EL PERSONAJE

Sofía Muñoz: "Creo que se entendió que todo el mundo puede cocinar"

Tiene 31 años y está al frente de Pecana, su restaurante con tres locales en Montevideo. Además, es parte del jurado de Bake Off Uruguay, el reality de pastelería de Canal 4.

Sofía Muñoz, cocinera y pastelera
Sofía Muñoz, cocinera y pastelera. Foto: Leonardo Mainé

Los primeros recuerdos son del campo de Florida: cualquier día libre era un buen momento para viajar 90 kilómetros desde Montevideo e instalarse allá, donde su familia tenía un tambo. Los primeros recuerdos son del campo de Florida: ella y sus dos hermanas (tiene otro, más chico) llevaban a todas las amigas que podían y la casa se llenaba de gente. Los primeros recuerdos son del campo de Florida: como no había muchas cosas para hacer, se la pasaban cocinando. Tortas fritas, chocolate caliente, tortas, pizzas a la parrilla, chivitos. Todo y en todo momento, porque, como decía su abuela, en el campo el día tiene 48 horas.

Desde entonces, la cocina para ella tiene que ver con eso: con el encuentro, con la reunión, con la familia, con los amigos. Y también -y sobre todo- con esto: con agasajar, con servir, con hacer sentir bien al otro.

Sofía Muñoz tiene 31 años. Es cocinera y pastelera y forma parte del jurado de Bake Off, una competencia de pasteleros amateurs que este año llegó a Uruguay y se emite por Canal 4. Además, está al frente de Pecana, un restaurante que tiene tres locales en Montevideo.

Un martes de octubre al mediodía, en el Pecana que está en la peatonal de Punta Carretas Shopping suena una canción de Julieta Venegas, una chica habla por teléfono mientras espera el almuerzo, otra le muestra la carta a una niña y hay una luz anaranjada y caliente que entra por las ventanas de vidrio. En una mesa, con un café y una copa de agua celeste, Sofía dice: “Tuve una infancia muy linda, siempre rodeada de gente. Y creo que eso es un poco también lo que me llevó a la cocina, siempre me encantó el agasajar, el invitar. Hasta ahora me encanta invitar a mis amigas a casa y cocinarles”.

Dice, un poco en broma y un poco en serio, que ella aprendió a cocinar cuando era niña porque su madre no cocinaba. Que, en realidad, aclara, se encargaba siempre de la parrilla y hacía algunos platos puntuales, como los bifes a la cacerola. Ahora, cada vez que los come, viaja directo a aquellos años en la casa de sus padres.

Para Sofía la cocina tiene que ver, también, con las historias, con los recuerdos. Viene de una familia con muchos primos y muchos tíos y muchas tías. Esas tías fueron, dice, las que le enseñaron a cocinar, le pasaron recetas, le compartieron conocimientos. Son, también, con las que hoy comparte un grupo de WhastApp que es como un recetario colectivo.

“La comida no es solo un plato sino también todos los recuerdos que te trae. Y eso a mí me encanta. Me encanta ver cómo la gente prueba un plato y se acuerda de algo, me gusta mirarle la cara a la gente, ver a dónde lo lleva ese plato”, dice.

Mientras Sofía habla, las mesas de su restaurante empiezan a ocuparse. Y en el medio de eso, entran dos mujeres y la interrumpen. Le dicen que la quieren saludar, le piden una foto, le preguntan por sus cosas, cuándo sale su libro (ver recuadro). Ella sonríe, responde, les dice que el libro sale en noviembre, que está en una entrevista pero que cuando termine va a charlar con ellas. Ellas, dice después, son clientas de Pecana desde siempre. Por eso las conoce: porque Sofía busca estar siempre allí, acercarse a las personas, saber si todo está bien. En el fondo todo se trata de eso: de agasajar, de servir, de hacer que el otro se sienta bien.

El desafío de ser una líder 

Sofía Muñoz está al frente de Pecana
Sofía Muñoz está al frente de Pecana. Foto: L. Mainé

Siempre supo, Sofía, que iba a dedicarse a la gastronomía. A los 18, cuando terminó el liceo, decidió estudiar cocina general en el Instituto Gato Dumas — “Mis padres siempre me dijeron que hiciera lo que quisiera, pero que lo hiciera bien, que me formara”— mientras trabajaba en un restaurante de Montevideo. Después se fue a vivir a Buenos Aires con unas amigas y estudió pastelería con Osvaldo Gross. Allí, en una ciudad que le encanta porque nunca se detiene, también trabajaba mientras estudiaba.

Regresó a Uruguay y empezó a vender tortas que cocinaba en la cocina de la casa de sus padres y que promocionaba con fotos sacadas por una cámara digital en una página de Facebook. Así fue hasta que un día una empresa le pidió 300 tortas. Las hizo: horneaba en la mañana, dejaba enfriar, montaba a la noche y en la madrugada decoraba. Así estuvo un mes entero. Y entonces decidió que ya estaba, que no podía seguir haciendo que su familia pasara de delivery en delivery porque ella estuviese ocupando la cocina de la casa.

Ese fue el inicio: pidió un préstamo, alquiló un salón de 20 metros cuadrados que consistía en una cocina con un mostrador, le enseñó a una de sus amigas a cocinar y le puso un nombre a su negocio: Pecana, por la nuez, un ingrediente que está en preparaciones dulces y también saladas. Era un lugar de take away en el que ella y su amiga hacían absolutamente todo solas. Sin embargo, dice ahora, esa experiencia le sirvió para estar muy cerca de los clientes y saber qué era lo que querían, qué les gustaba, qué no.

Cuando todo funcionaba bien y ya había terminado de pagar el préstamo, decidió alquilar otro lugar, en la calle Maeso, en Pocitos. Lo que sigue es lo más conocido de esta historia: Pecana creció tanto que hoy tiene, además, el local de Punta Carretas y otro adentro del shopping. Y en el medio e todo eso está ella, aprendiendo todo.

“Ha sido un gran desafío, porque también cuando yo empecé a cocinar la mujer todavía no estaba tan instaurada en la gastronomía o estaba pero no era tan visible. Hoy en día eso cambió. Pero lo más difícil es que nadie te enseña a ser líder. Yo estudié cocina pero de pronto me encontré al frente de un equipo de 35 personas, antes de la pandemia éramos 60. Ese es el desafío más grande para mí. Vas creciendo y vas aprendiendo, pero en el medio tenés que estar haciendo”.

Bake Off y la televisión

Un día la llamaron para hacer un casting. Le dijeron que se vistiera formal pero no tanto. Se puso un vestido beige. Fue. Después siguió una segunda prueba y así hasta que le dijeron que la habían elegido, que sería parte del jurado de Bake Off Uruguay junto a Jean Paul Bondoux y Steffi Rauhut. Le dijeron, también, que estar en la televisión significaba muchas cosas, entre ellas, estar expuesta a todo. Por suerte, dice, hasta ahora solo ha recibido comentarios positivos. A eso lo toma como una señal de que va “por buen camino”.

“La recepción que estoy teniendo es súper linda, sobre todo en los clientes de siempre y en los nuevos que se te acercan a decirte qué buen programa, se saben los nombres de los participantes, se saben lo que pasó el día anterior, como que hay mucha expectativa de lo que puede suceder. A mí lo que me gusta también es que el televidente ve la evolución de todos: del jurados, los participantes, del programa”.

Sofía ha mirado todos los realities de cocina que ha encontrado, porque, ante todo, es una apasionada de la televisión: la prende de fondo mientras cocina, mira desde las novelas turcas hasta el informativo. “Creo que se aprende mucho de los realities de cocina, tanto el profesional como el que mira y no es profesional. Aprendés muchas técnicas, tendencias. A mí me encantan”.

—¿Hay un auge de los realities de cocina en este momento?

—Sí, yo creo que sí. Y pienso que la gastronomía está en su momento también. Creo que se entendió que todo el mundo puede cocinar. Ahora vos vivís sola, sos joven y te podés hacer tremendo plato. Me parece que se entendió eso y los realities motivan mucho a que eso suceda, como que se está rompiendo el mito de que es difícil cocinar o de que para comer rico tenés que ir a un restaurante.

Cuando habla, Sofía vuelve una y otra vez a la misma idea, al lugar en el que empezó todo: a la cocina como acto de amor hacia los seres queridos y también hacia los otros, hacia todos.

Dice, también, que su trabajo le apasiona, que no siente que está trabajando, que le encanta estar todo el día haciendo cosas, de un lugar a otro, yendo y viniendo. Está vestida con un blazer rosado y un pantalón de cuero negro. Tiene el pelo que cae en una cola peinado hacia atrás, agarrado por una vincha. En el cuello tiene algunos collares y cadenas. En una de las cadenas, tiene un batidor como una medalla.

Reportar error
Enviado
Error
Reportar error
Temas relacionados