Un álbum que es leyenda

Eduardo Mateo, el vanguardista que se parecía a Tanguito, no a Spinetta

Mintxo escribió un libro sobre el disco Mateo solo bien se lame que ilumina nuevas áreas sobre el músico uruguayo.

Eduardo Mateo
Eduardo Mateo por Ombú

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"Siempre fue muy familiero. Lo único que quería era que la gente no la pasara mal. Se ponía malo hasta cuando pinchaban con insulina a mamá. ¡No le hagan doler!, les gritaba. Uno se enfermaba y él se enloquecía. Era una cosa… Todas las canciones que escucho de mi hermano me ponen la piel de gallina”. De todos los testimonios que componen esta reconstrucción coral del disco Mateo solo bien se lame es éste, el de su hermana Teresa, acaso el más inesperado. No solo porque escarba en la compleja trama de su carácter sino porque desde el pliegue íntimo ilumina “Lala”, una de las canciones más ¿sencillas? (aspecto siempre aparente en Mateo) de uno de los mejores discos de los últimos cincuenta años. El primer álbum solista de uno de los creadores más indescifrables e ineludibles de Latinoamérica, todavía no alcanzado por la pax romana del world beat, no aparecerá entre los discos del pródigo 1972 que dan vueltas en el carrousel de Spotify pero sí forma parte de la colección de libros sobre discos que publica la uruguaya Estuario. Allí están Mediocampo y Brindis por Pierrot (Jaime Roos), Guitarra Negra (Zitarrosa), Días de Blues (Días de Blues) y Oktubre (Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota), entre otros. Escrito por el periodista Fermín “Mintxo” Méndez, en un registro que va de la indagación periodística a la historia propia del disco y una ostensible simpatía por la digresión, este volumen afronta el riesgo común a cualquier investigación sobre Mateo: la larga sombra que proyecta Razones Locas, el hercúleo esfuerzo de Guilherme de Alencar Pinto por volcar en un libro el inasible mundo del pionero del candombe beat (un reduccionismo).

Por eso el cuerpo central de este libro, sobre el primer disco de Eduardo Mateo al cumplir cincuenta años, resulta como una reunión de amigos en un departamento acondicionado solo para a la escucha de este álbum impar. Un lugar que terminado el disco y el libro se vuelve evanescente, ilusorio. Razones Locas, claro, está ahí a mano como brújula en la forma de una conversación vía zoom con su autor, el analista más autorizado de la estructura musical de Mateo pero también hay un recorrido por testimonios que rescatan el soul percusivo del trovador (otro reduccionismo) a partir de genealogías de candomberos que invaden casas, vivencias y le dan al “toco” una dimensión que atraviesa lo social hasta perforar el arte de Pedro Figari (“La mama vieja”). Estructurado tal como el álbum, lado 1 y lado 2, siguiendo el orden de los temas establecido por Juan Carlos Piriz, revelado aquí casi como co-autor de la obra, Mintxo rescata la oralidad pero es capaz de pasar del tono coloquial al ensayo cuando se sumerge en sus anotaciones. “El mejor de nuestros Beatles”, describe, casi un tweet. Por frases como esta es que vale volver sobre un disco sobre el que todo parecía haber sido escrito. Mintxo no quiere decir que Mateo fue más shaker que todos Los Shakers juntos pero sí que fue más beatle. Y esta es una redefinición de lo beatle desde Uruguay, o desde el País Vasco donde vivió Mintxo. Beatle, Mateo, como todo aquello que conmocionó la cultura popular llevándola al borde de la vanguardia. Y el que más lejos fue en eso en Montevideo. Aunque el aparato crítico del canto popular lo viera divagante antes que vanguardista. (Y en la otra orilla, el joven León Gieco objetara la falta de “mensaje” en sus letras en una breve reseña para la revista Pelo).

Pero Mateo, al fin de cuentas, fue un vanguardista popular. Acaso por espejarse en ese tránsito divagante, el autor se permite cruzar su propia historia con la del disco Solo bien se lame y el análisis coral de cada una de las canciones. En los últimos veinte años, cuando la información está a un click de distancia, la experiencia personal e intransferible adquiere otro espesor y no siempre se trata de periodismo-selfie. Mintxo transparenta las condiciones de producción y el ejercicio construye cuando da una idea de la recepción que la peculiaridad de Mateo puede tener en el País Vasco (“¿Qué es eso, música hindú?”). Pero puede resultar tedioso si de enterarnos de las cualidades del autor cocinando tortilla española se trata. La digresión se revela también como método: uno de los testimonios sobre la influencia de los tambores termina ofreciendo un ángulo distinto sobre el proceso migratorio de los 70. Resulta que el folclore sueco resuena en el “toco” a partir de sus raíces vikingas, como lo certifica Coriún Aharonián, becario del Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales del Instituto Di Tella de Buenos Aires en la época de El Kinto.

En la voz de Diane Denoir, con una minuciosa descripción del momento de la entrevista, queda expuesta la conexión porteña de este álbum mágico, con toda la imprecisión que la palabra implica (¿Pero con qué palabras dar cuenta de “Esa Cosa”?). Piriz grabó a Mateo en Ion, el mejor estudio de Buenos Aires entonces, auxiliado por su novia Nancy reconvertida a su vez en una especie de guardaespaldas. El relato del operativo montado para que el “divagante” cumpliera con los horarios del estudio le da a la historia del primer disco solista de Mateo un necesario aire de aventura. Queda claro que el autor recurre a fuentes primarias ya que de otra manera no se entiende la ausencia de Horacio Molina (muerto en 2018) entre las voces. El cantor leperiano, el suave tanguero anti-Julio Sosa, fue anfitrión de Mateo en ese viaje y uno de los pocos que apreciaban su arte en tiempo y forma al otro lado de la orilla. Pero sí está su hija, Juana, la única música argentina que se impregnó hasta lo inconsciente de esta música para reformularla con las herramientas del siglo XXI. Es posible que no haya querido hablar pero ese silencio se nota tanto como el de Jaime Roos y, un poco menos, Jorge Drexler, que alguna vez señaló que Mateo había dado con una “clave cultural” para el Uruguay.

En cambio, Mintxo subraya una y otra vez el paralelo entre Mateo y Spinetta, que nunca prestó atención a su música. No es la primera vez que se los relaciona, pero lo cierto es que la extrañada naturalidad con la que Mateo colocaba las palabras poco tiene que ver con las letras de Spinetta, poesía que se parece demasiado a lo que llamamos poesía. El doppelgänger de Mateo en Buenos Aires no pudo ser otro que Tango (Tanguito) cuya vida errática y trágica arrastraba el mismo prejuicio del “divagante” pero que en “Natural” o “Amor de Primavera” está mucho más cerca de su sensibilidad, aunque como guitarrista apenas pasara de rústico. Más aún, tanto Solo bien se lame como Tango (el debut y despedida póstumo) son grabaciones vivas que no es lo mismo que en vivo. Mateo y Tango se escuchan en estos discos interrumpiendo los comienzos de las canciones o dándole indicaciones al técnico al otro lado de la pecera. Es ese intersticio de la vida metida en la ficción del álbum que Mintxo traduce en su libro coral.

MATEO SOLO BIEN SE LAME/Eduardo Mateo, de Mintxo. Estuario, 2022. Montevideo, 144 págs. Colección Discos de Estuario.

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