OPINIÓN

La próxima fase de la economía mundial:
¿esta vez será diferente?

Entre los analistas hay casi unanimidad que en 2024 el mundo industrializado entrará en recesión, siendo Europa la más perjudicada.

Foto: Getty Images
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En otra semana histórica, el contexto de la política económica global sigue rotando hacia escenarios que abandonan paradigmas, abren incertidumbres y esbozan un nuevo mapa geopolítico, derivado de un nuevo realineamiento entre potencias.

El primer episodio se refiere a los cambios en la postura casi unánime de los bancos centrales relevantes, enfrentando el resurgimiento de la inflación. En días pasados, casi todos los bancos centrales aumentaron sus tasas de interés de referencia, abandonando definitivamente el mundo de las tasas cero o negativas. Salvo Japón, que aún pertenece a ese mundo exótico de hacer política monetaria para evitar la deflación, el mundo occidental va con paso firme hacia un mundo de tasas de interés nominales positivas. Suecia, que en 2015 inauguró esa heterodoxia, anunció una suba de tasas que es récord en las tres últimas décadas. En tanto, Suiza acaba de entrar en territorio de tasas positivas acompañados por la Reserva Federal, Noruega y Reino Unido.

Este giro ya propone la pregunta de la efectividad de la norma para apuntalar al ciclo económico frente a los embates de la crisis financiera iniciada en 2008-9, potenciada luego por la aparición de la pandemia del Covid-19. Los únicos indicios concretos de sus efectos son el aumento del endeudamiento de los hogares, particularmente en países como Suecia que lideraron el experimento. La posibilidad de haber financiado proyectos inviables facilitados por el financiamiento con costo cero o negativo es otra posibilidad. Ambos aspectos impondrán restricciones adicionales a una política antiinflacionaria demasiado agresiva.

Esto conduce a la apertura de incertidumbres derivadas del camino que tomen los bancos centrales en su postura anti inflacionaria. Cuando Paul Volcker, decidió subir las tasas de interés hasta casi el 20% en 1980, llevándola a niveles reales positivos, fue como reacción a que la inflación reapareciera después de revertir prematuramente la postura inicial contractiva de la Fed. Aquel “error” inicial de la Reserva Federal fue inducido por la presión política que impone todo programa antiinflacionario traducido siempre en recesión temporal. El dilema, entonces, es entre pagar el costo de una recesión más breve actuando decididamente, o intentar calibrar un aterrizaje suave aminorando la recesión con el riesgo de recaer y tener que instrumentar políticas extremas como en los ´80.

Entre los analistas hay casi unanimidad que en 2024 el mundo industrializado entrará en recesión, siendo el mundo europeo el más perjudicado. Las derivaciones de la crisis energética y el conflicto son variables que también juegan. Un escenario de resolución rápida del conflicto despejará incertidumbres y facilitará la vida de los bancos centrales en su postura anti inflacionaria. La permanencia de un conflicto que en pocos meses género ya tantas disrupciones, lleva el mundo de las predicciones a un plano donde solo puede pensarse en escenarios más adversos.

Por tanto, considero que estamos en una coyuntura más compleja que hace cuarenta años. En aquel momento la inflación era el peor flagelo. Hoy debemos agregarle un conflicto bélico que exacerba la dependencia energética de Europa, pone en primer plano la seguridad alimentaria como tema estratégico y reabre al armamentismo en países como Alemania y también en los aliados de los beligerantes. Todo ello, por el absurdo puede actuar como reactivador de economías en fase recesiva.

Un mundo en recesión entrecruzado con tensiones bélicas siempre es adverso para América Latina. Recesión que es consecuencia del ajuste necesario para absorber la liquidez extraordinaria volcada desde la década pasada hasta principios de año acompañada de tasas de interés nulas. Revertirla en tiempos normales sin generar disrupciones es un desafío colosal. Hacerlo con crisis energética y conflicto bélico, más aun; el fortalecimiento del dólar y la suba de tasas de interés aplican un peso adicional al servicio de la deuda de los países en desarrollo. Nuestro continente no es una excepción, por lo cual también entrarán algunos países en una fase de bajo crecimiento, y otros en recesión plena. Aunque está más abierta y diversificada al mundo en su matriz exportadora, la región no está inmunizada de los impactos de la recesión global que se anticipa.

Un indicio de las dificultades actuales y del nuevo mundo que se avecina es el reciente anuncio de Ecuador, anunciando la refinanciación de su deuda, con el Banco de Desarrollo de China y el Eximbank por 1.400 y 1.800 millones de dólares respectivamente. A ello se agrega otro acuerdo con PetroEcuador, permitiendo cobrar a precio de mercado un porcentaje mayor del petróleo exportado a China como pago del crédito.

La noticia tiene varias aristas. Primero, la relevancia de China como prestamista en el mundo en desarrollo, incluyendo países como Argentina. Segundo, son créditos que en muchos casos están garantizados con exportaciones o concesiones en la explotación de recursos naturales o
en el uso de áreas logísticas o portuarias. Tercero, que puede actuar como prestamista de última instancia sin atenerse a reglas como las que rigen a los organismos multilaterales de crédito (FMI, Banco Mundial, BID) ni al Club de París.

Un Occidente embarcado en una recesión fruto de la necesidad de combatir la inflación, en tiempos de conflicto bélico y crisis energética, le otorga a China una oportunidad de oro para realzar su preponderancia como potencia mundial. No tan solo en lo que hace a la consolidación de su condición de usina productiva, sino también como nuevo jugador relevante en el financiamiento de las economías en desarrollo.

Es el paso previo y necesario para consolidarse como gran potencia mundial, tal como lo hizo el Imperio Británico en el siglo XIX y después de 1945, Estados Unidos.

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