño. Camina con dificultad, confiando en que su nieta la ayude. "Mi esposa necesita fisioterapia para aliviar su dolor", dice Hassan, "pero tampoco tenemos el dinero para eso".

A pesar de que su hijo ha logrado mantener su trabajo durante la crisis económica y la pandemia de COVID-19, la comida se convirtió en un problema creciente para la familia desde el año pasado, especialmente para Hasna, quien tiene que seguir una dieta saludable para ayudar a controlar su diabetes. El precio de los alimentos ha aumentado considerablemente en los últimos meses, pero el único salario de la familia se ha mantenido igual. Muchas de sus comidas consisten solo en arroz y pasta. “Ha pasado un año desde que comimos pescado o carne”, dice Hassan.

Desde finales de 2019, Líbano ha estado lidiando con su peor crisis económica en décadas, tensiones sociales y agitación política. Además de eso, y tras la llegada de la pandemia de COVID-19 a principios de 2020 una gran explosión arrasó con Beirut, la capital, en agosto.

Estas crisis sobrepuestas han exacerbado la vulnerabilidad de las personas y han empujado a miles a la pobreza. Todo esto se suma a una situación precaria y prolongada para las personas desplazadas. Este pequeño país alberga al mayor número de personas refugiadas per cápita del mundo.

Para la pareja, la palabra ‘futuro’ es sinónimo de ansiedad. “Cuando llegamos la situación no era buena para nosotros, pero definitivamente era mejor que ahora. Hoy todo es una lucha: conseguir lo suficiente para comer, alquilar un lugar para vivir, conseguir medicamentos. Nuestros nietos no van a la escuela a causa del COVID-19 y no tienen nada que hacer. ¿Qué será lo próximo? ", se pregunta Hassan.

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